Arte y maravilla en El Escorial

Cultura · Mª Fe Viñarás Tundidor
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8 enero 2014
El 23 de abril de 1563, previas oraciones de rodillas del arquitecto, Juan Bautista de Toledo, el prior y el contador de las obras, se ponía la 1ª piedra del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Unos meses después, con más solemnidad y ante la presencia de su fundador, Felipe II, se ponía la 1ª de la basílica. Para conmemorar los 450 años del inicio de las obras, se inauguró en septiembre del 2013 una exposición en el Palacio Real de Madrid titulada De el Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Aquí se puede ver hasta el 12 de enero, pero tendrá una 2º sede este año en San Lorenzo de El Escorial, en La casa de Oficios, frente a la fachada N. del monasterio (a fecha de hoy Patrimonio Nacional todavía no puede decir el día de la inauguración).

El 23 de abril de 1563, previas oraciones de rodillas del arquitecto, Juan Bautista de Toledo, el prior y el contador de las obras, se ponía la 1ª piedra del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Unos meses después, con más solemnidad y ante la presencia de su fundador, Felipe II, se ponía la 1ª de la basílica. Para conmemorar los 450 años del inicio de las obras, se inauguró en septiembre del 2013 una exposición en el Palacio Real de Madrid titulada De el Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Aquí se puede ver hasta el 12 de enero, pero tendrá una 2º sede este año en San Lorenzo de El Escorial, en La casa de Oficios, frente a la fachada N. del monasterio (a fecha de hoy Patrimonio Nacional todavía no puede decir el día de la inauguración).

Hay que empezar por decir que el título no es muy afortunado, ya que hace pensar en una muestra de pintura centrada en unos maestros y tiempo muy concreto, el que va de El Bosco a Tiziano. Sin embargo el proyecto expositivo responde a un propósito distinto, muy ambicioso y complejo, que según expone en el catálogo su comisario, Fernando Checa, es el de “avanzar en el conocimiento de los fundamentos culturales e ideológicos del conjunto de obras de arte con el que Felipe II dotó al monasterio de El Escorial entre 1563 y 1598, sin olvidar en ningún momento su propia arquitectura clasicista”. En el mismo texto explica que lo hace a partir de 3 conceptos fundamentales, propios del Renacimiento y de la forma de entender la Contrarreforma de su fundador: “ Maravilla” o “cámara de maravillas”, “espejo de la sabiduría divina” y “archivo sacro”. Estas 3 ideas aclaran y precisan el sentido de este monumento, que son la que dirigieron su construcción e utilización durante la vida de Felipe II, y las que articularon arte, poder y religión en una unidad que no sólo se materializa en el continente, sino también en el contenido, es decir, en los objetos muebles.

La base para el estudio de todos estos objetos es la abundante documentación que generó y que ha llegado a nuestros días, excepcional para una fundación de esa época, entre  la que destacan “Los libros de entregas”, especie de registro de entrada del ornato del edificio, que se han publicado completos por 1ª vez y bajo la dirección del comisario de esta exposición en noviembre pasado.

La exposición pretende llamarnos la atención y hacernos comprender y apreciar mejor el sentido de estas entregas, mostrando en una pequeña selección de 55 objetos, aquéllos que destacan por su calidad y espectacularidad, muchos no expuestos en la visita normal del Monasterio. Aunque la mayoría pertenecen a Patrimonio Nacional, hay algunos préstamos de la Biblioteca Nacional, Museo del Prado, Museo del Louvre, National Gallery de Londres y la National Gallery de Dublín.

Se nos introduce en la exposición con la serie completa de los 11 diseños de Juan de Herrera grabados por Perret, para que veamos su relación con esas “microarquitecturas” que son muchos de los relicarios, algunos tan impresionantes como el que reproduce el antiguo Duomo de Milán. Las mismas formas geométricas y relaciones de proporción rigen en lo grande como en lo más pequeño, dando una sensación de armonía y unidad. Hay un sentido estético con referencias claras a la Antigüedad, sobretodo Vitrubio, pero con una lectura cristiana basada en los escritos de San Agustín (De vera religione, De ordo y, sobretodo, De Civitas Dei). El monasterio sería así un reflejo de la sabiduría divina y una “Ciudad de Dios” (por eso la presencia de la pintura de Sánchez Coello con San Jerónimo y San Agustín, donde éste aparece representado con la maqueta de El Escorial en la mano).

