Arzúa (17-07-2014)
El caminante escribe desde cualquier sitio donde pueda sentir menos dolor en las piernas. Los huesos hoy parecen de mantequilla. Los casi 29 kilómetros se han hecho realmente duros, incluso muy duros. Hemos parado en cada una de las iglesias para rezar por buenas intenciones y por algunas almas, que esperamos estén ya en el Cielo.
La marcha empieza de nuevo temprano y enseguida subiendo. Día de viajar por frondosas veredas repletas de abedules, castaños, eucaliptos, pinos, hayas y melojares o rebollares (aquí llamados “carballeiras”). Día también de toboganes sin fin. El caminante aprende pronto que si el camino baja es porque después subirá, y si sube es porque después bajará para salvar algún riachuelo. Hileras de hormiguitas con la mochila a cuestas se lo disputan. El camino es hoy largo y sinuoso (“The long and winding road”, The Beatles), a veces incluso tortuoso. No hay dos caminos iguales, como tampoco hay dos caminantes idénticos. Pero para los árboles, el granito y las vacas que decoran el paisaje, seguramente sólo hay un solo camino y, quizás, cada día, siempre existan tan sólo los mismos caminantes repetidos recorriéndolo una y otra vez sin descanso. Hoy he querido encontrar la huella del camino. Y lo hemos hecho fijándonos en nuestros propios pasos y figurándonos cómo fueron realmente los pasos de los antiguos peregrinos: dónde pisaron y qué piedras de las que pisábamos nosotros pisaron ellos. Tarea ardua si no se pone mucha imaginación. Pero donde este viajero sí encontró su recuerdo fue en las “igrexias” románicas como la de Leboreiro, que, hoy sí, abiertas, reciben como antaño con amor al peregrino para sellar la credencial y poder disfrutar de un momento de recogimiento ante el Santísisimo y ante los Jacobos de turno en los altares. El Camino de Santiago es un camino de Iglesia y de iglesias donde curiosamente sólo unos pocos buscan consuelo al dolor del día y al sufrimiento de la jornada. Los más pasan ensimismados en su propio reto sin siquiera fijarse en que el alma del Camino vive adyacente al mismo bajo los cruceiros , los antiguos hospitales ya desaparecidos y las ermitas románicas y sus cuidados cementerios perimetrales aún en pie.
Hoy hemos superado un reto y sobrepasado preciosos pueblos como Furelos, hemos vencido la tentación de quedarnos a mitad de camino en Melide, famoso por su pulpo y donde se allegan los peregrinos del Camino Primitivo, y hemos superado también las delicias y el remanso de paz de Ribadiso, a la vera del río Iso, hasta alcanzar por fin la localidad de Arzúa, afamado por sus fantásticos quesos, ya en la provincia de La Coruña. El caminante ha sido capaz de hacerse amigos y de charlar con algunos de ellos durante la fatigosa jornada. Hoy también ha sido el día ideal para interiorizar la huella del camino y comprender que hollamos un camino ancestral de piedra y de granito y de que cada piedra del camino, por pequeña que sea, tienen un porqué oculto y trascendente. El caminante reflexiona y se sorprende al imaginar los miles y millones de pasos y de huellas que quedan cada día en el Camino para la posteridad del próximo peregrino que acierte a descubrirlas en sus meditaciones interiores. Y se le anima el alma al presentir que serán muchos los que mañana podrán recoger las huellas que hoy hemos sembrado con nuestras piernas al borde del camino. Pero todo tiene un fin, y el caminante que suscribe decide, después de saciar el alma, recomponer también el cuerpo cenando con dos buenos amigos de Alcázar de San Juan, José Luis y Carlos, un pulpo a feria con un buen tazón de viño do País y retirarse a descansar para afrontar con alguna garantía la larga jornada que aguarda en la mochila.