Así esperamos el Habemus Papam

Mundo · Lorenzo Albacete
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13 marzo 2013
Hace unos años, durante la semana de Pascua, me llamaron para dirigir un retiro de sacerdotes en Florida. Naturalmente, llegué tarde a mi primera lección, así que decidí esperar sentado a la orilla del río que atravesaba el lugar donde se erigía la casa donde se desarrollaba el retiro. Desde allí podía escuchar a los sacerdotes mientras cantaban los salmos pascuales en la capilla.

Hace unos años, durante la semana de Pascua, me llamaron para dirigir un retiro de sacerdotes en Florida. Naturalmente, llegué tarde a mi primera lección, así que decidí esperar sentado a la orilla del río que atravesaba el lugar donde se erigía la casa donde se desarrollaba el retiro. Desde allí podía escuchar a los sacerdotes mientras cantaban los salmos pascuales en la capilla.

Me puse a reflexionar sobre cómo, en las Escrituras y en los himnos litúrgicos, el misterioso evento de la Resurrección de Cristo va unido a toda suerte de sorprendentes eventos naturales, como montañas que se levantan, árboles que baten sus palmas y ´cantan de alegría´, etc. Y me pregunté: en el momento preciso en que tuvo lugar la Resurrección, ¿todos esos fenómenos naturales se sentirían, al menos en parte, en este lugar, a la orilla de este río? ¿Alguno de estos árboles batiría, aunque fuera ligeramente, sus palmas? ¿O es sólo un modo de hablar? La Resurrección misma, ¿es un modo de hablar? Si sólo es eso, me dije, entonces entro en la capilla y le digo a los sacerdotes que se vayan a casa, que dejen de cantar canciones infantiles, donde las montañas se elevan y los árboles cantan. Cualquier cosa que sucediera entonces en aquella tumba de Jerusalén debe haber sido un evento con una dimensión física, y no un modo de expresar una verdad espiritual, de otro modo el cristianismo sería sólo una forma anticuada de expresarse.

Pero mi intención no es escribir una homilía pascual. He citado aquella experiencia que tuve porque ha vuelto a mi memoria por el modo en que está siendo descrito el evento que atrae, por encima de todas las demás noticias, la atención de todos los medios, radios, televisiones, periódicos, es decir, la elección del nuevo Papa.

Los periodistas más famosos del mundo se dan cita en Roma para cubrir el evento, y la cobertura en general está siendo correcta, a pesar de que muchos conocen a la Iglesia católica grosso modo lo mismo que yo sé de la Liga Nacional de Fútbol. Sus reportajes intentan explicar los hechos de Roma como si se tratase de la elección de un presidente de los Estados Unidos y algunas de sus argumentaciones son inteligentes y apropiadas. Incluso se aborda la base religiosa de lo que está sucediendo y se habla de oración y del Espíritu Santo.

Sin embargo, resultan poquísimos los que consiguen evitar del todo el error citado al inicio de este artículo, pues se habla de una Iglesia en busca de un líder lo suficientemente fuerte y capaz de hacer limpieza en una administración sacudida por los escándalos y, al mismo tiempo, lo suficientemente espiritual como para atraer a aquellos que se encuentran expuestos a la concurrencia de otras religiones y de un secularismo amenazante.

Pero no es así como nosotros concebimos la misión del Papa. Antes de ser un con un trabajo que hacer, el Papa es alguien enviado a nosotros para que les podamos oír, ver y tocar, cuya presencia física es lo que le une a Cristo. Es el custodio de la Encarnación. De otro modo, tanto él como su séquito y todas estas ceremonias serían sólo un modo de hablar.

Por eso esta semana estamos tan ansiosos por escuchar finalmente aquel anuncio: Habemus Papam.

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