Atrapados en su exageración

España · Juan Bautista Milián Querol, vicesecretario de Estudios del PPC
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26 enero 2018
El exdiputado del PPC analiza para paginasDigital.es en este artículo la situación que vive Cataluña cuando faltan horas para el pleno de investidura.

El exdiputado del PPC analiza para www.paginasdigital.es en este artículo la situación que vive Cataluña cuando faltan horas para el pleno de investidura.

La exageración es un recurso retórico que actúa como una droga, según Mark Thompson. Proporciona un primer subidón al hacerte sentir el centro de atención, pero con el paso del tiempo requiere mayores dosis para lograr la misma euforia y los efectos negativos se van abriendo paso hasta destrozar una vida política. Así, el periodista británico en su magnífico libro Sin palabras (editorial Debate) advierte que “sin darte ni cuenta, te descubrirás representando un papel de reparto en un rancio culebrón político, y tu capacidad de hacerte oír en asuntos de entidad se perderá para siempre”.

Puigdemont está cerca de convertirse oficialmente en un lastre para todo el mundo. Sus últimas provocaciones son el preludio de su ocaso. En un panorama socioelectoral fragmentado y polarizado, similar al de muchos países occidentales, su discurso emocional y a la contra tiene un público garantizado que, en este caso, le ha otorgado 34 de los 135 diputados del nuevo Parlament. Sin embargo, la retórica de la exageración y la mentira tiene unos límites. La farsa siempre llega a su fin. En TV3 puedes cosechar aplausos proclamando que España es una dictadura y comparando a Rajoy con Hitler como así hizo el candidato de ERC, Ramón Cotarelo, el pasado sábado, pero fuera de esos entornos mediáticamente contaminados las mentiras tienen las patas muy cortas. Lo pudimos observar en Copenhague donde el discurso de Puigdemont olió más que nunca a mentira podrida. El político prófugo no supo contestar ninguna de las preguntas de la profesora Marlene Wind. Exageraciones, mentiras, ridículo. Queda clara la razón por la cual Puigdemont siempre ha sido alérgico al debate. Nunca quiso acudir al Congreso, al Senado o a la Conferencia de Presidentes autonómicos a defender su proyecto. Lo suyo es algo más postmoderno que el diálogo o la racionalidad.

Sin embargo, esta actitud de troll de Twitter complica la vida a sus compañeros y socios. Ahora éstos saben que romper una democracia europea no es un juego de niños. Se han dado cuenta de que el imperio de la ley no es un eslogan. Pero la retórica de la exageración les tiene atrapados. Cómo ceder ante el “totalitarismo español”. “España no es una democracia”, dicen. Cómo abandonar a su “presidente en el exilio”. Si en la legislatura pasada el juego retórico consistía en hacer creer a sus votantes que estaban dispuestos a todo para instaurar su república a la vez que pretendían mostrarse ante la Justicia como unos campeones del cumplimiento de la ley; en los inicios de ésta, el engaño está en apartar a Puigdemont sin que parezca una traición. Y es que el expresidente a la fuga se ha convertido en un obstáculo para que los partidos independentistas alcancen su objetivo más preciado: hacerse con el poder, instalarse de nuevo en la Generalitat. De hecho, se les nota demasiado la decepción por la negativa del juez Llarena a reactivar la euroorden que podría haber supuesto la detención de Puigdemont.

Ningún partido le quiere pero no pueden escapar al bucle de exageraciones y mentiras. No hay ningún liderazgo que haga cambiar el rumbo del separatismo; por lo que harán lo que han hecho en los últimos años. Decir una cosa mientras intentan otra. Hacer ver que intentan en serio la investidura de Puigdemont mientras le guardan un puesto en la papelera de la Historia, justo al lado de su antecesor, Artur Mas. No hay presidencia posible para Puigdemont. O buscan a otro candidato o vamos a elecciones. Y dado que el objetivo del nacionalismo –recordemos– es el poder, la primera opción parece más probable. Eso sí, el rancio culebrón político está servido.

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