Ciclo Centro Cultural Péguy

Beethoven, Chopin y Shostakovich: tres músicos por la libertad

Cultura · Alberto Trimeliti (Buenos Aires)
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23 septiembre 2010
Páginas Digital publica las conferencias que ha servido de introducción al Ciclo Centro Cultural Péguy de Argentina titulado "Tres músicos en libertad".

En el transcurso del presente ciclo de conferencias el eje temático de nuestra disertación se constituirá sobre la defensa de la libertad humana y del valor de la poiesis artística, otorgando valor paradigmático en tal sentido a la obra de tres compositores entre sí disímiles: Ludwig van Beethoven (1770 – 1827), Frédéric Chopin (1810-1849) y Dmitri Shostakovich (1906 – 1975).

Cada uno de ellos, en tanto referentes estéticos, plasmarían en sus producciones la problemática socio-política emergente de los particulares contextos históricos y sus comportamientos frente a ellas. Sin embargo, entre los mencionados compositores sería posible trazar una suerte de intersección donde confluirían fundantes filosóficos y éticos de sus pensamientos frente a un común denominador desencadenante de sus resoluciones prácticas: el surgimiento de estados totalitarios, constrictivos de las libertades individuales. Manifiéstase así Austria frente a la invasión napoleónica, Polonia bajo la dominación zarista y Rusia durante el período stalinista, respectivamente en cada caso.

La filosofía del idealismo alemán sería quien enmarque las consideraciones pertinentes a la confluencia de lo ético y lo estético, posibilitando la comprensión de las ideologías que se plantearán. Pese a las objeciones nietzscheanas, sería susceptible de hallarse en Beethoven, Chopin y Shostakovich la ejemplificación de la afirmación kantiana, (antecedida por el pensamiento tomista), finalmente expresada también en Wittgenstein: "¡Ética y estética son lo mismo!" (Wittgenstein, L. 1973: 75).

 

Consideraciones generales acerca de la libertad

Jean Paul Sartre sostenía que estamos condenados a la libertad. He aquí el desafío impuesto por el tema al pensamiento que lo analice: la imposibilidad de liberarnos de la libertad, una condena exclusivamente humana y que en tanto tal implicará ciertas especificidades.

En una instancia inicial y excluyendo conceptos particulares de eminentes pensadores, la libertad se presentaría como poder volitivo respecto de la emisión de juicios valorativos y el ejercicio de facultades desiderativas. En consecuencia implicaría una dialéctica sostenida por nuestra voluntad y la tensión establecida entre la razón y nuestros deseos, contenida no sólo dentro del ámbito de una realidad biológica natural sino también dentro de una realidad cultural heredada, aprendida y transformada. 

La libertad supondría el doble cuestionamiento orientado hacia el valor del objeto deseado y a los fundantes del deseo. Se obtendrían así las respuestas acerca del valorativo moral bueno y la condición de su conveniencia. 

Anunciando este interrogatorio de la libertad a sí misma, surgiría la imposibilidad de delegar la facultad de búsqueda y elección de sus acciones de un individuo a otro, ya que ninguna de ellas podrá justificar su bondad y conveniencia por simple prescripción, costumbre o capricho y a su vez ningún individuo podrá ser libre en substitución de otro.

Como ya hemos indicado, la libertad se desarrollaría dentro de una doble realidad biológica-cultural. Es decir, se develaría relevante el hecho de que la humanidad no sería tal sin su realidad cultural, expresada en un estadío básico por el lenguaje de quien  deviene en un orbe lingüístico. Si así no ocurriese, en ausencia de lo simbólico y sus leyes, la carencia de comunicación nos impediría captar la significación de todo a nuestro entorno anulando las competencias de la libertad. Lo dicho determinaría el carácter moral del sujeto haciendo presentes los conceptos de conciencia moral y responsabilidad.

Cada acto práctico de la libertad del sujeto implicaría entonces efectos de carácter indudable una vez producidos y constrictores de la libertad misma por ejercicio de una elección determinada entre posibles. La responsabilidad en tales circunstancias aplicaría a dar respuesta inexcusable ante las consecuencias de los actos injerentes tanto en la construcción del propio sujeto como en la co-construcción de su entorno.

A partir de ello el sujeto como autor y guardián de las leyes que regulen el ejercicio de su libertad, a las que voluntariamente se subsume, se erigiría como agente moral autónomo.  La libertad  se traduce entonces en autonomía y el concepto de conciencia moral se postula como centro del pensamiento de la ética de la intención o de la convicción enaltecida por Emmanuel Kant (1724 – 1804)  y que Max Weber (1864 – 1920) propondrá como alternativa a la ética de la responsabilidad en tanto una de dos morales posibles en la que a diferencia de la anterior sólo las consecuencias de los actos son consideradas y no así sus intencionalidades.

 

El arte como producción libre

Según Kant, cualquier certeza, ya sea de orden cognoscitivo o ético, queda depositada en el hombre y no fuera de él. Con el fin de vincular el mundo exterior natural y el interior de la autoconciencia, en la Crítica del Juicio (1790), Kant se ocupa finalmente de aquello que nos permite apreciar y crear belleza. La estética allí planteada, al afirmar la finalidad sin fin de la belleza, supone relevar a la belleza natural de funciones ulteriores y enlazar nuestras capacidades cognoscitivas y éticas con esta tercera.

