Ayer se te apagó la luz y salió lo mejor de ti

Querida España:
Muchas veces te he escuchado decir que eres Europa y Europa es un continente viejo. Muchas veces te he visto quejarte de cosas tontas. Muchas veces te he percibido con una amargura y un cansancio que no sé muy bien de dónde salen. Muchas veces me ha parecido que partes de la sospecha en tu relación con los otros. Y una vez, me diste las gracias por ser “alegre”. España, a mí nadie me había dado las gracias por mi alegría, porque de donde yo vengo, no es raro ser alegre. Aquella vez me compadecí de ti. Pensé: “si yo, que soy un poco seria para el venezolano promedio, soy alegre para ti, España, ¡cuánta alegría te hace falta!”
Pero España, quiero decirte que nada de eso es cierto. O al menos, ayer no lo fue. Ayer, durante el Apagón Nacional, creí que los latinoamericanos que vivimos aquí estaríamos más preparados para hacerle frente a la situación porque no es nuestro primer rodeo. Esto ha pasado en Venezuela, en Argentina, en Chile… Pero claro, nadie, ni siquiera nosotros mismos, latinos, pensábamos que eso podría llegar a ocurrir aquí. Y sin embargo, cuando acontece la tragedia… España, cómo brillaste ayer entre tanta oscuridad. Brillaste en tus policías que dirigían el tráfico, en los conductores de autobuses que salvaban a los que podían de largas caminatas, en los trabajadores del Metro que salían de las entrañas de la tierra para ofrecerle direcciones a los que estaban perdidos y también una buena conversación. Brillaste, España, en la gente en las terrazas con una cerveza –en los que las pedían y en los que las servían–, en los que salían a pasear, en los que bailaban en los parques, en las plazas, o en la España profunda al bajarse de un AVE. Brillaste España, en los hombres que entraron en mi edificio a revisar si había alguien encerrado en el ascensor, en los que pusieron la radio a todo volumen en la calle, en los que aplaudieron cuando se encendió una única farola en mi avenida.
Brillaste España, en medio de la oscuridad, brillaste. Porque ayer me di cuenta de que la realidad no puede apagarse. La realidad de quiénes somos, no de quiénes decimos ser. Dirán que los españoles se quejan, pero ayer no escuché a nadie quejarse. Dirán que los españoles sospechan los unos de los otros, pero ayer nadie sospechaba al ayudar ni al dejarse ayudar. Dirán que los españoles tienen cierta amargura, cierto cansancio, pero ayer nadie estaba dispuesto a bajar los brazos. Dirán que los españoles pertencen a un país de un continente viejo, pero ayer no vi a nadie “echarse a morir”.
España, más de una vez me has dicho que los latinos hemos venido a salvarte, pero tengo que recordarte que si estamos aquí es porque tú nos has dejado estar. Y ayer, cuando creíamos los latinos que efectivamente podríamos salvarte porque ya teníamos experiencia en este tipo de catástrofes, España, te has salvado tú sola, y nos has salvado a todos en el proceso. Como te has salvado en la DANA, como te has salvado en Filomena, como te has salvado en la Pandemia. Porque si de algo me di cuenta ayer, España, es que en la adversidad no hacen falta estrategias, sino implicarse en lo que pasa. Cualquier protocolo de seguridad se queda corto ante las manos que te sacan del vagón del Metro. Cualquier advertencia de tránsito es poco ante el sitio que te deja un desconocido en su coche para acercarte a casa. Cualquier discurso, por más elaborado que sea, es poco ante lo que realmente pasa.
España ayer reconocí que la alegría que me has agradecido también vive en ti. Te parece que, quizás, yo soy más alegre porque vivo más a flor de piel esta alegría que nace cuando, en circunstancias adversas, tu humanidad crece. ¡Pero tú también tienes esta humanidad, España! ¡Somos igual de irreductibles! ¡Ante la circunstancia adversa no nos echamos a morir! No porque tú seas España y yo sea de Venezuela. Sino porque hay algo más potente que a todos nos atraviesa. ¿Qué no ves que esa alegría la reconocemos al instante cuando sucede? ¡Y con qué fuerza sucede en medio de circunstancias como la de ayer! ¡Y cómo nos atrae!
Ayer, esa alegría nos hacía irnos a las terrazas y a las plazas, y terminar compartiendo cervezas con conocidos y bailando con desconocidos. Ayer, esa alegría nos hacía mirar el cielo y decir “qué bueno que todo esto pasó en primavera”, pero con la certeza secreta de que, aunque hubiese pasado en verano o en invierno, igual le hubiésemos “metido el pecho”. Ayer, esa alegría no nos dejaba quedarnos de brazos cruzados. Nos alegrábamos de ayudar a otros, nos alegrábamos de pedir y recibir ayuda, nos alegrábamos de responder a alguien que nos llama. Y esa misma alegría nos hace ver que tenemos la vara muy alta: por menos de un civismo como el de ayer, no queremos vivir. Por menos de una unión como la de ayer, no queremos vivir. Por menos de una solidaridad como la de ayer, no queremos vivir. No queremos perder el tiempo, y así lo invertimos: en lo importante, compartiendo con otros la adversidad. No queremos desaprovechar la súbita calma, y así la empleamos: en lo importante, recogiendo ese libro, esas zapatillas de correr o esa mirada. No queremos estar a la deriva, y así nos guiamos ayer: hacia lo importante, buscando que todos estuviesen sanos y salvos en el camino, que todos, ayer, pudiesen llegar a casa. No a casa como un refugio de la adversidad –porque en casa tampoco había luz– sino llegar a casa con la certeza de que hay un mundo allá afuera, y no es tan malo ni tan viejo como nos lo han pintado.
Ayer se te apagó la luz, España, y saliste a relucir tú. Sí, te vimos a ti, entera, con todo lo que eres. Con todo lo que ser España implica.
Y yo solo sé que ayer, en medio de semejante circunstancia, me enamoré más de ti.
Tú me has dado las gracias por mi alegría, y yo te doy las gracias por hacerme sonreír.
Una venezolana que, a pesar de la adversidad, se siente en casa estando en ti,
Isabella.
- Foto de portada: Agencia EFE/ Borja Sánchez-Trillo
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