Bernard-Henri Lévy. ´Un virus mata, no manda mensajes´

Cultura · Leonardo Martinelli
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30 junio 2020
No ha vivido el confinamiento en su casa de Tánger ni se ha refugiado en la campiña francesa. Bernard-Henri Lévy, filósofo prototipo del intelectual comprometido (a sus 71 años una especie de Dorian Gray que no envejece nunca, ni siquiera físicamente), lo pasó en su apartamento de París. Respetando las reglas impuestas desde arriba (no sin esfuerzo, como un león enjaulado), cada vez que salía nunca cayó en la tentación de pararse a admirar la metrópoli trastornada y silente.

No ha vivido el confinamiento en su casa de Tánger ni se ha refugiado en la campiña francesa. Bernard-Henri Lévy, filósofo prototipo del intelectual comprometido (a sus 71 años una especie de Dorian Gray que no envejece nunca, ni siquiera físicamente), lo pasó en su apartamento de París. Respetando las reglas impuestas desde arriba (no sin esfuerzo, como un león enjaulado), cada vez que salía nunca cayó en la tentación de pararse a admirar la metrópoli trastornada y silente.

En el Fígaro escribió que París vacía le resultaba fea. Que una ciudad no está hecha para estar vacía. Así que BHL, las siglas por las que lo conocen en su país, se puso a escribir y el resultado es un libro breve y apasionado, ‘Este virus nos vuelve locos’. Se trata de una reflexión sobre la pandemia, pero no sobre un mañana esplendoroso. Nada de la ilusión de tantos que dicen que el coronavirus nos hará mejores y más conscientes. No, lo suyo es un himno escéptico a la libertad en contra de la retórica del “retorno a la naturaleza” o “la supuesta sabiduría recuperada”.

Según su hija Justine, escritora, que le ha acompañado durante estos meses, “el libro ha sido como un impulso nervioso. Se le parece mucho, el resultado es realmente coherente. En él se encuentran su lirismo y su vehemencia”. Lo mismo que expresan sus textos fruto de los múltiples viajes del autor durante los últimos años, del Kurdistán iraquí a los campos de refugiados de Lesbos. El filósofo ha dicho que quería señalar con el dedo “esta epidemia de miedo que se cierne sobre el mundo. En Lacan y Freud existe una diferencia entre ansia y miedo. La primera puede ser buena consejera pero el segundo paraliza. Y con el coronavirus hemos asistido a un miedo mundial. El Primer Miedo Mundial, como la Primera Guerra Mundial”. Este fenómeno igualó a todos los hombres. “La información sobre el Covid-19 lo invadió todo. Era el horror de la mundialización. Una especie de silencio mortal se ciñó sobre el globo y lo han aprovechado los sembradores de la muerte”.

En su ensayo explica que han vuelto a su mente las enseñanzas de uno de los pensadores que más han influido en él, Georges Canguilhem, filósofo y epistemólogo francés, muy famoso en los años 70. “Ante este mesianismo virológico –afirma Lévy–, ante estas riadas de terror y muerte, no podemos cansarnos de recordar el principio básico de mi maestro Canguilhem: ‘Los virus no hablan, los virus no portan mensaje alguno, un virus es, desde tiempos inmemoriales, puro desorden, pura muerte’”.

Lévy insiste en reiterar que su enfoque no pretende negar la urgencia sanitaria. Y que él no es un Trump o un Bolsonaro cualquiera. “Que el confinamiento era necesario desde un punto de vista sanitario es un dato. Por espíritu patriota y por respeto a médicos y enfermeros, expuestos en primera línea y sobrepasados por el trabajo, he respetado todas las reglas impuestas”. Pero no está dispuesto a renunciar a buscar el origen de esto en “una supuesta sabiduría recuperada”, en la “idea de que el confinamiento fura un momento irrepetible para poner orden dentro de uno mismo y recuperar esta relación conmigo mismo como si fuera la más rica de las relaciones humanas”.

Según BHL, “estamos asistiendo a un cambio de civilización. Desde Rousseau, la República está fundada en un contrato social. Hoy, con el trasfondo de una higienización enloquecida, estamos en proceso de pasar al contrato vital: dame tus libertades a cambio de una garantía de salud”. Una acción en la que ve implicadas varias corrientes ideológicas, como “el malthusianismo y su teoría de la superpoblación, el antihumanismo de Levi-Strauss y su idea de que el verdadero virus es el ser humano, todo ello envuelto en una melaza penitencial obtenida directamente de los sermones del padre Paneloux de La Peste de Albert Camus y del Egisto de Las Moscas de Jean-Paul Sartre”.

En una entrevista radiofónica a propósito de su libro, reiteró que “la idea de que el virus sea un mensaje que nos envía la naturaleza a modo de venganza es estúpida. Los virus no mandan mensajes”. “Cuando Nicolas Hulot (conocido ambientalista francés) insiste en que de esta manera la naturaleza nos ha puesto un ultimátum, no está diciendo algo simplista”. En su ensayo también la emprende con una cierta “izquierda de queroseno”, que aspira al declive jugando con la riqueza y libertad de los demás, “como el economista Thomas Piketty, que se arroga el derecho a decidir qué empresas o viajes son esenciales y cuáles no”.

Porque, si Lévy toma distancias claramente de Trump y Bolsonaro, también lo hace con una cierta izquierda moralista. Con un libro que es un himno contra la hipocresía.

La Stampa

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