Atención a Campa

España · Fernando de Haro
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7 enero 2010
La primera palabra sincera y clara del Gobierno sobre la dimensión de la crisis la ha dicho este miércoles José Manuel Campa. Después de escuchar a Zapatero repetir hasta la saciedad que estábamos en los umbrales del comienzo de la primeras manifestaciones de una mejoría, por fin realismo. El secretario de Estado de Economía -profesor de finanzas del IESE, prestigiosa escuela de negocios de la Universidad de Navarra- lo ha dejado claro: no volveremos a una tasa de paro del 8 por ciento, la que teníamos antes de 2008, hasta dentro de 5 años.

No habrá creación de empleo neto hasta 2011. Los comentarios de Campa llegaban horas después de que se hicieran públicos los datos de paro registrado del INEM con los que se ha cerrado 2009. Casi 4 millones de parados, 2 millones más que hace 2 años. Las cifras están suavizadas porque hay ya muchos que ni se apuntan en el INEM y los cursos de formación "ocultan a los desempleados". El dato más preciso lo conoceremos dentro de unas semanas cuando se haga pública la EPA, la cifra de parados puede acercarse a 4.500.000. La tasa de paro, en este momento en el 18 por ciento, dependerá de cómo haya evolucionado la población activa. Ya en la encuesta del tercer trimestre había descendido de forma considerable. Se suavizaron las estadísticas y quedó retratado el drama de los que ya ni buscan trabajo. Campa no se atreve a pronosticar cuándo volveremos a tener 19,5 millones de cotizantes a la Seguridad Social, los que teníamos antes de la crisis. Ahora estamos en 17,8 millones. Los cotizantes a la Seguridad Social son un indicador decisivo del empleo real, del empleo regular, del que no forma parte de la economía sumergida.

Campa nos ha puesto ante el difícil porvenir que tenemos por delante. Los ritmos de recuperación de la economía española nos sitúan en una crisis como la de comienzos de los años 90, cuando una generación entera de jóvenes no conseguía entrar en el mercado de trabajo, cuando todo el país parecía paralizado. Campa es un cuerpo extraño en el Gobierno. Tuvo que retrasar su toma de posesión porque, antes de ser nombrado, había firmado un documento en el que reclamaba, con 100 economistas más, la eliminación del contrato a tiempo parcial y el abaratamiento del despido del contrato indefinido. Eso de lo que no quiere hablar Zapatero. Campa apuesta por retrasar la edad de jubilación, apostó en su momento por la congelación del sueldo de los funcionarios y ahora quiere una reforma laboral para reducir la temporalidad. Campa recuerda que el 40 por ciento de los trabajadores en España están en el paro o tienen un contrato temporal. Algunos dicen que Campa ha hablado del "rey desnudo" porque, por fin, el Gobierno se ha dado cuenta de que la reforma laboral que tanto anuncia no puede quedarse en un simple incentivo para la contratación de jóvenes, fórmula que no funciona, y en algunos arreglitos más. Algunos dicen que Campa es el ariete para empezar a cambiar el discurso de Zapatero que ha repetido hasta la saciedad eso de que la protección social no se toca. Sería una buena señal. A lo peor Campa habla por su cuenta y riesgo y en la próxima remodelación de Gobierno, la que ya que parece tan cercana, forma parte del ilustre cuerpo de secretarios de Estado y ministros de Economía amortizados.

Las soluciones técnicas de Campa para superar la llamada dualidad del mercado laboral  forman parte ya de una especie de consenso que comparten todos los expertos nacionales e internacionales. Pero su pronóstico nos pone ante la evidencia de que es necesaria una respuesta no sólo técnica sino cultural. No basta con señalar que la crisis, además de ser económica, es una crisis de valores. La denuncia moral, moralismo en muchos casos, sirve poco cuando se tiene que afrontar un largo período de empobrecimiento como el que España tiene por delante. Necesitamos comprender qué tipo de educación necesitamos; qué forma de organizar el Estado que no sofoque la iniciativa social; qué tipo de experiencia humana nos puede hacer superar un individualismo que nos bloquea; y sobre todo, qué sentido tiene el trabajo, convertido en bien escaso, cómo podemos construir de un modo diferente.

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