Bergoglio visto de cerca

Mundo · Alver Metalli
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18 julio 2013
Su nueva casa -después de la Villa 21-24 de Barracas y la de Campo Gallo en Santiago del Estero- se extiende sobre una lengua de tierra en el municipio de San Martín, a una treintena de kilómetros del centro de Buenos Aires, cerca de un basural que sus nuevos fieles decoran con las carcasas de autos robados en la capital. El martes próximo -día patrio para la Argentina que celebra el aniversario de la declaración de la independencia de 1816- Di Paola emplazará entre los autos quemados una reproducción de la Virgen de Itatí y la cruz del Gauchito Gil que llevará desde el lugar donde se originaron ambas devociones. Hacia allí, hacia Corrientes, 800 km al norte, partió esta mañana para ir a buscarlos el Padre Pepe -como todos lo llaman- con gente de la parroquia, porque de allí son nativos sus nuevos fieles, empujados hasta las periferias de Buenos Aires desde el Chaco, Tucumán y Santiago del Estero donde Di Paola estuvo exiliado durante un par de años, tras amenazas de muerte que le llovieron de los narcotraficantes. Ahora está de vuelta, con la intención de comenzar todo de nuevo; es más: ya empezó a hacer como antes. La diferencia es que Bergoglio, arzobispo y cardenal al momento de su partida, ahora es Papa.

Su nueva casa -después de la Villa 21-24 de Barracas y la de Campo Gallo en Santiago del Estero- se extiende sobre una lengua de tierra en el municipio de San Martín, a una treintena de kilómetros del centro de Buenos Aires, cerca de un basural que sus nuevos fieles decoran con las carcasas de autos robados en la capital. El martes próximo -día patrio para la Argentina que celebra el aniversario de la declaración de la independencia de 1816- Di Paola emplazará entre los autos quemados una reproducción de la Virgen de Itatí y la cruz del Gauchito Gil que llevará desde el lugar donde se originaron ambas devociones. Hacia allí, hacia Corrientes, 800 km al norte, partió esta mañana para ir a buscarlos el Padre Pepe -como todos lo llaman- con gente de la parroquia, porque de allí son nativos sus nuevos fieles, empujados hasta las periferias de Buenos Aires desde el Chaco, Tucumán y Santiago del Estero donde Di Paola estuvo exiliado durante un par de años, tras amenazas de muerte que le llovieron de los narcotraficantes. Ahora está de vuelta, con la intención de comenzar todo de nuevo; es más: ya empezó a hacer como antes. La diferencia es que Bergoglio, arzobispo y cardenal al momento de su partida, ahora es Papa.

El Francisco que ves desde aquí, desde la Villa La Cárcova donde te estableciste, ¿es el mismo Bergoglio que visitaba la de Buenos Aires cuando estabas allá con los otros sacerdotes?

Lo que está haciendo está en línea con lo que él cree que debe hacerse y con lo que venía haciendo en Buenos Aires. Cuando empezó como obispo, cuando lo conocimos, ya decía muchas de las cosas que le escuchamos decir ahora, tomaba las mismas decisiones que ahora que es Pontífice. Aunque pienso que el Espíritu Santo lo está asistiendo de manera especial porque como Papa se acentuó en él esa capacidad de liderazgo que ya tenía.

Pero ¿es un salto de nivel el que ha dado el Bergoglio que conocías o es que ahora sale también a la luz un Bergoglio que no conocías?

Digo algo que puede sonar arriesgado pero yo pienso que él tiene un don especial para el lugar que está ocupando ahora. Como Papa lo veo todavía mejor que antes, cuando era obispo. El Espíritu Santo lo puso en el lugar justo. Bergoglio Papa tiene un pensamiento que tiende a ir más allá de lo común, una mirada que llega más lejos de lo normal y esto le confiere un liderazgo espiritual muy fuerte. Es un rasgo -por decirlo así- que hoy veo todavía más acentuado que antes.

Aquí en la periferia de Buenos Aires, donde te encontrás desde hace unos meses, ¿pudiste comprobar concretamente su influencia como Papa? Me refiero a cosas puntuales que antes no sucedían y ahora sí.

Cierto, concretas; muchas cosas y muy concretas. Menciono una de ellas, que puedo ver bien: la de muchos evangélicos que vuelven a la Iglesia. O, mejor, que siempre fueron católicos pero que adhirieron a un culto diferente porque en la Iglesia no se encontraban bien, no se sentían en su lugar. Donde estoy ahora, en La Cárcova, no lo conocen mucho, son pocos los que lo han visto en persona, pero son muchísimos los que me paran todos los días  y me comentan algunos gestos o palabras que vieron o escucharon en televisión, para ponerme al tanto, para hacerme saber lo que hace, lo que dice…

Vos, ¿de qué te sentís heredero? Si tuvieras que trazar una genealogía personal y espiritual, ¿cuáles serían los eslabones de la cadena?

