Argentina se la juega con el FMI para evitar el default

Mundo · Arturo Illia
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26 febrero 2020
Sobre el hecho de que el Gobierno argentino del presidente Alberto Fernández sea de clara (aparte de fuerte) matriz kirchnerista ya no cabe la más mínima duda. Todos los componentes principales están firmemente en manos de la vicepresidenta Cristina Kirchner, que utiliza una técnica de comunicación mediática bastante original, aunque sugerida desde antes de las elecciones presidenciales de 2019 por sus consultores vinculados a Podemos. Se trata de hablar lo menos posible y demostrar su poder con hechos.

Sobre el hecho de que el Gobierno argentino del presidente Alberto Fernández sea de clara (aparte de fuerte) matriz kirchnerista ya no cabe la más mínima duda. Todos los componentes principales están firmemente en manos de la vicepresidenta Cristina Kirchner, que utiliza una técnica de comunicación mediática bastante original, aunque sugerida desde antes de las elecciones presidenciales de 2019 por sus consultores vinculados a Podemos. Se trata de hablar lo menos posible y demostrar su poder con hechos.

Siguiendo fielmente este guion, la que durante sus dos mandatos presidenciales la llevó a inundar los canales televisivos con discursos a la nación, con motivo de inauguraciones de obras públicas o por trabajos que nunca llegaron a cumplimiento, no solo decidió presentarse candidata a la vicepresidencia sino elegir también a su propio candidato para el cargo más alto del país, un hecho único en la historia no solo argentina sino también de la democracia. Y sobre todo someterse a un silencio sepulcral, algo rarísimo si exceptuamos la arenga extremadamente larga pero también irrespetuosa con la ley que tuvo en uno de sus once procesos en curso.

Luego, como es sabido, las elecciones las ganó Alberto (también Fernández), pero desde el primer día de su presidencia las promesas de la campaña electoral se vieron ampliamente desatendidas. Tanto que a día de hoy, si se volviera a votar, el anterior gobierno de Mauricio Macri, acusado de neoliberalismo extremo, ganaría tranquilamente. Durante los años de su presidencia, la antigua oposición (hoy en el gobierno) peronista y kirchnerista, a través de los movimientos sociales y de protesta, organizaba manifestaciones que bloqueaban la actividad de las ciudades casi a diario. Cuando el Gobierno Macri decidió vincular las pensiones con la inflación, sustituyendo los incrementos periódicos de los anteriores gobiernos kirchneristas, corrió el riesgo de la ocupación del Parlamento por parte de los manifestantes (obviamente patrocinados políticamente, hasta el punto de que muchos participaban previo pago de auténticos sueldos) y se recogieron toneladas de piedras que destruyeron la preciosa plaza del Congreso y que impactaron con las fuerzas del orden que se enfrentaron a aquellos vándalos, que llegaron incluso a utilizar un bazooka de producción casera para lanzar proyectiles incendiarios.

Al llegar el nuevo Gobierno, ¿qué hace? Los impuestos registran aumentos hasta del 70%, las pensiones se ven bruscamente recortadas y se elimina la “escala móvil” inflacionaria, los precios de los alimentos se ponen por las nubes, a pesar de los controles y la amenaza de sanciones a la cadena de venta (que nunca se llevaron a cabo), los sueldos se congelan… resumiendo, Fernández se muestra más neoliberal que su predecesor, pero por arte de magia, a pesar de la rabia general, tanto los sindicatos como las organizaciones sociales no protestan lo más mínimo, aceptando en la práctica unas condiciones mucho peores que antes.

Comienza entonces un clásico del kirchnerismo: la invención de unas “balas espaciales” que muestran (especialmente en un documental realizado por el ministro de Cultura, el director Tristan Bauer, ultrakirchnerista) la herencia recibida de Macri como una Argentina formada solo por tierra quemada. Se silencian las innumerables infraestructuras creadas por el macrismo, en algunos casos destruidas por parte de miembros de sindicatos corporativos (la mayoría en Argentina) que procedieron a demoler una línea ferroviaria (la Belgrano) dedicada a mercancías que entraba en competencia directa con el transporte preferido, el de camiones. Casualmente, hoy la provincia de Buenos Aires, gobernada por el “duro y puro” Axel Kiciloff (aquel que siendo ministro de Economía de Kirchner pagó por expropiar empresas como la petrolífera YPF cifras astronómicas e incluso se endeudó con el Club de París en unos porcentajes desorbitados), podrá pagar íntegramente la primera letra de su deuda con fondos internacionales porque la gestión de su predecesora, Eugenia Vidal, no ha dejado las cajas vacías, como pasó hace sesenta años con los gobiernos peronistas.

