Entrevista a Francesco Strazzari, profesor de Relaciones Internacionales en la Escuela Superior Santa Ana de Pisa

Argelia y Sudán, ¿primaveras árabes 2.0?

Mundo · Claudio Fontana
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21 junio 2019
Argelia y Sudán están viviendo, desde marzo de 2019 y diciembre de 2018 respectivamente, manifestaciones en las calles que han llevado a la caída de Abdelaziz Bouteflika, presidente argelino desde 1999, y Omar al-Bashir, en el gobierno de Jartum desde 1989.

Argelia y Sudán están viviendo, desde marzo de 2019 y diciembre de 2018 respectivamente, manifestaciones en las calles que han llevado a la caída de Abdelaziz Bouteflika, presidente argelino desde 1999, y Omar al-Bashir, en el gobierno de Jartum desde 1989.

¿Qué está pasando en Argelia y Sudán? ¿Estamos delante de una nueva “primavera árabe”?

Algunos observadores hablan de una “fase 2” de las primaveras árabes. Se trataría de una nueva oleada que en cierto modo habría “digerido” las lecciones de la fase precedente, y especialmente los elementos de ingenuidad y las expectativas a las que respondió el cambio político desatado en 2011. Las semejanzas no faltan. Las manifestaciones en ambos casos están motivadas por problemas relacionados con el encarecimiento de la vida y la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos, que es un fenómeno evidente tanto en Argelia como en Sudán, dos países fuertemente ligados a la exportación de hidrocarburos. En Sudán, el aumento de precios de los alimentos ha provocado manifestaciones que han llegado a la capital, desembocando en una gran movilización para hacer caer el régimen. En el caso argelino, las dificultades para distribuir los ingresos por gas y petróleo han provocado la entrada en una fase de declive de la vida económica. Al principio de su cuarto mandato, Bouteflika se comprometió con sus promesas habituales. Sustancialmente, invertir esos beneficios en subsidios para mantener el poder adquisitivo de la población, en contra de las indicaciones de los organismos financieros internacionales. Acercándose a su quinto mandato, el presidente octogenario intentó jugar la misma carta, pero esta vez a la población no le ha parecido suficiente y la protesta contra el “sistema” se ha ampliado.

Aparte de los factores económicos, ¿hay otros elementos que compartan con las revueltas de 2011?

Un elemento es el protagonismo de los militares, especialmente el ejército. Luego hay un papel más oscuro que desempeñan otros aparatos de seguridad como las llamadas “tropas en la sombra” de las que se habla en Sudán. En todo caso, tanto en Sudán como en Argelia los aparatos de inteligencia tienen un papel muy controvertido. El ejército refleja y en cierto modo trata de interceptar la pregunta que procede de la movilización popular. Esta acción militar recuerda a la función “termidoriana” y restauradora que llevó a cabo el ejército egipcio con el golpe de estado contra Mohammed Mursi, que fue elegido tras la caída de Hosni Mubarak. De hecho, en aquella ocasión hubo grandes manifestaciones que pedían a voces la intervención del ejército para hacer frente a los fracasos del gobierno vinculado con los Hermanos Musulmanes.

Otra similitud con 2011 se refiere a la aparición de una opinión pública, una sociedad civil y un espacio transnacional de circulación de ideas, que vemos por el hecho de que en la retórica de la calle se observan estandartes y manifestaciones donde argelinos y sudaneses se reclaman mutuamente. También comparten el hecho de que los componentes islámicos no están ausentes en las calles (sobre todo en Argelia) pero no son ellos los que llevan las riendas en estas manifestaciones.

¿Cuáles son entonces los sectores de población más implicados en la oposición a los regímenes argelino y sudanés?

Se trata claramente de la clase urbana formada. En ambos casos esta fase incipiente se caracteriza por el protagonismo de abogados, profesores, estudiantes, médicos y periodistas, con sus respectivas organizaciones profesionales, tendencialmente de inspiración secular o progresista. Eso indica que la sociedad de estos países se ha distanciado con el tiempo más de lo que lo ha hecho el aparato político.

Como pasó con las revueltas de 2011, estos días también se ha podido observar la intervención de algunos países extranjeros. Veamos por ejemplo los tres mil millones de ayuda ofrecida por Arabia Saudí y Emiratos a Sudán tras la marcha de Al-Bashir.

Estamos en una fase de política internacional caracterizada por fuertes elementos de inestabilidad e incertidumbre, con la rivalidad cada vez mayor entre los estados patrocinadores de la Hermandad (Qatar y Turquía) y los encabezados por el dúo Arabia Saudí-Emiratos Árabes Unidos. Se trata en cualquier caso de países que han invertido muchísimo en África. Washington mantiene un papel bastante indescifrable, pero cada vez más hostil a la Hermandad, mientras que Rusia expresa una fuerte asertividad regional.

