Bielorrusia: defendamos a nuestros muertos

Mundo · Andrej Strocev
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10 marzo 2017
El final del invierno y el inicio de la primavera en Bielorrusia están marcados por una palabra recurrente, “Kuropaty”. De Kuropaty se ha hablado, se ha discutido en Facebook y se piensa continuamente. En Kuropaty se ha cantado, se ha preparado de comer, se ha recitado poesía, se ha rezado. Hay incluso quien ha dormido y despertado allí en las dos últimas dos semanas. ¿Pero qué es Kuropaty?

El final del invierno y el inicio de la primavera en Bielorrusia están marcados por una palabra recurrente, “Kuropaty”. De Kuropaty se ha hablado, se ha discutido en Facebook y se piensa continuamente. En Kuropaty se ha cantado, se ha preparado de comer, se ha recitado poesía, se ha rezado. Hay incluso quien ha dormido y despertado allí en las dos últimas dos semanas. ¿Pero qué es Kuropaty?

Así se llama un bosque a las afueras de Minsk. En 1988 los historiadores Zenon Poznjak y Evgenij Šmygalëv publicaron el artículo “Kuropaty, el camino de la muerte”, donde los autores referían los relatos de los habitantes de la zona, según los cuales antes de la guerra en aquel bosque todas las noches se oían los disparos de los fusilamientos. El artículo lo leyó mucha gente y fue imposible ignorarlo. La fiscalía de la Bielorrusia soviética abrió entonces una investigación y comenzaron las excavaciones. En el bosque hallaron más de 500 fosas que contenían restos humanos, ropa, balas. La investigación concluyó que en aquel lugar se había sepultado al menos a treinta mil personas, todas fusiladas por los órganos de la NKVD (policía secreta soviética) entre 1937 y 1941. Una conclusión que después fue confirmada por los habitantes de la zona y algunos exagentes de la NKVD.

Aquello, en los ultimísimos años soviéticos, fue un verdadero shock para nuestra sociedad. En 1988 se celebró en Kuropaty una manifestación masiva que condenaba abiertamente el estalinismo. Las fuerzas del orden dispersaron la concentración utilizando incluso gases lacrimógenos, pero aquello no hizo más que incrementar el interés por Kuropaty, que se convirtió en un importante símbolo de la lucha por la independencia nacional. En 1989, con motivo de la fiesta de los abuelos, tradicionalmente el día de la memoria, que coincide con la fiesta religiosa de todos los santos, tuvo lugar una primera procesión y se plantó en el bosque una gran cruz. Desde entonces, esta procesión se ha repetido todos los años y ahora en ese lugar se encuentran cerca de un millar de cruces.

La tensión política en torno a Kuropaty nunca ha decaído. En Bielorrusia este se ha convertido en el lugar por antonomasia de la memoria de las víctimas soviéticas, aunque algunos han intentado afirmar muchas veces que en realidad en aquel bosque no se sepultó a las víctimas de la NKVD estalinista sino a las de los nazis, asesinadas durante la segunda guerra mundial. Sin embargo, nuevas excavaciones demostraron que aquellos fusilamientos se remontan a finales de los años 30, y que las víctimas son muchas más de treinta mil. Según varios cálculos, podría haber cien mil y hasta doscientas mil. Pero el número preciso se ignora, pues los viejos archivos de la NKVD están cerrados y la actual KGB bielorrusa se niega a abrirlos. Mejor dicho, ni siquiera se sabe si siguen existiendo esos archivos. Por ese mismo motivo, no puede decirse quién, entre todos los muertos asesinados entre 1937 y 1941, está realmente aquí. Solo se han recuperado con certeza unos cuantos nombres.

