Archipiélago Pyongyang

Mundo · Ricardo Benjumea
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27 febrero 2014
El 17 de marzo está previsto que llegue al Consejo de Derechos Humanos de la ONU el informe de la Comisión de Investigación sobre Corea del Norte. Las atrocidades descritas por el equipo del juez australiano Michael Kirby hielan la sangre del más cínico. No es exagerado decir que los libros de historia pedirán cuentas a la generación presente –nos juzgarán a nosotros– por cuál sea nuestra respuesta frente a este régimen diabólico.

El 17 de marzo está previsto que llegue al Consejo de Derechos Humanos de la ONU el informe de la Comisión de Investigación sobre Corea del Norte. Las atrocidades descritas por el equipo del juez australiano Michael Kirby hielan la sangre del más cínico. No es exagerado decir que los libros de historia pedirán cuentas a la generación presente –nos juzgarán a nosotros– por cuál sea nuestra respuesta frente a este régimen diabólico.

A las 2 horas y 42 minutos de grabación, se escucha este desgarrador relato de Jee Heon A, durante su testimonio en la vista celebrada por la Comisión de Investigación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Seúl, el 20 de agosto de 2013:

Repatriadas por las autoridades chinas, unas 60 mujeres coreanas habían sido trasladadas al centro de detención de Chongjing, en la provincia norcoreana de Hamgyeong. Algunas estaban embarazadas. Se les practicaron abortos. Pero «estaba esta mujer embarazada de 9 meses. Trabajaba todo el día. Los bebés [en estas circunstancias] nacían normalmente muertos, pero en este caso, el bebé nació vivo. El bebé lloró al nacer. Teníamos mucha curiosidad, era la primera vez que veíamos nacer a un bebé. Y estábamos mirando a este bebé, felices. Pero de repente, escuchamos pasos. El agente de seguridad entró y… nos dijo que le pusiéramos en un cubo de agua, boca abajo. La madre suplicaba… “por favor, perdóname”, pero el agente siguió pegando a la mujer, a la madre que acababa de dar a luz… Y ella, con sus manos temblorosas, levantó al bebé y lo puso en el agua cabeza abajo. El bebé dejó de llorar y vimos una burbuja en el agua salir de la boca del bebé».

En su paso por numerosos centros de detención norcoreanos, la cristiana Jee ha visto morir a decenas de amigas y cómo sus cadáveres servían de comida para los perros. Milagrosamente, acabó en Corea del Sur. Desde allí intenta ayudar como puede a sus compatriotas. Se siente culpable, dice, por estar a salvo, mientras la pesadilla continúa para tantos seres queridos. De sus acciones clandestinas no puede hablar, pero sí da la cara para intentar que el mundo sepa lo que está ocurriendo en Corea del Norte.

También se atreve a hablar Shin Dong-hyuk. Su testimonio abre la terrorífica grabación de 3 horas y 47 minutos del 20 de agosto en Seúl. Shin, autor del libro “Escape from Camp 14”, nació en una prisión. Se le permitió nacer, porque la unión de sus padres fue concertada (obligada) por los guardias. Sus dos progenitores cumplían condena por el crimen de que familiares suyos habían tratado de escarpar del país a mediados de los años sesenta. Uno de los primeros recuerdos de Shin, que ahora tiene 30 años, es de cuando, a la edad de 7, su profesora pegó a una niña de su misma edad por esconder unos granos de maíz en el bolsillo. La niña murió unas horas más tarde. Pero el verdadero trauma infantil de Shin es haber denunciado a su madre y a su hermano, a quienes escuchó que planeaban fugarse. Los delató por miedo a ser ejecutado, y con la esperanza, tal vez, de recibir una ración un poco mayor de arroz ese día. Presenció la ejecución. Apartó la mirada de su madre en la horca. Fue una muerte terrible, recuerda, pero él entonces sintió que ambos habían recibido su merecido.

Las condiciones de vida en el campo eran terribles. Uno tenía suerte si lograba atrapar algún insecto, un ratón, una serpiente… Había que ingerir la presa inmediatamente, viva y cruda, sin que se dieran cuenta los guardias. Jee cuenta que, en una ocasión, todos los prisioneros del campo fueron liberados por una amnistía. El tren que supuestamente debía sacarles de allí nunca llegó; para el tren siguiente había aún que esperar 20 días, y los antiguos presos fueron murieron como chinches. Ella misma a punto estuvo de no contarlo, con su cuerpo plagado de lombrices.