Cuando entramos en estos aspectos geopolíticos, los casos de Argelia y Sudán empiezan a diferenciarse. Desde este punto de vista, Sudán adquiere una total relevancia porque es el primer país donde, hace veinte años, los Hermanos Musulmanes llegaron al gobierno junto a los militares, con una combinación totalmente inédita, puesto que estamos acostumbrados a ver a la Hermandad relacionada con movilizaciones desde abajo (también fue así en las primaveras árabes) y no del lado del régimen. Esta situación, por muchos motivos, es distinta en Argelia –otro país clave para comprender el nexo entre sistema político, islam político y yihadismo de marca salafita– porque en el país norteafricano el partido que representa a la Hermandad es un partido en la oposición, más intransigente con el régimen en esta fase de transición.

¿Qué países tienen intereses estratégicos en Sudán? ¿Por qué Sudán es tan importante a nivel regional e internacional?

El interés material en Sudán es sobre todo chino, tanto que algunos hablan de “golpe chino”, comparándolo con el golpe de estado de 2017 en Harare, Zimbabue. Es tal la sed de recursos estratégicos de Pekín que no se puede pensar que China no tenga nada que ver. Aunque lo más evidente, en cambio, es el vínculo con los países del Golfo. China siempre ha hecho todo lo posible para desmentir su papel a la hora de orientar sus decisiones políticas, insistiendo en su línea de no intervención en la política interna de los países en los que invierte. También es evidente que Sudán es central en el gran juego del África oriental, y es fundamental para Egipto tanto por la cuestión de los recursos hídricos como por las alineaciones o no con el gran rival de El Cairo en la región, Etiopía, donde se está produciendo una delicada transición democrática.

Por tanto, hay muchos frentes geopolíticos abiertos internamente en Sudán. No solo la cuestión de Darfur, que se hace más acuciante con el tema de la inmunidad de Al-Bashir, y por tanto de la gobernabilidad internacional, sino también la cuestión del Nilo y Sudán del Sur.

¿Qué papel han tenido los Hermanos Musulmanes en Sudán?

Con el paso de los años, las orientaciones internas del régimen sudanés se han ido diversificando. Hubo un momento en que Sudán representaba, con la histriónica personalidad de Hasan al-Turabi, la plataforma de un nuevo islamismo, una experimentación teñida de populismo y abierta a todas las corrientes (recordemos la hospitalidad que tuvieron con Bin Laden). Jartum albergó varias conferencias que expresaban el islam político, cuyas líneas se conocían entonces menos que ahora. Los peregrinos que desde África occidental se ponían en camino hacia los lugares sagrados veían la parada de Jartum como un momento importante en su camino, una especie de anticipo de la expansión del islam en África. Sudán se percibía entonces como dotado de una carga virulenta, fruto de la cooperación entre el ideólogo Al-Turabi y el militar de bajo grado Al-Bashir, que llevó a hablar de combinación “mezquita-cuartel”. Sin embargo, cuando entraron en el gobierno, pasaron meses antes de entender que era la Hermandad la que había tomado el poder. Cuando se comprendió esto, los vecinos de Sudán empezaron a percibir como un veneno la misión internacional de los “Ikhwan”, mientras el país entraba en las listas negras de Washington.

Pero en los últimos años esa carga se ha perdido por completo. Si miramos la reciente anatomía del poder, lo que vemos es ante todo un régimen autoritario-burocrático relativamente convencional. Antes incluso de morir, Al-Turabi ya se vio marginado ante otros intereses emergentes, como la diversificación de frentes internos, la cuestión de Darfur y los “janjaweed”, cuerpos irregulares de reacción rápida que han conquistado el número uno en las jerarquías de la nueva junta militar. La postura adoptada por Egipto en el estallido de la revuelta, a finales de 2018, también muestra cómo la carga ideológica del estado sudanés se había secado. Precisamente Al-Sisi, que dio un golpe a sacar del poder a los Hermanos Musulmanes, en los primeros meses de manifestaciones hizo todo lo posible para apoyar a Al-Bashir, salvo ponerse a buscar garantías de previsión y alinearse con Emiratos y Arabia para dar la bienvenida a la nueva junta.

Hay una serie de dinámicas micro-regionales que se deben leer en el contexto de un juego mucho más grande, donde cada centímetro sustraído a la influencia de Qatar es un centímetro ganado para la coalición saudí-emiratí. En este escenario, hay que mirar a Yemen para entender mejor qué sucede en Sudán, partiendo de las biografías de los nuevos hombres fuertes sudaneses, donde encontramos al frente de la nueva junta militar a Abdel-Fattah Burhan, que fue comandante de las tropas sudanesas en Yemen. La intervención de este país de la península arábiga también ha sido muy polémico a nivel interno sudanés. ¿Por qué ponerse del lado de Abu Dabi y Riad cuando el gobierno sudanés siempre se ha identificado con la Hermandad y siempre ha reivindicado la posibilidad de dialogar con Irán? Hoy en Sudán ocupan el poder los hombres que lucharon en Yemen y que hablan de “relaciones especiales” con los Emiratos. Si en el caso de Darfur la acusación de crímenes de guerra y contra la humanidad está confirmada, en las carnicerías de Yemen también encontramos varias tropas sudanesas irregulares, incluidos niños-soldado de Darfur.

¿Qué se puede esperar del frente interno sudanés? ¿Qué siguen pidiendo los manifestantes?