Kuropaty tiene hoy un doble estatus, impreciso. Es un monumento histórico estatal, un territorio tutelado. Pero desde 1994 ni el presidente ni ningún miembro del gobierno bielorruso ha visitado nunca ni siquiera una sola vez este lugar de manera oficial, a diferencia de los presidentes de Estados Unidos, Polonia, los nuncios apostólicos vaticanos y el patriarca Alexis II. Hace muchos años se tomó la decisión de construir un memorial y una capilla, pero aún no se ha visto nada de eso, ni se habla de Kuropaty en los nuevos textos de historia bielorrusa. Muchas veces los vándalos han derribado cruces, pero nunca se ha identificado a ningún responsable. En compensación, la gente visita constantemente el lugar, donde rezan cristianos de todas las confesiones, y grupos de voluntarios mantienen limpio el bosque. De hecho, Kuropaty ya no es solo un lugar de memoria sino un lugar de oposición política e ideal.

Uno de los episodios más relevantes tuvo lugar en 2001-2002, cuando dieron comienzo los trabajos de rehabilitación de la vieja circunvalación de Minsk. En los años 50, cuando todavía nadie sabía lo que había pasado en Kuropaty, la autopista se hizo pasar justo por medio del bosque, pero en 2001, cuando ya todos tuvieron noticia de las fosas comunes, la administración decidió ampliar la vía de dos a seis carriles, dejando a un lado el proyecto de una nueva carretera que rodeara el lugar. Pero cuando se empezaron a preparar los trabajos, los activistas de algunos movimientos civiles plantaron allí sus tiendas. La policía trató por todos los medios de dispersar a los manifestantes, pero ellos se quedaron allí 250 días, todo el invierno incluido. Al final, la carretera se amplió igualmente.

Ahora Kuropaty vuelve a estar de nuevo en el centro de todas las miradas, de manera inesperada. Y es que en este lugar se ha proyectado la construcción de un centro direccional sobre un terreno adquirido en 2013, que entonces estaba en la zona tutelada. Pero en 2014 este terreno quedó fuera de la zona de interés histórico-cultural. Según expertos como Anton Astapovič, director de la Sociedad de Tutela para los Monumentos, la operación fue ilegal, y en consecuencia es ilegal construir en ese terreno. Muy probablemente, en ese punto concreto no haya fosas, pero resulta igualmente obligatorio defender el lugar como tal.

Las protestas comenzaron a primeros de febrero. Los residentes de la zona recogieron firmas contra la construcción y se las entregaron a la administración presidencial, pero no hubo respuesta alguna. El 16 de febrero llegaron los operarios para preparar los trabajos. Los ciudadanos llamaron a la policía para que detuviera la actividad, pero nada.

El 20 de febrero algunos miembros del movimiento Frente Juvenil, guiados por el expreso político Dmitrij Daškevič, pusieron allí sus tiendas. Al principio los operarios no sabían qué hacer, pero pronto llegó una decena de hombres que se enfrentaron a los activistas, arrancaron las tiendas y vallaron la zona. Entonces algunos manifestantes decidieron pasar allí la noche igualmente y al día siguiente volvieron a poner en pie sus tiendas, dando comienzo a una acción de defensa a largo plazo, como la de hace quince años.

El 22 de febrero el campamento de Kuropaty empezó a atraer la atención de los medios bielorrusos. La administración pública se aprestó a declarar que los trabajos eran legales, pero la protesta no. Sin embargo, en 24 horas la prensa descubrió que la adquisición del terreno se había realizado violando las normas.

La noche del 22 al 23 de febrero unos encapuchados asaltaron y golpearon a los manifestantes que dormían en sus tiendas. En la comisaría de policía, donde las víctimas pusieron la denuncia, los agentes se limitaron a recoger todos los datos personales de las víctimas, y allí acabó su acción. Pero la agresión, en vez de desanimar a los manifestantes, atrajo a más.

Mientras tanto, la valla de protección fue sustituida por paneles metálicos. Cuando el 24 de febrero llegaron las excavadoras, la gente intentó detenerlas. Un profesor de historia, Sergej Pal’čevskij, se enganchó con esposas a un camión y estuvo varias horas allí tirado impidiendo que el vehículo se moviera. Cuando lo liberaron, unos personajes sin uniforme ni identificación intentaron llevárselo, pero la decidida reacción de la multitud logró impedirlo. Entonces los trabajos se pararon.

