Encuentromadrid 2011

Arriesgan mucho, quizá demasiado

España · Fernando de Haro
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30 marzo 2011
Este jueves empieza el Encuentromadrid, esa extraña cita que la gente de Comunión y Liberación (CL) organiza desde 2003 en la Casa de Campo. Estamos en el final de un ciclo político, quizás el más agresivo que ha sufrido España desde el 78, en vísperas de unas elecciones autonómicas y municipales, en medio de una grave crisis económica -si hacemos caso de lo que dice Juan Roig, el presidente de Mercadona, lo peor está por llegar- con casi cinco millones de parados. Y estos cristianos nos convocan en la Casa de Campo a una serie de mesas redondas, conciertos, exposiciones, a un encuentro popular en el que la vida está tanto en las reuniones como en los bares que recuerdan a las fiestas de barrio. Y lo hacen bajo el lema "Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad".

¿Estamos ante una de esas fugas de la realidad que proliferan tanto en los últimos tiempos? ¿Ante un congreso de especialistas? Los responsables de la cita explican en su página web www.encuentromadrid.com que el lema está sacado de un discurso del Papa al órgano que se encarga de los laicos. Lo pronunció el año pasado en una de esas intervenciones que se consideran "sociales o políticas" y en la frase completa Benedicto XVI aseguraba que "la contribución de los cristianos sólo es decisiva si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación". La cosa va, por tanto, del tipo de contribución que los cristianos pueden hacer a la vida común. Los últimos años en España no han sido de mucha ayuda en este campo.

El laicismo agresivo ha resucitado sensibilidades del pasado. Hemos vuelto a lo que Julián Marías llamaba una "radicalidad inducida". Marías utilizaba esta expresión para explicar lo que ocurrió hace 200 años, cuando tras la Guerra de la Independencia, se enconaron las posiciones. Frente a los injustos ataques se desarrolló, en palabras de Alejandro Llano, "una actitud más preocupada de defender determinados derechos y posiciones de la Iglesia que de ir al encuentro del hombre". El pasado puede repetirse. Ya decía CL, en su manifiesto tras la visita del Papa en noviembre, que en esa actitud "se afirman posiciones ideológicas que dejan indiferentes a todos, menos a los del propio grupo. No se desafía, no se plantea ningún interrogante a la razón, a la libertad del otro".

La contribución que quieren dar no puede ser sólo un diagnóstico de los males del momento. Buscan una provocación positiva, estimulante para la razón. ¿Con discursos? En el Encuentromadrid sin duda hay mucha palabra pero los últimos años han puesto de relieve que esta iniciativa está en la onda del "método Gaudí". El que describió Benedicto XVI en su homilía de la Sagrada Familia. La provocación, dijo entonces el Papa, la realizó Gaudí no con palabras sino "con piedras, trazos, planos y cumbres", con una obra bella. No es automático que el cristianismo sea una provocación para la razón, para la razón social, para el hombre y la mujer que tienen que lidiar con su vida, para la construcción social, para crear empresa y para afrontar la crisis. La obra de Gaudí lo es porque no se ha limitado a afirmar unos principios doctrinales o unos referentes éticos. El genial arquitecto no dio nada por supuesto y supo plasmar en la materia una nueva inteligencia del espacio que nacía de una fe prístina, en la que los misterios estaban sucediendo de nuevo. Ése es el empeño del pueblo del Encuentromadrid y no es fácil porque requiere deshacerse de muchas adherencias, de un cristianismo dado por supuesto, que no está pendiente de lo que ocurre y de esa gran pereza para usar la razón que domina nuestro paisaje. Es necesario deshacerse de esa inercia que a algunos cristianos les lleva a parapetarse y a no poner a prueba la utilidad histórica del Credo que rezan en misa los domingos. Con esa posición no hay laicidad posible, no te encuentras con nadie, ni contigo mismo. Volvemos al triste XIX.

Para quien ha seguido el Encuentromadrid desde su primera edición hay sin duda un caso claro, un caso práctico, de inteligencia de la fe que se convierte en inteligencia de la realidad. El Encuentromadrid se sostiene desde el primer momento por el trabajo de varios cientos de voluntarios. Su esfuerzo gratuito enriquece la vida social, permite un diálogo que no es frecuente. Los últimos estudios de Víctor Pérez Díaz o de la Fundación Everis que han intentado escudriñar en qué consiste la crisis que hay detrás de la crisis han señalado precisamente que a los españoles nos falta confianza mutua y energía para trabajar juntos, para ir más allá de los límites en los que habitualmente nos movemos. Unos voluntarios como los que hacen posible el Encuentromadrid ya están haciendo una contribución interesante, en acto, a una de las grandes preguntas que se hacen los más avisados de nuestro país. No hay empresa nacional o personal que se sostenga, no hay economía que se mantenga sin gratuidad, sin concebir el trabajo no como una esclavitud, sino como la respuesta a haber sido, de un modo u otro, querido. La gratuidad es razón económica.

Los organizadores han invitado este año a ponentes que, en principio, tienen alguna medalla en esto de provocar a la razón desde la fe. En la inauguración está Philip Blond, el asesor de Cameron para el desarrollo de la Big Society. Habrá que ver si tiene realmente algo que aportar para el gran problema de la sostenibilidad del sistema del Bienestar. En las mesas redondas hay economistas, narradores -como el gran maestro José Jiménez Lozano-, políticos, científicos. Veremos si el lema es algo más que cuatro palabras. No sólo en los encuentros organizados, también en los pasillos, en el bar y en los baños. Arriesgan mucho, quizás demasiado. Una obra así no hay organización que la sostenga, sólo puede apoyarse en ese infalible tribunal que es la experiencia, en la experiencia que cada uno pueda hacer de que la fe sirve para algo. Algo concreto, tangible, útil.

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