El mayor problema que afecta al país es el pago al FMI de la deuda contraída por Macri. Si esta entidad no hace a Argentina un descuento de al menos el 40% de los intereses, el país estará al borde del default, porque sin las materias primas (especialmente la soja) que en los años 90 y hasta no hace mucho tiempo hacían entrar ríos de dinero en el Estado (pero que a diferencia de Brasil no se utilizaban para el desarrollo del país sino para alimentar el mercado de la corrupción más gigantesca de la historia y para forjar un Estado “papá Noel”), en la práctica Argentina entraría en default y esta vez sin posibilidad de salida. Una situación peor que la de Grecia y Ucrania.

Por eso, sin poder jugar sus cartas económicas en una nación donde solo medidas extremadamente drásticas sobre los tipos de cambio han conseguido suavizar un poco los datos de la inflación, Fernández se dirigió a su único “aliado” posible a nivel internacional, es decir, al Papa. Que respondió no solo con un encuentro celebrado el 31 de enero en el Vaticano, sino también con un congreso sobre economía y pobreza el 5 de febrero en la Academia vaticana de las ciencias, con la participación, entre otros, de Kristalina Georgieva, directora del FMI. Pero en la rueda de prensa en la embajada argentina en el Vaticano después de la visita, Fernández cometió dos errores increíbles, negando que en sus encuentros vaticanos se abordara el problema de la ley del aborto (que en marzo debería aprobarse en el Parlamento) y el de la corrupción, algo que enseguida desmintió un comunicado de la Santa Sede que, en cambio, incluía ambos temas.

El otro error lo cometió con las autoridades italianas. La visita al presidente Mattarella y al primer ministro Conte, en un primer momento fijada para el 3 de febrero, se adelantó al 31 de enero con una escapada al Quirinale para saludar a ambos cargos del Estado italiano. Increíble por parte de un personaje que con Merkel y Macron se quedó dos días con cada uno. De acuerdo, Italia importa cada vez menos en el tablero internacional, pero es el país de origen, por lejano que sea, de 24 de los 43 millones de argentinos, y es también la nación que más concretamente se ha ofrecido a ayudar a la economía del país latinoamericano. Para complicar las cosas, luego intervino Cristina Kirchner con unas ofensas demenciales a Italia, otro clásico que vuelve a demostrar la grieta interna del “Frente de Todos”.

El principal problema actual de Argentina, insisto, es el pago de su deuda al FMI. En un ente que ha cambiado y es muy diferente al de los años 70 (años en que lo sitúan las protestas de los centros sociales, demostrando que Argentina sigue viviendo en el pasado), la última palabra, puesto que es quien tiene la cuota más alta, la tiene Estados Unidos. Obviamente, siguiendo la tendencia del gobierno actual, se han producido ataques muy duros contra el FMI tanto por parte del ministro de Economía, Guzmán, como del kirchnerismo, en una posición compartida por el presidente. Todo ello complica bastante la situación, puesto que EE.UU tiene la clave para someter a Argentina. Pero aun en el caso de una dilación de los pagos de la deuda (complicado por la débil posición de la UE en el Fondo las continuas provocaciones del Gobierno argentino), Alberto Fernández tendrá que acabar mostrando forzosamente la cara y quitarse la máscara de Gobierno de solidaridad que, desde el punto de vista concepción, ya mostró desde sus primeros movimientos, transformándose en un Macri a la enésima potencia o, si se prefiere, en un nuevo remake del Tsipras griego. ¿Pero qué hacer con una Cristina Kirchner que dirige las naves de su Gobierno como nunca antes en la historia argentina?

La pasionaria aliada del populismo venezolano y de Irán, con cargos procesales que ni siquiera la muerte del juez Bonadio, su principal acusador, podrá eliminar, no es precisamente del agrado de EE.UU, que tampoco ve con buenos ojos a gran parte de un Gobierno que poco a poco va reinsertando a funcionarios del kirchnerismo con procesos pendientes.

Aunque el Papa consiguiera el milagro financiero, recolocar a este país significaría obligatoriamente una reestructuración feroz, puesto que el Estado tendría que recortar forzosamente una gran parte de un presupuesto que solo sirve para provocar continuas ineficiencias, y sobre todo devolver a Argentina al año 2020, en vez de a 1975. Vista la situación, es probable que en el próximo mes se convoque un Gobierno de emergencia, aliando al peronismo ortodoxo (parte del Frente de Todos) con una oposición por fin unida. Entonces el kirchnerismo pasaría a una oposición muy débil en sus cifras. Una visión no del todo improbable, puesto que los cuatro cargos institucionales más importantes de Argentina, después del presidente, están en manos del kirchnerismo más caliente.

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