Los juicios estéticos para Kant, se basan en el hecho de que el sujeto recibe el objeto en términos de sentimiento, y a través del juego armónico del Entendimiento y la imaginación que a su vez enlaza a éste último con la sensibilidad.[1] La imaginación entonces es quien sufrirá la coacción del Entendimiento, pero aquí el término coacción referencia a su antítesis: la noción de libertad: …la imaginación es libre para proporcionar al entendimiento sin proponérselo materiales abundantes  y sin desarrollar, más allá de su concordancia en el concepto, a los que el entendimiento no habrá tomado en consideración al conceptuar (Kant, E. 1968: 195-96).

A través de la idea de libertad de la imaginación las facultades del conocimiento son fortalecidas y revelan la posesión de un propósito, pero aún lo más importante es la inclusión de una noción, la libertad, que para Kant pertenece al reino de lo suprasensible, en nuestra relación sensible con el mundo.

En virtud de ello, el arte sería producto de la libertad humana (lo que Kant da en llamar causalidad de la libertad) y no del esfuerzo por trascender necesidades objetivas o normas naturales en axiomas estéticos producidos por esa misma libertad que ocupará en Kant el centro de su empresa y dificultará su filosofía moral. En sus palabras: Porque no podemos explicar nada sino lo que podemos reducir a leyes cuyo objeto pueda llegar a darse en alguna experiencia posible. La libertad sin embargo es mera Idea cuya realidad objetiva no puede mostrarse de ninguna manera aplicando las leyes de la naturaleza, y con ello tampoco en ninguna experiencia posible (Bowi, A.1999:241).

La razón, abarcadora de lo infinito, en el sentido de que su alcance no puede ser determinada de ninguna manera por ninguna cosa finita conocida, deviene en capacidad de propósito que alcanza algo que no puede ser empírico: la libertad.

Kant buscaría entonces convertir a la subjetividad en su propio fundamento excluyéndola del apoyo teológico y enfrentándola a la problemática de poder constituirse en objetividad justificable. A partir de allí, la escisión de lo teológico en la modernidad originaría el recelo ante esta liberación o la aparición de corrientes de pensamiento nihilistas. Esta es la trayectoria que recorrerá el temprano idealismo alemán hasta Schopenhauer y Nietzsche, a lo largo de la cual el arte será provisto de profundos significados al establecerse como imagen del mundo en plena consciencia de su libertad o como mecanismo ilusorio apto de enfrentar una existencia sin sentido.

Sin embargo, la idea estética kantiana en tanto representación de la imaginación que da mucho que pensar pero sin ningún pensamiento definido esforzándose por alcanzar algo que está más allá de las fronteras de la experiencia y que servirá de complemento a las ideas de la Razón, carece de concepto pues ningún lenguaje puede captarla por completo. En consecuencia, se lanza a la búsqueda de un lenguaje que se adecue a una categoría superadora de lo conceptual: la música.

Para Kant la música se define, en concordancia con la tradición de su tiempo, como lenguaje de emociones pues representará sentimientos a semejanza del lenguaje que lo hace con conceptos. Por ello, alojará a la música en la jerarquía más baja entre las artes aunque le admitiría articular lo que su filosofía no logra, es decir, representar lo no representable en el sujeto: la base suprasensible de su subjetividad. No obstante la disyunción entre la música y la representación supondría insinuar el surgimiento de la autonomía estética que exime a la obra de arte de tener que representar ninguna otra cosa más que sí misma, pero también promovería riesgos para el intento kantiano de vincular la estética con la ética,  donde la belleza resulta símbolo de moralidad.

Como último aspecto relevante de la Crítica del Juicio, Kant expone acerca de la idea de arte afirmando que posee un límite más allá del cual no puede pasar. Por lo tanto si la idea de arte es limitada igualmente lo serán sus posibilidades de conectar lo sensorial y lo inteligible. Este límite es lo sublime: aquello en comparación con lo cual todo lo demás es pequeño. La Naturaleza conlleva la idea de infinitud y en consecuencia lo sublime a ella pertenece, no al arte: La diferencia crucial entre lo sublime y la belleza es que la inconmensurabilidad de la idea de libertad elimina cualquier representación positiva de la misma (Bowi, A.1999:49).

La música encarna una idea de libertad que no puede representarse pero que a pesar de ello se revela con importancia superlativa haciendo del arte un símbolo utópico de su realización. 

En cambio para Friedrich Schelling (1775-1854), quien al respecto actuaría de nexo entre los postulados kantianos y las ideas de Hegel, el arte documentaría siempre y sin sugerirle amenaza alguna aquello que escapa a la filosofía, es decir lo separado en la naturaleza de manera inconsciente que actúa y produce su identidad original con lo consciente en la historia. El sistema aquí expuesto comienza por lo irreflexivo deviniendo hacia la reflexión consciente, mientras que en el arte dicho proceso se invertiría. Así el artista da inicio a la poiesis de manera consciente respecto de sus pretensiones sobre la futura obra quien a su vez termina bajo condiciones inconscientes de su identidad en relación a los pensamientos y técnicas que ha involucrado. Por ello el arte para Schelling es representante de lo que él denomina lo  Absoluto, la unidad de las polaridades constitutivas del pensamiento y de la autoconciencia.

