Basta de basura contra el Papa

Mundo · José Luis Restán
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4 febrero 2009
Hasta la sensata Angela Merkel se ha visto arrollada por el huracán y ha cedido a la presión ambiental. La canciller alemana pide al Papa clarificaciones sobre la posición del Vaticano en torno al Holocausto. Quizás podamos recomendarle algún otorrino en Berlín y algún reconstituyente para la memoria, dado que Benedicto XVI ha repetido hasta la saciedad la condena más tajante del horror de la Shoah, la última vez hace apenas siete días al hilo de affair Williamson. Se lo brindamos a Merkel: "mientras renuevo con afecto la expresión de mi total e indiscutible solidaridad con nuestros hermanos destinatarios de la Primera Alianza, ...que la Shoah sea para todos advertencia contra el olvido, contra la negación o el reduccionismo, porque la violencia hecha contra un solo ser humano es violencia contra todos".

Pero es verdad que la bestial operación de desinformación en curso requiere un esfuerzo explicativo. El obispo Williamson, uno de los cuatro que ordenó Mons. Lefebvre en 1988, había realizado en noviembre del año pasado una declaración a la televisión sueca en la que minimizaba las dimensiones del Holocausto. Una declaración deplorable desde un punto de vista moral e histórico, que sin embargo no produjo en su momento ninguna polvareda. Pero cuando el pasado 24 de enero se hace público el gesto de misericordia del Papa que consiste en levantar la excomunión que pesaba sobre los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X, alguien mete de nuevo en el circuito televisivo la malhadada entrevista con Williamson, y la mecha prende a velocidad de vértigo. Según algunos, el Papa habría rehabilitado a un "negacionista", así que el Vaticano pondría en duda la gravedad del genocidio de los judíos durante el nazismo.

En primer lugar no ha habido rehabilitación ninguna. El Papa, a la vista del dolor expresado por los obispos tradicionalistas y teniendo en cuenta los avances en el diálogo con ellos, ha decidido levantar la pena canónica de la excomunión para facilitar que el camino hacia la unidad avance. Es un gesto de paterna misericordia ligado al ministerio de la unidad que es sustancial al ministerio de Pedro. Pero estos obispos siguen suspendidos, no están en comunión plena con la Iglesia y sólo Dios sabe cuándo llegarán a estarlo. Entre otras cosas deberán clarificar su plena aceptación del magisterio, que incluye las disposiciones del Concilio Vaticano II, como ha subrayado durante la Audiencia General Benedicto XVI. Por otra parte, la Fraternidad San Pío X, por boca de su superior, Bernard Fellay, ha rechazado las afirmaciones de Williamson y ha dejado claro que cristianos y judíos compartimos el patrimonio del Antiguo Testamento y que cualquier forma de antisemitismo es absolutamente condenable. Por último, el propio Williamson ha enviado una carta en la que pide perdón por sus disparatadas opiniones.

No vamos a entrar aquí en los posibles errores de gestión de la crisis mediática. Está claro que el Vaticano no es el Pentágono, e incluso ahí se equivocan. Pero sí podría pedirse al personal de la Curia y a otros importantes prelados europeos un poco de contención verbal para no tirarse unos a otros los trastos a la cabeza, y lo que es más importante: no dejar al Papa a la intemperie, o a los pies de los caballos. Porque para eso ya tenemos la triste retahíla de los Küng y los Boff, siempre disponibles para machacar a la Iglesia que no se pliega a sus pretensiones.

Resulta de una malicia perversa, o de una estulticia que conviene hacerse mirar, proyectar la imagen de un Benedicto XVI tolerante con el antisemitismo o con el denominado "negacionismo". Cuando el Papa Ratzinger salió por primera vez de Roma para la Jornada Mundial de la Juventud, quiso hacerse presente en la Sinagoga de Colonia para rendir homenaje a las víctimas de la Shoah. No tenía por qué hacerlo, dada la naturaleza del viaje, pero quería enviar un mensaje sobre uno de los núcleos de su pontificado: la relación intrínseca que por misterioso designio de Dios liga a judíos y cristianos hasta el final de los tiempos: "teniendo en cuenta la raíz judía del cristianismo… quien se encuentra con Jesucristo se encuentra con el judaísmo".

Después quiso visitar el campo de Auschwitz ya como Papa, después de haberlo visitado en numerosas ocasiones desde su juventud. Allí pronunció el más impresionante discurso que un cristiano haya hecho jamás sobre el exterminio de los judíos durante el nazismo: "En un lugar como éste se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto? Con esta actitud de silencio nos inclinamos profundamente en nuestro interior ante las innumerables personas que aquí sufrieron y murieron. Sin embargo, este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación, hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante". 

Y todo esto debe saberlo especialmente la señora Merkel. Más aún, lo sabe, pero ha cedido a la presión y ha querido hacer lo que los italianos llaman "una bella figura". ¿Quiere clarificaciones? Pues las tiene a mano.

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