Las manifestaciones en la calle y la situación político-militar son dos dinámicas separadas, a las que les cuesta converger pero que en toda transición política post-autoritaria que mantiene el rumbo encuentran un punto de compromiso, normalmente con la transferencia gradual de funciones a un gobierno civil legitimado en unas elecciones. El ejército necesitaba estas manifestaciones para cerrar la era Bashir y las manifestaciones necesitaban al ejército. Pero los militares se han movido siguiendo su propia agenda y por ahora no parece que tengan ninguna intención de ceder el control de la transición.

La “Declaration of Freedom and Change” firmada por un variopinto frente de oposición a Al-Bashir –que incluye también partidos históricos de la oposición, también de inspiración sectaria vinculada al mundo sufí– ha puesto de manifiesto el papel asumido por los representantes profesionales que se han convertido en intérpretes de la demanda política: se trata de asociaciones previstas por otro lado precisamente en la Constitución sudanesa.

Está la exigencia de un gobierno civil, pero de momento se notan sobre todo notables elementos de continuidad del régimen. Aunque el partido de Al-Bashir está fuera de juego, los militares muestran una cultura de cuerpos de expedición a los que les cuesta conciliarse con la democracia, empezando por el número actual de la junta, al frente de los “janjaweed”. Una continuidad que resulta estridente frente a las movilizaciones desde abajo, que siguen siendo fuertes y articuladas. Los manifestantes siguen saliendo a la calle, mantienen sus sentadas ante el Ministerio de Defensa pidiendo a los militares un paso atrás en la guía del comité que supervise la transición. Entre sus peticiones está la de una representación del 40% de mujeres en el gobierno y en el parlamento. Una propuesta que contrasta mucho tanto con la visión saudí como con la de los Hermanos Musulmanes. Hay una sociedad que se expresa por canales propios. Si estamos hablando de ella es porque no se ha detenido ante la represión, ha seguido creciendo y no solo afecta a la capital. Parece claro que desde dentro del ejército hay quien ha promovido las protestas para acabar con el poder gerontocrático. Pero al mismo tiempo esto ha permitido que salieran a la luz las exigencias de la gente, de modo que se hace evidente la necesidad de un acuerdo entre los manifestantes y el ejército.

La expulsión de Al-Bashir no es, por tanto, un punto de no retorno, pero si algo podemos decir de las movilizaciones que la han propiciado al grito de “Just fall, that’s all”, es que han demostrado tener una gran capacidad de resistencia –sobre todo en el momento en que los manifestantes fueron atacados en sus casas, en los barrios de la capital, al ser considerados como el eje de la rebelión– y una gran capacidad de utilización de los medios incluso ante claros intentos de sabotaje por parte de los trolls y las fake news. Lo más significativo ha sido la capacidad de no ceder ante las promesas y no dejar de movilizarse tras alcanzar el resultado de la caída de Al-Bashir.

Las manifestaciones de Argelia y Sudán ¿solo interesan a las grandes ciudades o han llegado a todo el territorio nacional?

En Argelia se han repartido uniformemente por el territorio, sobre todo en las grandes ciudades. En Sudán, los aspectos sociales de la crisis se han sentido en todas partes, no solo en las ciudades, y las manifestaciones empezaron en el norte, en las zonas donde Bashir era más fuerte. El 19 de diciembre de 2018 se produjeron los primeros muertos en Atbara. En Puerto Sudán se han producido enfrentamientos entre el ejército y los aparatos de seguridad (el famoso NISS), que han puesto en evidencia las grietas del régimen. Recientemente, la llegada de trenes abarrotados de manifestantes desde la periferia de Jartum ha mostrado esta capacidad de movilización como un fenómeno genuinamente nacional. Si uno compara la circulación de fenómenos asociados, como por ejemplo la visibilidad de una cultura de protesta juvenil tipo hip-hop, salta a la vista la diferencia entre Argelia y Sudán. La música de protesta sudanesa, aunque está presente, no llega a los cientos de miles de visualizaciones que registran las denuncias musicales del “sistema” en Argelia.

¿Podría haber nuevos flujos migratorios si la situación no se estabilizara?

Jartum es una ciudad que acoger a los refugiados. No es la principal plataforma de salida de migrantes porque el gigante de la región es Etiopía, pero ante un eje geopolítico regional en movimiento (el nuevo curso etíope, Somalia siendo objeto de una ofensiva diplomática turca, Eritrea entrando en los juegos diplomáticos aun siendo un espacio cerrado), no se puede dar por descontado que salga gente.

Muchos sudaneses ya están “dispersos” por varias zonas del África septentrional (Libia, Chad, Níger), donde gozan de fama de combatientes, y por eso las autoridades de los países que les acogen los miran con cierta desconfianza. Pero gran parte del peso de los desplazados y refugiados se debe al conflicto en Sudán del Sur. Hace poco estuve en Agadez (Níger) y me contaron que una de las formas de entender si los refugiados eran “sudaneses” con background militar es pedirles que levanten las manos para ver si mantienen el índice doblado, indicando la postura del dedo en el gatillo. Los sudaneses tienen en Agadez sus propios campos y su cocina, los demás no los quieren.

Oasis

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