Asia Bibi y el poder islamista en Paquistán

Mundo · Tasnim Altaf Butt
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24 enero 2019
El 31 de octubre de 2018, el Tribunal Supremo paquistaní ordenó la liberación de Asia Bibi, la mujer cristiana y madre de familia condenada a muerte en 2010 por blasfemia tras una banal disputa en un pueblo rural. Pero la cuestión sigue lejos de resolverse. Las autoridades paquistaníes tardaron unos días en dejarla salir, trasladándola a una localidad secreta donde espera el asilo de algún país occidental, como Alemania, Francia o Canadá. Sin embargo, parece que su partida podría provocar una grave crisis política y desde su liberación se han producido violentas manifestaciones de islamistas que durante tres días paralizaron el país y obligaron al gobierno a aceptar una revisión de la sentencia, entre otras cosas impidiendo que Asia Bibi salga del país.

El 31 de octubre de 2018, el Tribunal Supremo paquistaní ordenó la liberación de Asia Bibi, la mujer cristiana y madre de familia condenada a muerte en 2010 por blasfemia tras una banal disputa en un pueblo rural. Pero la cuestión sigue lejos de resolverse. Las autoridades paquistaníes tardaron unos días en dejarla salir, trasladándola a una localidad secreta donde espera el asilo de algún país occidental, como Alemania, Francia o Canadá. Sin embargo, parece que su partida podría provocar una grave crisis política y desde su liberación se han producido violentas manifestaciones de islamistas que durante tres días paralizaron el país y obligaron al gobierno a aceptar una revisión de la sentencia, entre otras cosas impidiendo que Asia Bibi salga del país.

La paradoja paquistaní: pocos islamistas, pero poderosos

Dejando al margen los aspectos jurídicos, el caso de Asia Bibi ha puesto en evidencia la influencia que ejercen en Paquistán los partidos islamistas que, si bien rechazados en las urnas y políticamente minoritarios, han logrado imponer su voluntad al Estado. Por ejemplo, en 2017 bloquearon las principales autopistas de la capital con violentas manifestaciones contra un pequeño cambio en la ley electoral que permitiría a la minoría musulmana ahmadí participar en las elecciones.

Aunque el gobierno se empeñó en rectificar el “error”, los islamistas siguieron presionando hasta obtener no solo la dimisión del ministro de Justicia, Zahid Hamid, sino también la liberación de sus activistas. En general, concesiones como estas comprometen la autoridad del Estado paquistaní, al que le resulta muy complicado gestionar el factor islamista.

El contexto islamista en Paquistán

Ante todo hay que distinguir entre islamistas y yihadistas. Los primeros actúan generalmente dentro de un escenario institucional. Se suelen constituir en auténticos partidos políticos, con programas y afiliados, reconocen la legitimidad del Estado paquistaní y aceptan el método electoral como vía privilegiada de acceso al poder. Por el contrario, los yihadistas se constituyen en grupos armados que, sobre todo en el caso de los más organizados, tienen secciones dedicadas a la predicación. No reconocen la legitimidad del Estado y en general no participan en las elecciones. Desde esta perspectiva, la violencia se erige para ellos como la única vía de acceso al poder.

Los movimientos islamistas y yihadistas son muy numerosos en Paquistán. Entre ellos se encuentran tanto los sunitas como los chiítas. Los sunitas se dividen en tres grupos principales: los barelvi, los deobandi y los Ahl-e-Hadith, a los que hay que añadir Jamaat-i-Islami, un partido político que no hace referencia a ningún grupo en concreto.

Los tres primeros evidencian una fractura histórica en el islam sunita del subcontinente indio que se remonta al periodo colonial, entre reformistas y no reformistas. Los deobandi son los primeros que fundan un movimiento religioso en Deobando, un pequeño pueblo no muy lejos de Delhi, donde en 1867 una pequeña escuela coránica inauguró lo que llegaría a ser una de las redes más grandes de madrasas en Asia meridional. En Paquistán controlan actualmente más del 60% de las escuelas coránicas, aunque solo representan al 20% de los musulmanes sunitas. La escuela deobandi es reformista en el sentido de que pretende purificar el islam de los préstamos culturales procedentes de los hindús, con quienes los musulmanes cohabitaron durante siglos, y de las supersticiones populares ligadas habitualmente a derivas del sufismo, con el objetivo de devolverlo a sus orígenes árabes. Esta lectura del islam lleva a los deobandi a criticar duramente a los demás musulmanes, cuya mayoría, hoy igual que ayer, se adhiere precisamente a este islam “sincrético” que ellos denuncian con fuerza.

