Asís, veinticinco años después

Cultura · José Luis Restán
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3 enero 2011
El 1 de enero ha sido una jornada dramática en la que conocíamos un nuevo asesinato en masa de cristianos, esta vez en Egipto. La persecución se escribe ya con letras mayúsculas en las portadas de algunos medios de comunicación occidentales, y en estos días de buenos deseos no podemos ocultar que se ha abierto un período histórico nuevo, de consecuencias incalculables, en lo que se refiere a la violación sistemática de la libertad religiosa en el mundo, muy especialmente la de los cristianos. En ese contexto, y con la carta de presentación de su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, Benedicto XVI ha sorprendido invitando a los líderes religiosos de todo el mundo a un nuevo encuentro de oración por la paz en Asís.

Ha explicado que desea hacer memoria del gesto histórico llevado a cabo por Juan Pablo II en 1986 en Asís, para renovar solemnemente el compromiso de los creyentes de toda religión de vivir la propia fe religiosa como servicio a la causa de la paz. Y ha añadido este juicio significativo: "quien está en camino hacia Dios no puede dejar de transmitir paz, quien construye paz no puede dejar de acercarse a Dios". Podemos recordar el impacto mundial que supuso la convocatoria de Asís, marcada por el carisma del Papa Wojtyla. Era la primera vez en la historia que se producía un gesto semejante y junto a la expectación suscitada no faltaron murmullos y enfados en algunos sectores por la forma en que se había desarrollado, una forma que algunos acusaron (de manera a todas luces injusta) de sincretismo.

La certeza fundamental de que la verdadera religiosidad es fuente de paz, y de que utilizar a Dios para justificar la violencia es una blasfemia, sigue inspirando esta nueva convocatoria. Pero el contexto histórico en que se producirá ha cambiado mucho, y para mal. Además Benedicto XVI ha iniciado con decisión un ajuste fino de los planteamientos del diálogo interreligioso, y a buen seguro que eso se va a notar en el planteamiento del gesto.

En cuanto al momento histórico no es preciso entrar ahora en detalle. En Oriente Medio se está desarrollando una campaña de exterminio de las comunidades cristianas, condenada con demasiada levedad e irrelevancia por parte de las autoridades islámicas, sin que los gobiernos "amigos" de Occidente pongan apenas carne en el asador para proteger a quienes son sus ciudadanos, y sin que la ONU y demás instituciones de la llamada comunidad internacional tomen cartas en el asunto. Pero también hay señales de intensa preocupación en países tan importantes como Indonesia, y los pogromos anti-cristianos se suceden también en algunas regiones de la India, que antaño presumía de una benéfica tolerancia. Éstas son cosas que no pueden quedar al margen el próximo mes de octubre en Asís, desde luego Benedicto XVI no lo consentirá.

Por otra parte la reorientación del diálogo interreligioso puede considerarse justamente como una de las claves de este pontificado. Y aunque el encuentro de Asís será fundamentalmente un momento de oración, es evidente que éste se inscribe en el marco de dicho diálogo. En varias ocasiones Benedicto XVI ha advertido contra un planteamiento demasiado superficial del diálogo, que se contenta con crear un clima de simpatía recíproca y con encontrar algunos puntos de colaboración práctica. "Hemos evitado quizás la responsabilidad de discutir nuestras diferencias con calma y claridad", mientras que en el diálogo auténtico es preciso "escuchar con atención la voz de la verdad", advertía el Papa a los líderes religiosos en Washington.   

Para la Iglesia, el objetivo último del diálogo es siempre la búsqueda de la verdad, y su motivación no es otra que la urgencia de la caridad. El Papa quiere situar en el centro del diálogo con las religiones no cristianas (lo hemos visto ya claramente en el caso del islam) las cuestiones esenciales de la vida humana: ¿cuáles son su origen y su destino?, ¿qué son el bien y el mal?, ¿qué le espera al hombre al final de su existencia terrena?  

Por todo lo dicho, la cuestión de la libertad religiosa con todas sus implicaciones tiene que ocupar el centro de la escena en todo verdadero diálogo. Y hay que lamentar que en un diálogo que con frecuencia se decantaba casi exclusivamente por cuestiones de colaboración práctica, la cuestión de la libertad no resonara con la debida agudeza y amplitud. Esos tiempos han llegado a su fin, porque como dijo Benedicto XVI en el mencionado discurso de Washington, "el deber de defender la libertad religiosa nunca termina", y eso implica afrontar sin ambages cuestiones como la educación religiosa en las escuelas, el proceso de conversión, la reciprocidad y la dimensión pública de la fe religiosa. Son cuestiones cruciales y dolorosas, no sólo en el mundo islámico, sino también en las áreas de predominio hinduista, budista y judío. Y mientras no se avance en este campo, podemos dudar legítimamente del camino emprendido.  

La convocatoria de Asís es algo muy serio. Y creo que sería impensable sin los ladrillos que el Papa ha puesto, con no poco esfuerzo y sufrimiento, a lo largo de su pontificado: los discursos de Ratisbona y de Ammán; su diálogo teológico con el judaísmo, su visita histórica a Auswitch y su discurso en el Museo Yad Vashem de Jerusalén; y por supuesto, su incansable, lúcida y valiente defensa de la libertad religiosa, cuyos últimos exponentes han sido el mensaje para este 1 de enero y su denuncia de las masacres de cristianos en Iraq y Egipto. Por cierto, es un mal presagio que el imán de Al-Azhar, en El Cairo, haya calificado de "ingerencia" la condena del Papa a la masacre de cristianos coptos en la Iglesia de los Santos en Alejandría. Así entienden algunos el diálogo. Éste es el telón de fondo que espera al encuentro de oración de Asís del próximo mes de octubre. Audaz y trascendental iniciativa de Benedicto XVI. Por cierto, la mayor parte de la gran prensa occidental (no digamos la española) sigue en la ignorancia culpable, cuando no en la perversión ideológica.   

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