La 2ª sala se dedica al monasterio como expresión del prestigio y orígenes de la dinastía de los Austrias. Aquí destacaría, por lo espectacular y difícil de ver, el árbol genealógico iluminado sobre pergamino de 30m. de largo. Una pantalla táctil permite recorrerlo por completo mediante una reproducción digital.

Las salas sucesivas nos presentan distintos objetos que inciden en los 3 conceptos citados al principio, no sólo por su valor material, artístico y simbólico (como la arqueta de Isabel Clara Eugenia), sino también por su abundancia. El monasterio “atesoró” más de 7000 “anatomías sagradas”, como las llamaba el padre Sigüenza, primer cronista del monasterio e importante fuente para su estudio. El impacto que producía la cantidad es otro de los efectos buscados y componente del concepto de lo “maravilloso”.

Muchas de las reliquias se trajeron de lugares convertidos al protestantismo en una especie de operación de salvamento que se comparó con la de Noé antes del Diluvio. Por eso el monasterio era visto también como un nuevo Arca de Noé y, de ahí, tantas pinturas con este tema de los Bassano y algún otro como Coxcie. La mayoría de los relicarios se muestran sin las reliquias, excepto aquéllos que están sellados y no se pueden sacar.

Otro aspecto que se destaca es el litúrgico. El Escorial fue el escenario donde Felipe II pudo llevar a cabo su pasión por el ceremonial, tanto político como religioso. Hay que recordar que la basílica es una capilla palatina, para uso exclusivo del rey, su familia y la comunidad de monjes. El resto de las personas podían acceder sólo al sotocoro y asistir a misa en los altares que ahí se encuentran.  Además, al rey gustaba participar en algunos momentos de la vida de la comunidad de los monjes jerónimos, como cuando iba a rezar con ellos al coro, sentándose entre ellos como uno más.  Para toda esta vida litúrgica, Felipe II dotó al monasterio con objetos a la altura de la solemnidad que quería concederla, como los impresionantes ternos, o los más de 200 cantorales escritos e iluminados, de los que se muestran ejemplos en muy buen estado.

Un último apartado podría hacerse con las salas dedicadas a la pintura. Las de devoción privada que se han elegido se pueden ver normalmente en el monasterio o en el Museo del Prado, pero se agradece verlas reunidas y adecuadamente, porque por su pequeño tamaño, la mala iluminación del lugar donde suelen estar algunas de ellas en el Escorial, o la mayor fama de otras que están cerca, suelen pasar desapercibidas o no se ven bien.

La exposición termina con pinturas más grandes donde comprobamos el interés del rey por la escuela italiana, representada por el pintor del que tuvo más obras que nadie en su tiempo, Tiziano, y la flamenca, centrada en El Bosco y Michael Coxcie. De esta escuela se echa de menos la presencia de las obras de más categoría que se llevaron al monasterio como El descendimiento de Van der Weiden o el tríptico del Jardín de las Delicias.

En vida de Felipe II El Escorial era el lugar donde se podía ver más pintura del cadorino, y la mayoría de la mejor calidad. Algo que no se entiende en la exposición es por qué han hecho el esfuerzo de quitar del altar mayor de la iglesia de prestado el enorme cuadro del Martirio de S. Lorenzo, y han dejado allí otros del mismo autor más pequeños como la Ultima Cena, o el de Santa Margarita. Uno que, sin embargo, es un gran acierto haberlo traído es la Crucifixión, que por encontrarse en la sacristía, no se puede ver casi nunca.

Del Bosco hay sólo 2 obras, las 2 que quedan de este autor en el monasterio (el resto de las que estuvieron allí hoy se encuentran en el Museo del Prado). Con ellas Fernando Checa intenta hacer ver que en estas obras no sólo había un interés por su sentido moralizante, sino también por lo grotesco y el disparate, leído en el mismo sentido que Erasmo o Rabelais.

Si la exposición les deja con ganas de ver más, me atrevería a decir que ha cumplido su misión, porque la única manera de satisfacer este deseo es visitando el mismísimo monasterio. Y en el caso de que quieran entenderla mejor, acudan al catálogo, ya una nueva obra de referencia para el estudio de aquélla 8ª maravilla del mundo que fue el Monasterio de San Lorenzo de  El Escorial.

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