Brecht y La mujer judía

Cultura · PaginasDigital
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4 febrero 2014
Enfrentarse cara a cara con un texto de Brecht no es algo baladí y, sin embargo, debería ser mucho más común en el panorama teatral. Hay autores que no deberían faltar de nuestras salas porque sus palabras siguen siendo actuales y, sobretodo, porque contemplar ciertas obras parece que nos devuelven un poco la humanidad; nos despiertan de un sueño tonto en el que estamos inmersos a través de una bofetada dramática.

Enfrentarse cara a cara con un texto de Brecht no es algo baladí y, sin embargo, debería ser mucho más común en el panorama teatral. Hay autores que no deberían faltar de nuestras salas porque sus palabras siguen siendo actuales y, sobretodo, porque contemplar ciertas obras parece que nos devuelven un poco la humanidad; nos despiertan de un sueño tonto en el que estamos inmersos a través de una bofetada dramática.

Quizá La mujer judía no es el texto más conocido de Bertolt Brecht pero, ¿cuántas veces este nombre resuena sobre nuestros escenarios? Desgraciadamente muy pocas. Uno de los grandes dramaturgos del sXX merece ser representado aunque esto suponga una apuesta muy arriesgada no sólo por la dificultad interpretativa sino por encontrar un hueco en alguna sala que acepte ese riesgo. Por esto hay que agradecer de antemano la osadía tanto de María Porcel como del Teatro del Arte por traer a la escenografía madrileña La mujer judía.

 Este monólogo cincelado en el realismo propio de Brecht denuncia, incomoda, sugiere más de lo que parece. Parece que uno se pierde entre tanta conversación telefónica y simulacro de diálogos, pero el espectador tiene que componer las piezas, ir dándole forma. Brecht exige que el espectador esté activo y participe del libreto desde su butaca. Reduciríamos la obra si la centramos en una simple denuncia al nacionalsocialismo alemán porque Judith Keith, la mujer judía, es una mujer que se mueve entre lo que debe hacer para salvar su vida y lo que realmente desea. Son conversaciones dramáticas en las que una mujer debe seguir aparentando normalidad mientras que, tanto sus amigos como ella misma, saben el contenido real de su mensaje. Judith se tiene que camuflar socialmente aunque se encuentre desnuda.

María Porcel se despoja literalmente de todo lo que estorba al personaje. Salva la originalidad del texto recurriendo a una bombilla, una tiza,un trozo de pan duro y un improvisado armario. Que nada pueda distraer al espectador. No necesita añadidos porque las palabras de Judith van más allá de sí mismas. Se nota que  María Porcel ha trabajado mucho este texto, que entiende a Bretch, y a este personaje porque no deriva en el sentimentalismo de lágrima fácil (que sería fácil con este monólogo) sino que invita al espectador a pensar, a distanciarse de lo que ocurre y contemplar. Notable interpretación y genial puesta en escena (la forma creativa como resuelve el diálogo entre Judith y Fritch es muy sugerente).

Ponerse cara a cara con Brecht no es fácil. No les propongo algo ligerito para pasar el rato sino un monólogo que requiere un tiempo de reposo tras los aplausos. El Teatro del Arte acoge una obra de gran calidad literaria e interpretativa. Merece la pena echar un ojo a las propuestas de esta pequeña sala.

@Chema_Alejos

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