En la raíz de mi vocación está la admiración por San Francisco de Asís. Mi imagen sacerdotal más fuerte es la de don Bosco. El sacerdote que más me marcó es Raúl Perrupato, el que me presentó. El sacerdote que para mí encierra un fuerte contenido de lo que quisiera ser como sacerdote es el padre Carlos Mugica.

¿Te considerás un teólogo de la Liberación?

En los años del seminario crecí con la teología del pueblo de Lucio Gera y Rafael Tello. Me siento más hijo de este modo de pensar la teología. Creo que esto se nota también en el modo en el que oriento el trabajo pastoral. Estudié la teología de la liberación en el seminario y siento muchos puntos de coincidencia: apruebo la lectura que hace de la teología a la luz del pueblo y de las circunstancias históricas en las que el pueblo vive.

Estás en buena compañía. También el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el alemán  Gerhard Ludwig Müller, dijo recientemente: “el movimiento eclesial y teológico de América Latina conocido como ‘teología de la liberación’, que después del Vaticano II ha encontrado un eco mundial, se coloca, a mi juicio, entre las corrientes más significativas de la teología católica del siglo XX”. ¿Te parece que ha llegado el momento de una reconsideración del valor de esta corriente teológica y pastoral para toda la Iglesia?

Para ciertos aspectos es un poco tarde pero ciertamente es positivo que suceda en esta etapa de la historia de la Iglesia en la que el Papa Francisco señala a todos la necesidad de una Iglesia pobre para los pobres. Releer la teología de la liberación en sus dimensiones más importantes a partir de la inmanencia al pueblo que la originó muestra que la fe puede ser liberadora. Toda la historia de la salvación es una liberación, liberación del pecado y realización de una vida plena en esta tierra.

Dentro de pocos días el Papa estará en Brasil. ¿Concés casos de personas de las villas que vayan a Río?

Sí, sé de muchos de las villas de Capital que irán acompañados por los sacerdotes que viven con ellos. Muchos son jóvenes que ya conocen al Papa.

¿Estuviste en alguna de estas jornadas para la juventud?

En la primera, aquí en Argentina, en 1987. Sentí a Juan Pablo II inmediatamente como un gran Papa. Su misma vida cautivaba, colmaba la imagen que teníamos de vocación: alguien que había sido obrero, que escalaba las montañas, que como Papa iba a cualquier lugar, a cualquier país, que detuvo la guerra de la Argentina con Chile, no nos olvidemos… En el seminario lo admirábamos, para mí era un ejemplo. Cuando vino a Buenos Aires para la primera jornada de la juventud no lo podíamos creer… Un poco como estos chicos de las villas que irán ahora a Brasil, lo volverán a ver. Es más: para ellos será algo todavía más fuerte y dirán “pero éste es el Papa que conocimos, que venía a casa, que caminaba por la villa…”

En tus 25 años de sacerdocio vistre tres Papas distintos entre ellos: Juan Pablo, Benedicto, Francisco…

Es verdad, cada uno tiene una característica especial. A Juan Pablo II lo compararía con San Pablo, un misionero incansable como él. Uno creía que para ver al Papa tenía que ir a Roma y de repente el Papa llegaba y hablaba guaraní en Asunción… Lo sentíamos cercano como nunca antes. He ido de ido de misión a lugares recónditos y a casas pobrísimas y he visto la foto de Juan Pablo II colgada en algún lado. Y él era polaco, no argentino… Juan Pablo II dio su testimonio a Ratzinger y Ratzinger, con mucho coraje, dio su dimisión; dijo “hasta acá llegué, pude llegar hasta acá”; un acto de amor a la Iglesia, un gesto humano, sensato, espiritual…

¿Y a Bergoglio lo considerás capaz de renunciar?

Sí.

De los Papas que nombraste, ¿a quién lo acercás más?

A Juan XXIII. Como él, marca una nueva etapa para la Iglesia en su relación con el mundo. Fue elegido por una amplia mayoría de cardenales y representa la voluntad de la Iglesia de que sea él, con su estilo, el que la cambie donde deba ser cambiada. Después, el pueblo está en sintonía con el Papa, con sus decisiones.

Alver Metalli

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