El rechazo al islam popular se ve aún más pronunciado entre los Ahl-e-Hadith. Este movimiento religioso, fundado en torno a 1860 por una clase noble musulmana en declive a causa de la colonización, lleva aún más lejos la reforma del islam. No solo condena las derivas vinculadas al sufismo, sino al sufismo en sí, considerado como un fenómeno ajeno al islam. Los Ahl-e-Hadith rechazan también las cuatro escuelas jurídicas del islam sunita, pues para ellos el primado del Corán y los hadith (hechos y dichos del profeta) debe ser absoluto. Elitista, al menos en sus comienzos, este movimiento cuenta con pocos adeptos en Paquistán. Solo el 10% de los musulmanes se habría sumado a esta lectura ultra-rigurosa del islam. Los Ahl-e-Hadith representan la corriente salafita de Paquistán.

Para proteger sus tradiciones y ritos ancestrales de los ataques y críticas de los deobandi y de los Ahl-e-Hadith, los defensores del islam popular/sufita fundaron su movimiento religioso en Bareilly, un pueblo en la periferia de Delhi que a finales del siglo XIX dará nombre al movimiento de barelvi. Antirreformistas, pretender preservar el islam en la forma en que se practicaba en el subcontinente indio y no como era cuando nació en Arabia en el siglo VII. Sacralizan al profeta y tienen una devoción desmedida con sus descendientes. Algunos de ellos, elevados a la condición de santos, según el credo barelvi tendrían facultades sobrenaturales que les permitirían, vivos o muertos, atender las oraciones de los hombres intercediendo en su favor ante Dios, tanto en este mundo como en el momento del juicio final. Muchos de los ritos practicados por los barelvi tienen lugar en las tumbas de estos santos, muchos de ellos fundadores o líderes de importantes hermandades, cuyos aniversarios se festejan con gran fervor religioso.

Los musulmanes barelvi, mayoritarios en Paquistán, constituyen más del 60% de los sunitas del país. Los deobandi y los Ahl-e-Hadith condenan su credo en virtud del hecho de que el culto debe reservarse exclusivamente a Dios, único dispensador de bienes materiales e inmateriales, y único salvador de almas, una prerrogativa que no deja espacio a interferencias humanas ni tampoco proféticas. Reconociendo ciertos poderes divinos a los santos, los barelvi resultan culpables de “shirk” (asociar a alguien a Dios), el pecado supremo, sobre todo para los Ahl-e-Hadith.

Un chiísmo igualmente dividido

Si el sunismo está dividido en su seno, tampoco el chiísmo paquistaní resulta muy homogéneo. Este se divide principalmente entre los duodecimanos y los ismaelitas, aunque cada grupo cuenta con numerosos subgrupos más marginales. Políticamente los duodecimanos están más organizados. En total, casi el 15-20% de los musulmanes paquistaníes son chiítas.

Los principales partidos islamistas en Paquistán

Los partidos islamistas y los movimientos yihadistas que en este momento causan estragos en Paquistán se han ido estructurando a lo largo de las grandes rupturas históricas del sunismo. Sin embargo, los partidos deobandi, Ahl-e-Hadith y barelvi no son grupos monolíticos. Si bien la cuestión de la legitimidad para representar al islam los contrapone a nivel social, político e ideológico, las rivalidades internas de los propios grupos son feroces y suelen girar en torno a luchas de liderazgo y control de las mezquitas, las madrasas y las sociedades de predicación, así como los ingresos que todo ello genera.

A pesar de que existe una pluralidad de instituciones, muchas de ellas fruto de escisiones desde los años 80, a nivel político los deobandi actúan a través de las Jamiat-Ulema-i-Islam (JUI). El partido político más significativo para los Ahl-e-Hadith es el Markazi Jamiat Ahl-e-Hadith (MJAH) mientras que los barelvi actúan en el seno del Jamiat-Ulema-i-Pakistan (JUP). La representación chiíta, en cambio, está garantizada en el Tehrik-e-Jafaria Pakistan (TJP). Conviene tener en mente que todas estas formaciones son partidos de ulemas, por tanto fundados y dirigidos por hombres religiosos.

