Bélgica ya no espera nada, ¿es el ´destino´ de Europa?

Mundo · Klaartje Roegiers
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25 junio 2014
La nueva legislación belga de la eutanasia sigue llamando la atención de todos. Un profesor emérito de Ética y Filosofía en la Universidad de Gante, ex co-presidente de la comisión sobre la eutanasia en el Comité consultivo de Bioética, lanzó el pasado mes de marzo un llamamiento, en holandés y en francés, donde invitaba a todos aquellos que estaban preocupados por lo que estaba sucediendo a que lo firmaran y difundieran.

La nueva legislación belga de la eutanasia sigue llamando la atención de todos. Un profesor emérito de Ética y Filosofía en la Universidad de Gante, ex co-presidente de la comisión sobre la eutanasia en el Comité consultivo de Bioética, lanzó el pasado mes de marzo un llamamiento, en holandés y en francés, donde invitaba a todos aquellos que estaban preocupados por lo que estaba sucediendo a que lo firmaran y difundieran.

Para evitar equívocos, hay que aclarar que no se trata de una toma de posición en contra de la ley, como podría hacer creer el título del documento, “La dignidad del fin de la vida, amenazada”. Este mismo profesor ya declaró en una entrevista en 2008 que la Iglesia había inventado la historia de que el hombre no es propietario sino solo administrador de la propia vida. Desde la ley de 2002 sobre la eutanasia, escribe en su llamamiento, los países que han votado leyes análogas, éticamente hablando y a escala mundial, se encuentran en el punto de mira.

Esta ley afecta también a los menores, resolviendo así una laguna pendiente. El profesor invoca los beneficios debido a la ley, especialmente en el ámbito de los cuidados paliativos y los derechos de los enfermos. “Probablemente, en ninguna otra parte la dignidad de los enfermos y el derecho a no sufrir inútilmente están tan tutelados como aquí”.

Todo esto tuvo repercusiones positivas en el exterior: el debate sobre la eutanasia convenció de hecho a varios países de la existencia de unos “síntomas refractarios” (incurables) que ni siquiera los mejores cuidados paliativos pueden evitar. Por todas partes se empezó a imitar esta actitud de compasión con la persona que sufre. “Sin embargo”, denuncia el profesor, “algunas personas tratan de desacreditar nuestra legislación sobre la eutanasia, protestando en el Colegio de Médicos y haciendo públicas sus protestas”. Si esta funesta estrategia tuviera que llegar a puerto, cientos de personas que se encuentran en un estado de extremo malestar dejarían de recibir asistencia.

Esos grupos son contrarios “a un final digno de la vida”. Sus argumentaciones son débiles, tendrían serias dificultades para defenderlas en el seno de una discusión seria. Sus afirmaciones generan sospechas respecto a un progreso social y ético apoyado por gran parte de la población belga. En conclusión: “Mediante nuestra acción (la petición) queremos evitar que la evolución positiva de la actitud servicial de los médicos hacia el ser humano que sufre sea puesta en discusión y termine provocando el fenómeno contrario”.

El llamamiento de este profesor recogió miles de firmas. Lo mínimo que se puede decir es que este profesor seguramente no ha leído lo que escribió el arzobispo de Bruselas-Malinas a propósito de esta ley cuando se estaba preparando su votación. Las argumentaciones de monseñor Léonard eran poderosas. Al igual que las iniciativas que llevaron a las leyes del aborto y la eutanasia, el llamamiento del que acabamos de hablar es el producto de la mentalidad atea, embebida de una masonería que en Bélgica, un país cada vez menos creyente, no deja de aumentar su presencia y militancia en la política, en un buen número de universidades, en el mundo de la cultura, en los medios de comunicación. Sus protagonistas se sienten fuertes, el viento sopla a su favor.

¿Cómo reaccionar? ¿Con otras peticiones? Ya hay muchas. ¿Con manifestaciones? Ya hay varias; no faltan las marchas por la vida en Bruselas. Pero lo más importante y urgente, para todos los creyentes, así como para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, es llegar a una firme convicción sobre el fundamento de cualquier acción a favor de la vida humana, en cualquier circunstancia.

¿Por qué la vida de un feto, de una persona con discapacidad, de un enfermo terminal, es tan valiosa? ¿Por qué defenderla a toda costa? Sin un fundamento sólido, los valores, incluso el sacrosanto valor de la vida humana, a la larga dejan de sostenerse. Si después de la muerte nos espera la nada, lo único que importa es la salud, como ya escribía Nietzsche con la mirada puesta en su superhombre, “La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud” (Así hablo Zaratustra, prólogo 5). ¿Y si falta la salud? Entonces, no nos queda otra que poner fin a la vida con “dignidad”.

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