Los primeros cinco días fueron decisivos. Hasta en cinco ocasiones se han producido enfrentamientos entre los trabajadores, o personajes no identificables, y defensores de Kuropaty. Pero estos últimos no se marchan a pesar de los ataques. El gesto desesperado de Pal’čevskij ha incrementado la atención general sobre Kuropaty. En cualquier caso, no ha habido intentos oficiales por parte de la autoridad para dispersar a los manifestantes. Mientras tanto, la gente acampada ha contado con el apoyo de los vecinos de los alrededores.

Han empezado a multiplicarse los posicionamientos en favor de los manifestantes y en contra de la construcción. El campamento ha sido visitado por poetas y músicos, incluso un piano llegó allí para dar un concierto. Algunos sacerdotes de varias confesiones tomaron postura al principio a título personal, como el delegado de prensa de la Iglesia ortodoxa bielorrusa, Sergej Lepin, obispos bautistas y luteranos. El metropolita católico Tadeusz Kondrusiewicz ha llamado a Kuropaty “el Gólgota bielorruso del siglo XX”, y en la web de los católicos ha aparecido un Via Crucis con meditaciones sobre los fusilamientos estalinistas. La escritora premio Nobel Svetlana Aleksievič ha apoyado calurosamente a los defensores de Kuropaty, y ha dicho que ellos son el futuro del país. Incluso los medios estatales se “acuerdan” de Kuropaty, y en la primera cadena se ha emitido una mesa redonda sobre este tema, donde se ha dicho diplomáticamente que hay que recordar el pasado, incluso alguno ha propuesto convertir ese lugar en un sagrario de la memoria. Pero las palabras más sorprendentes de esa mesa redonda las pronunció el vicepresidente de la KGB, Igor’ Sergeenko, quien dijo con fuerza que las represiones soviéticas no son solo las de 1937 (es decir, la época del gran terror) sino que hay que recordar todo lo que pasó antes, desde los años 20.

En el fin de semana del 25-26 de febrero, el perímetro del territorio a defender se delimitó con multitud de cruces de madera, y en las vallas que rodean la zona se creó una especie de exposición espontánea, con manifiestos, poesías, dibujos de niños, fotos y nombres de los fusilados. La gente colocaba flores y encendía velas. Algunos que iban en coche llevaban leña y comida. Por internet empezaron a circular imágenes en directo. El sábado llegó allí el pastor pentecostal Bokun con su congregación y guio la oración común. El domingo por la mañana se organizó una visita guiada y por la noche se proyectó un documental sobre Kuropaty utilizando como pantalla la valla instalada para precintar el lugar.

El lunes siguiente se anunció una gran manifestación para impedir el inicio de los trabajos, pero los operarios que se presentaron les dijeron que solo venían para recoger sus cosas. Entre aplausos, se llevaron las excavadoras y los camiones.

Como contrapeso, ese mismo día la administración de la zona aprobó oficialmente el proyecto de construcción. Fue un momento de gran tensión. Muchos pensaron que, una vez aprobado el proyecto legalmente, al día siguiente llegarían las tropas oficiales para vaciar la zona, pero no aparecieron ni los agentes ni los trabajadores. Al día siguiente, la administración municipal de Minsk invitó a los manifestantes a negociar. También formaba parte de la delegación el líder del partido opositor, la Democracia Cristiana bielorrusa, Pavel Severinec. Pero las negociaciones quedaron estancadas. El Ayuntamiento dijo que los trabajos quedarían parados mientras se procedía a examinar detalladamente toda la documentación, pero pidió que se desmantelara el campamento. La contraparte no aceptó, y pidió que el territorio volviera a formar parte del parque histórico. Para el 3 de marzo los manifestantes invitaron a todos los habitantes de la capital a visitar Kuropaty.

El 2 de marzo, el constructor Igor’ Aniščenko invitó inesperadamente a un coloquio a Dmitrij Daškevič, que había comenzado la protesta. El hombre de negocios dijo que no sabía qué era el terreno que había comprado años atrás en una subasta y prometió que renunciaría a construir. Efectivamente, los obreros empezaron a llevarse los materiales de construcción. Por su parte, Daškevič comunicó que el campamento se quedaría igualmente hasta el lunes para comprobar que la promesa se mantenía.

