Bendito aburrimiento

Me invitan a una cena. La acogida es cálida. La comida es la habitual, está bien preparada, es sabrosa. La conversación también es la habitual. El entorno elegante. No se produce ningún conflicto. No hay nada concreto de lo que me pueda quejar. Y una vez en casa, me viene a la cabeza, de forma espontánea una sensación precisa: “me he aburrido”. Con esta sencillez y claridad explica el filósofo, tan difícil de entender en muchos de sus textos, en qué consiste el aburrimiento. Aunque sea Heidegger, si se refiere a una experiencia que todos hemos tenido, lo comprendemos.
Sabemos de qué habla: de falta de novedad, de estímulo y de desafío, de conexión con las cosas, entre las cosas y las personas. Habla de esa costumbre que todo lo nivela. El aburrimiento se parece a ese momento en el que tienes en la punta de la lengua un nombre pero no consigues pronunciarlo, el aburrimiento es tener la vida en la punta de la lengua sin llegar a disfrutarla.
El tedio ha aumentado en los últimos años, sobre todo, en la población occidental, pero también entre los escolares chinos, a causa del consumo de contenidos digitales. Es lo que concluyen Katy Y. Y. Tam y Michael Inzlicht, dos profesores de la Universidad de Toronto. En un artículo titulado People are increasingly bored in our digital age de hace unos meses afirman: “tenemos suficientes evidencias de que el uso más intensivo de los medios digitales incrementa el aburrimiento». La conclusión puede parecer contradictoria. Los medios digitales dan acceso a muchos contenidos, el teléfono nos ofrece casi infinitas maneras de llenar el tiempo, ¿por qué aumenta entonces el aburrimiento? Porque “los medios digitales restan significado al presentar una cantidad abrumadora de información que carece de coherencia. La falta de significado es una de las características que definen el aburrimiento”, concluyen Katy Y. Y. Tam y Michael Inzlicht.
El tedio, la sensación de falta de sentido, es ya una categoría política. Tiene que ver mucho con esa polarización de la que tanto hablamos. Conviene por eso recuperar otro artículo, este de hace diez años. Wijnand van Tilburg del King’s College London lo decía casi todo en el título de su trabajo: Going to political extremes in response to boredom (Recurrir a extremismos políticos como respuesta al aburrimiento). Su tesis es que el aburrimiento y el deseo de que la vida tenga un significado conduce a adherirse a posiciones políticas extremas. Como el profesor debe ser conservador sostiene que el aburrimiento alimenta más el extremismo de izquierdas que el de derechas.
La solución parece al alcance de la mano: si apagamos los teléfonos móviles, paseamos por el parque, cuidamos la conversación y reservamos un tiempo diario para la reflexión, alejaremos el tedio y nos convertiremos en ciudadanos moderados. Es lo que recetan los nuevos moralistas. Pero la cosa no es tan fácil. En los tiempos de Heidegger no había teléfonos inteligentes, el filósofo dedicaba mucho tiempo a pensar y asistía a cenas en las que se hablaba de un modo ordenado. Pero se acostaba igual de aburrido que nosotros. Y su vida transcurrió entre dos guerras mundiales, resultado de una polarización despiadada.
El aburrimiento no es necesariamente falta de apetito, más bien lo contrario. Estamos aburridos porque tenemos hambre de novedad, de que nos merezca la pena estar con nosotros mismo en las cosas. El filósofo se aburría, si hubiera hablado con el novelista Tolstoi le hubiera explicado que el aburrimiento es “el deseo de deseo”. Nuestro deseo está descuidado, sepultado y nosotros con él. El aburrimiento quiere desenterrar ese deseo y por eso, con precisión y de forma silenciosa selecciona lo que no merece la pena. Es un mecanismo muy eficaz que rechaza estímulos infecundos, supuestos alimentos mentales o espirituales fraudulentos, contenidos irrelevantes. Aburrirse con el teléfono móvil es una muestra de lo inteligente que es el aburrimiento, de lo inteligente que es el yo que tenemos descuidado.
¿Por qué privarnos del “deseo de deseo”, de la nostalgia de novedad, de la sed de cambio y de significado? El tedio nos hace ser creativos, nos obliga a buscar, nos indica también en qué dirección cambiar. ¡Bendito sea el aburrimiento que nos hace sentir el infinito que llevamos dentro!