Estampas de Tierra Santa

Belén

Cultura · José Miguel García
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15 diciembre 2008
La Navidad se respira ya en nuestras calles y hogares. No sólo recuerda su cercanía la iluminación y la decoración navideña de tantos negocios, sino también los preparativos que cada familia lleva a cabo en su casa. Dentro de poco, muchas familias montarán el tradicional Belén, intentando evocar un acontecimiento histórico del pasado que otorga a esta población un valor único, como ya anunció hace muchos siglos un profeta llamado Miqueas: "Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel" (5,1.3). ¿Qué hecho otorga tanto interés a esta población de un país bastante pobre entonces y ahora?

La ciudad de Belén es meta de numerosas peregrinaciones cristianas. Desde la antigüedad, los cristianos han venerado una gruta como el lugar donde nació Jesús de Nazaret, que vivió en los primeros años de la era cristiana y se presentó como el enviado del Padre para la salvación de los hombres. Después de la segunda revuelta judía, el emperador Adriano decidió borrar todos los lugares de culto del pueblo judío construyendo una nueva ciudad en la antigua Jerusalén, a la que otorgó el nombre de Aelia Capitolina. En esos años también desparecieron los lugares venerados por los cristianos; no sólo el calvario y la tumba de Jesús, sino también la gruta de su nacimiento. En este último lugar, el emperador romano mandó construir un santuario al dios Adonis. Durante los años posteriores, no obstante, continuó la memoria viva del valor de aquella gruta. Orígenes (185-252), uno de los grandes Padres de la Iglesia, afirma en su discurso contra Celso: "Si alguno desea asegurarse, sepa que confirmando lo que dice el Evangelio, se enseña en Belén la gruta en la que nació. Todos en el pueblo lo saben, y los mismos paganos dicen a quien quiera saberlo, que en dicha cueva nació un cierto Jesús, que los cristianos adoran y admiran".

En el siglo IV, con el reconocimiento del cristianismo por parte del emperador Constantino, su madre Elena consiguió construir una basílica magnífica sobre dicha gruta. Este edificio fue saqueado y bastante dañado durante la revuelta de los samaritanos (521-530). De él, hoy podemos ver solamente parte del mosaico que decoraba su suelo, pues el emperador Justiniano decidió edificar sobre esta construcción una nueva basílica más amplia (531). A pesar de que este edificio ha sufrido un expolio continuo a lo largo de los siglos, los peregrinos pueden hoy admirar la belleza de la iglesia justiniana. A comienzos del siglo VII, sorprendentemente la basílica de Belén fue respetada durante la terrible invasión persa, que traería muerte y destrucción a esta tierra santa. El origen de esta extraña decisión estuvo en el mosaico de su fachada, que representaba la adoración de los magos, vestidos a la usanza persa; los invasores consideraron que el edificio estaba dedicado a antepasados suyos.

La presencia cristiana en dicha ciudad siempre ha sido muy significativa. A comienzos del siglo XX, por ejemplo, de los 10.000  residentes que la poblaban casi 9.000 eran cristianos. En la actualidad los habitantes han aumentado considerablemente: las estadísticas hablan de 170.000; solamente un 20% son cristianos. El descenso la presencia cristiana parece no parar, mientras que la presencia musulmana se hace siempre más consistente. ¿Qué será de Belén en los próximos años? Posiblemente dejará de ser cristiana, lo que traerá consigo no pocos problemas para el mantenimiento y la defensa del lugar santo.

Cualquier peregrino que visite Belén podrá ver con sus ojos el muro de ocho metros que engloba la ciudad. Pero no creo que la persona que entra y sale de aquí a las pocas horas pueda darse cuenta de lo que significa esta decisión del estado israelí. Los habitantes de Belén no pueden abandonar su ciudad sin el permiso del ejército israelí, que controla férreamente todas las entradas y salidas. Jerusalén se halla físicamente a pocos kilómetros de Belén; para sus habitantes está tan lejana como lo pueda estar para nosotros españoles. Incluso más, pues nosotros, si tenemos tiempo y dinero, podemos ir cuantas veces queramos a la ciudad santa. Para un betlemita es prácticamente imposible. Los permisos de trabajo en la parte del estado de Israel son concedidos con cuentagotas. Consecuencia inevitable es la gran tasa de paro que hay en Belén: el 40% de la población activa. Si las condiciones no cambian, la ciudad está avocada a envejecer, pues los jóvenes que deseen tener un futuro se ven forzados a emigrar fuera de su país. Ésta es una de las razones que hace que la presencia cristiana disminuya alarmantemente. Pero si los cristianos desaparecen de esta tierra, la tensión entre israelíes y árabes, entre judíos y musulmanes crecerá en la misma proporción. Lamentablemente, la ideología sionista sobre la que se ha construido el Estado de Israel impide reconocer a sus gobernantes la gran contribución que dan los cristianos a la paz.

En un libro muy interesante sobre la construcción del Estado de Israel titulado El año que viene en Jerusalén, se cuenta la visita que el padre del Estado sionista, Theodor Herzl, hizo a este país a finales del siglo XIX. Escribió un diario donde describe lo que vio, sus encuentros y sus futuros proyectos para la nueva patria judía. Curiosamente, en él no se encuentra ni una sola referencia al pueblo árabe que habitaba entonces esas tierras; para el padre del sionismo dicho pueblo no existía, no tenía derecho a existir en esa tierra que pertenecía por promesa divina a los judíos. Por tanto, sus ojos se hicieron ciegos, no quisieron ver la realidad humana presente. Hoy, por desgracia, se sigue viviendo la misma ceguera: las decisiones gubernamentales que se toman consideran sólo la presencia de la nación hebrea. De este modo, no sólo humillan a la población musulmana, alentando paradójicamente el odio, sino están favoreciendo la emigración de la única realidad humana que se ha manifestado decididamente por la paz en esta tierra.

Narra el evangelio de san Lucas que la noche en que nació Jesús los ángeles anunciaron la paz a todos los hombres: "Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres". La versión latina, que san Jerónimo realizó, dice así en el segundo estico del canto angélico: "et super terram pax in hominibus bonae voluntatis". Como indicando con claridad que este don de Dios no produce su fruto sin la libre adhesión del hombre. Para facilitarla, el mismo Dios se hizo visible en Jesús de Nazaret introduciendo una belleza y una humanidad excepcional en este mundo. De este modo, nuestra adhesión libre surge de la fascinación que su presencia suscita, de la correspondencia de bien que se experimenta en la relación con Él.

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