La jornada del 3 de marzo se celebró de todas formas y en ella participaron cientos de personas. El clima general era triunfal y de gratitud por todos aquellos que habían participado en la defensa de Kuropaty. El encuentro comenzó con el canto del himno espiritual de Bielorrusia, “Dios omnipotente”, y con el Padrenuestro, y terminó con una oración y un concierto. Durante todo el fin de semana todo discurrió con tranquilidad. Al llegar el lunes, 6 de marzo, casi dos semanas después del comienzo de la protesta, tal como habían prometido los defensores de Kuropaty desmontaron el campamento. Retiraron las banderas, apagaron la hoguera, se llevaron las tiendas, barrieron el terreno y se hicieron una última foto juntos. Había una cierta tristeza, pero en general los ánimos estaban arriba.

En todo caso, quedan muchas cosas por aclarar. El recinto en torno al terreno sigue allí, aunque se espera que pronto lo retiren. Se cerró por iniciativa del constructor, pero las autoridades municipales aún no han expresado su decisión final al respecto, por lo que el terreno aún no ha sido reincorporado en la zona protegida, por lo que en teoría se mantiene abierta la posibilidad de que el ayuntamiento se lo ceda a otro constructor. Falta la reacción del presidente Lukašenko, para él es como si nada de esto hubiera pasado, sin duda su silencio es muy elocuente.

La historia tuvo un nuevo capítulo el 7 de marzo, cuando detuvieron a Sergej Pal’čevskij, aquel que había impedido con su propio cuerpo el paso de los camiones. Además, la policía negó el asunto durante unas horas, pero al final se supo que tendría que cumplir diez días de arresto domiciliario por “participar en una manifestación no aprobada”. Lo más absurdo es que no se comprende si la manifestación no aprobada es el campamento en Kuropaty o la marcha contra la “tasa de desempleo” que tuvo lugar en Minsk el 17 de febrero, donde Sergej también participó. También se supo que los agentes estacionaron en la entrada de la casa de Dmitrij Daškevič, el iniciador de la protesta de Kuropaty, pero desaparecieron en cuanto llegaron los periodistas.

A pesar de las reacciones deslavazadas por parte de la autoridad, puede decirse que en Kuropaty ya ha habido una gran victoria moral. La han conseguido los defensores de Kuropaty, activistas de movimientos y partidos políticos nacionales, verdes, anarquistas, pero también poetas, músicos, pintores, y cristianos de todas las confesiones, habitantes de Minsk y la sociedad civil bielorrusa.

Ha sido política, pero no solo. Ha sido una lucha contra la corrupción, pero no solo. No ha sido simplemente una protesta nacional, civil, social. No es solo el hecho de que en Kuropaty la gente ha defendido la memoria de sus padres porque, bien mirado, no conocen los nombres de los muertos que han defendido. Como dijo el sacerdote greco-católico Andrej Bujnič, se ha luchado por la concepción misma del hombre, que para la máquina estalinista era solo perno mientras para el cristiano es imagen de Dios. Es simbólico que estos hechos sucedan en 2017, cuando se cumplen cien años de la revolución bolchevique y ochenta del Gran Terror. Vemos con nuestros propios ojos que no son solo cuestiones del pasado, objeto de estudio de los historiadores, sino un tema vivo, doliente, del día de hoy.

Hace casi treinta años, Kuropaty, como una herida abierta, puso al desnudo la memoria del pasado bielorruso. Hace 17 años, hubo en Kuropaty otra protesta y gente que pasó la noche en el bosque durante casi nueve meses. Pero entonces la sociedad casi no se dio cuenta, y no solo porque entonces no había retransmisiones en directo. Podemos constatar que el problema no está resulto en absoluto. Todavía hay por recorrer un largo camino para que en Bielorrusia haya quien preserve los lugares donde hubo fusilamientos masivos sin que le miren desde el poder como un potencial delincuente, y que no se hable más de construir centros direccionales en lugares como este. Pero ya en todo lo que ha pasado estas dos semanas hay un hecho realmente inesperado, y eso puede infundirnos una gran esperanza.

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