Por el contrario, la Jamaat-i-Islami nunca ha estado bajo el control de ulemas. Su fundador, Sayyid Abul ala Mawdudi (1903-1979), es uno de los grandes teóricos del islam político. La dirección y los miembros de este partido no tienen en gran consideración a los mullah, a quienes consideran responsables del declive musulmán. Para los jamaati, el aprendizaje de las ciencias modernas es tan importante como el de las ciencias religiosas. Además, consideran que la guía del mundo musulmán no debe confiarse a los ulemas, cuyo oscurantismo es precisamente lo que ha llevado a los musulmanes a la ruina. La Jamaat-i-Islami no reivindica particularismos identitarios. El partido se pone por encima de la mezcla y exhibe un enfoque no sectario incluso frente a los chiítas, aunque no excluye la posibilidad de hacer críticas. Lo que lo distingue de los partidos de los ulemas es sobre todo la sacralización de la política. De hecho, Mawdudi consideraba que la fe pura no era suficiente, sino que la implicación en el espacio público era esencial para la salvación del alma. El creyente debe actuar y militar en favor de un orden islámico que desemboque en el adviento de un Estado islámico. La militancia política se eleva al rango de obligación religiosa, del mismo modo que la oración y el ayuno. Ideológicamente, la Jamat-i-Islami es próxima a los Hermanos Musulmanes, activos en el mundo árabe. Sin embargo, al contrario que sus homólogos, su enfoque elitista y sus criterios de reclutamiento limitan el número de sus miembros y defensores.

Si bien todos estos partidos islamistas luchan por la aplicación de la sharía y la instauración de un Estado islámico, se diferencian tanto en su interpretación como en su definición de este orden político islámico que querrían instaurar algún día en Paquistán. A la espera de su materialización, hecho poco probable en el contexto paquistaní, los partidos islamistas compiten por el mercado político, aunque este les reserva un puesto limitado. Con la excepción del 11% alcanzado en 2002 mediante una coalición política (Muttahida Majlis-e-Amal), los partidos islamistas nunca han conseguido convencer a los electores.

Actores políticos con los que hay que contar

Sin embargo, que sean desdeñados en las urnas no significa que estos partidos sean menos influyentes. En primer lugar porque, por encima de todo, disponen de varios escaños en el Parlamento federal, aunque su presencia sea más pronunciada a nivel provincial. Además, llegaron a implantarse en las estructuras estatales sobre todo durante las dictaduras militares de 1977-1988 y 1999-2008. También tienen vínculos con el ejército, bajo cuya supervisión y colaboración llevaron la yihad contra los soviéticos a Afganistán (1979-1989). Por otra parte, es en esta época cuando estos partidos contribuyeron a la formación de los movimientos yihadistas que entonces sacudieron con fuerza este país. Los islamistas disponen además de un vasto arsenal de medios disuasorios, entre los que se distinguen por su eficacia las incitaciones al odio, que en el pasado llevaron a los fanáticos a realizar atentados selectivos pero también y sobre todo a las movilizaciones en la calle, que estuvieron a punto de paralizar la vida socioeconómica del país, causando un importante daño al gobierno. Por tanto, los islamistas son temidos en política.

Blasfemia: terreno fértil para el radicalismo islamista

Concurrentes y antagonistas, estos partidos comparten las grandes cuestiones islámicas. La blasfemia es una de ellas. Todos los partidos islamistas, ya sean sunitas o chiítas, condenan la blasfemia y legitiman la pena de muerte por este “crimen”. Sin embargo, estos partidos no están en el origen de los problemas relacionados con el caso de Asia Bibi.

El movimiento más activo en este caso es un recién llegado a la escena política, el Tehreek-e-Labaik Ya Rasulallah Pakistan (LTYRP). Fundado por un pequeño mulá que responde al nombre de Khadim Hussain Rizvi, este movimiento barelvi, marginal hasta hace poco, pretende preservar el honor del Profeta persiguiendo a los herejes hasta morir. Bajo el efecto de sus prédicas, los casos de linchamiento a los “impíos” se han multiplicado de manera exponencial. Este movimiento ha dado origen recientemente a un partido político llamado Tehreek-e-Labaik Pakistan (TLP), que ha pillado a todos de sorpresa en las elecciones de 2018, consiguiendo dos escaños en la asamblea provincial del Sindh, toda una hazaña pues se trataba de su primera participación electoral. Desde el anuncio de la liberación de Asia Bibi, este movimiento se dedica a promover su asesinato, así como el de los jueces que la han absoluto, y llaman a un motín militar. Por el momento, Khadim Rizvi está en orden de captura por rebelión y terrorismo. Sin embargo, es poco probable que este arresto pueda aplacar el ardor homicida de sus secuaces. La cuestión islamista contamina la vida social y política de Paquistán más que nunca.

Oasis

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