El concepto de libertad allí presente será el punto específico sobre el cual se sostengan las diferencias con G.W.F. Hegel (1770 – 1831). Se  trata de un problema ya postulado por Fichte al establecer la necesidad de consciencia indefinida del ejercicio de la libertad que posibilite comprender la petición de practicarla en relación a la apelación a mi capacidad de decisión. Schelling conceptualiza a la libertad como uno de los principios filosóficos incognoscibles por pertenecer a un proceso de la subjetividad, mientras que Hegel halla la verdad de la libertad en la articulación a través del reflejo del otro. Pero este reconocimiento mutuo del otro como sujeto dador de conciencia de mi voluntad en tanto generadora de las acciones que plasmen prácticamente la libertad deja sin explicar a dicha voluntad y libertad, pues involucran una indeterminación irreductible.

Esta experiencia de la autoconciencia como reconocimiento de mí mismo en los ojos del otro será ejemplificada por Hegel recurriendo a una analogía con la música (dentro del sistema referencial de la tonalidad) como forma de arte independiente de representación, donde entre proceso y concepto no se establece diferencia alguna planteando una estructura reflexiva generadora de identidad. Aludiendo al antagonismo entre consonancia y disonancia se demostraría que cada elemento llega a ser lo que es siendo otro de sí mismo.

Esta mismidad de la díada idea-proceso dispone como supuesto de posibilidad necesario la seguridad y la certeza de crear y superar eternamente esta contradicción gracias a la libertad aportada por el concepto.

La idea de libertad para Hegel ocupa el centro de la realidad del hombre manifestándose mediante un proceso dialéctico representado por las figuras del amo y el esclavo, en donde aquello que alguna vez asignado como horizonte a alcanzar devine límite a superar. Así surge el precepto metodológico hegeliano con respecto a cualquier época: "Comprender su vida y su pensamiento en función de sus metas y objetivos, y comprender sus metas y objetivos mediante el descubrimiento de lo que los hombres consideraron como obstáculos en su camino". Así se habrá comprendido su concepto de libertad, aun cuando no hayan empleado al respecto la palabra libertad (McIntyre, A. 1991:198).

En consecuencia, la libertad quedaría enlazada a la razón, puesto que sin extensión de la razón el ejercicio de la responsabilidad quedaría igualmente constreñido.

Contemporáneamente al pensamiento de Hegel, Friedrich Schleiermacher (1768 -1834) declararía al arte bajo la categoría de producción libre humana implicada  necesariamente en todas las operaciones del pensamiento así como cualquier otra actividad controlada, presuponiendo en ellas al individuo en su diferencia con los demás. La conciencia individual, sin embargo, nunca podría conciliarse en unidad absoluta con lo colectivo, en forma similar a lo ya planteado por Schelling. 

En conclusión, lo expuesto aquí desde Kant hasta Hegel en referencia a sus teorías del conocimiento y sus estéticas, se centra en el concepto de libertad involucrando ineludiblemente adentrarse en áreas de competencia de la ética.

Convenir en este acuerdo entre ética y estética, supondría que el artista se subordina al hombre, al "bien humano", tanto así como el arte subordina su fin al fin último humano y a la actividad que lo realiza encausándose por la norma de nuestra perfección específica: la moral.

Si bien este conflicto entre la independencia absoluta del arte y los dictámenes de la moral, históricamente, se han renovado de manera constante, es la presencia del sujeto humano entre ambos sectores en disputa quien impone la moral por sobre la independencia artística convirtiéndola en autonomía: El arte autónomo dentro de los límites de sus dominios y estructurado en sí mismo por su propio fin extrínseco al hombre que lo determina, no puede realizarse independientemente de la actividad humana, por ende, de la actividad moral: siempre es obra de un hombre y se dirige a un hombre (Derisi, O. 1967:212).

Por esta razón, los defensores del ideal el arte por el arte ven frustrados sus intenciones, aunque de igual manera, aquellos que en nombre de esta particular actividad moral coaccionen frente al individualismo artístico mediante actos contrarios al deber que la misma moral pretendida de salvaguardar impondría.

Observemos entonces, como esta cuestión se manifestó en Beethoven, Chopin y Shostakovich.

  _____ 

[1] En Kant el conocimiento posee dos fuentes: la sensibilidad que proporciona las intuiciones, y el Entendimiento, que en tanto primera condición del conocimiento en sí mismo, piensa los objetos como objetos del conocimiento mediante la aplicación de categorías a las intuiciones, transformando la diferencia en identidad. La primera etapa de la transformación de datos sensibles en elementos coherentes es efecto de la Imaginación, que convierte los datos sensibles en imágenes coherentes, que tiene el poder de instituir dentro de nosotros. Así la productividad forma parte del Entendimiento mientras que la receptividad es propia de la sensibilidad.

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