La situación en la calle no siempre es mejor que en el campo. La República Socialista ha implantado un férreo sistema de estratificación social que divide a sus 23 millones de súbditos en 3 castas, con 51 subcategorías. De la adhesión al régimen de los antepasados, depende cuánta comida pueda recibir uno con su cartilla de racionamiento, su puesto de trabajo, con quién casarse, la atención sanitaria a la que va a tener derecho, en qué ciudad o en qué casa vivir… El Gobierno regula todos los aspectos de la existencia.

El informe de la Comisión de Investigación de la ONU no se limita a describir las terribles condiciones de vida que sufren los alrededor de cien mil prisioneros en los campos de internamiento. El juez Kirby ofrece también un estremecedor relato de la vida cotidiana en Corea del Norte. La familia y las relaciones de amistad son toleradas como mal menor, pero continuamente se promueve la delación y la traición, para que los vínculos sociales no interfieran en el culto al líder. En el colegio, los niños celebran sesiones de semanales de “confesión” comunitaria, en los que se autoinculpan de haber traicionado alguno de los 10 Principios (mandamientos) de Kim, y delatan a sus familiares ante cualquier amenaza de desviación ideológica.

Uno de los principales grupos en la diana del régimen son los cristianos. El informe apenas dedica 6 de sus 372 páginas a la persecución religiosa que sufren los entre 200 y 400 mil fieles que –se estima– practican su fe clandestinamente, jugándose la vida, pero los testimonios grabados y transcritos, disponibles en la web de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, dejan claro que una de las primeras preocupaciones de las fuerzas de seguridad en los interrogatorios es desenmascarar cristianos.

Todo el material –el informe de la Comisión y decenas de horas de entrevistas a víctimas del régimen– está disponible en Internet. La recomendación de la Comisión Kirby es llevar a Corea del Norte ante el Tribunal Penal Internacional, pero esa perspectiva es poco realista, por el derecho de veto de China en el Consejo de Seguridad.

La propia China queda retratada como cómplice de las atrocidades de los Kim. La policía de este país hace la vista gorda con las mafias que trafican con mujeres norcoreanas, para vendérselas a hombres chinos que no han podido encontrar mujer para casarse (como consecuencia de la política del hijo único), o las obligan a prostituirse. Ellas, en todo caso, prefieren eso a caer en las manos de la policía china, y lo prefieren, desde luego, a ser devueltas a Corea del Norte. Allí los fugados reciben un castigo ejemplar. La ONU sugiere que Pyongyang trata de preservar la pureza de sangre coreana. Puede que eso explique los abortos forzados sistemáticos a las mujeres repatriadas, pero todo sugiere que la razón de esta dureza es pagarle a Pekín su apoyo político. Si algo teme China es una oleada de famélicos refugiados norcoreanos invadiendo sus fronteras.

Curiosamente ahora, justo en estas semanas, Corea del Norte muestra gestos de distensión hacia Corea del Sur, permitiendo que se reanude el programa de reencuentros familiares entre ambos países, aún técnicamente en guerra. La publicación del informe de la Comisión, el 17 de febrero, estuvo además precedida de unas declaraciones de la portavoz del ministerio de Exteriores chino, en las que se afirmaba que «China mantiene que las diferencias en materia de derechos humanos deben ser abordadas a través de un diálogo constructivo y de cooperación, sobre la base de la igualdad y el mutuo respeto. Llevar asuntos de derechos humanos a la Corte Penal Internacional no ayuda a mejorar las condiciones de los derechos humanos en un país».

¿Diálogo constructivo? La inacción sólo servirá para que aumente la presión, en una olla hace ya mucho tiempo a presión, que en cualquier momento estallará, poniendo en peligro la estabilidad mundial, desde el que, sin duda, es hoy el rincón más caliente del planeta. Por tanto, la comunidad internacional no debería permitir que nada desvíe la atención del espeluznante Informe Kirby. En algún momento, alguien debe decir basta.

Suiza ha suspendido las exportaciones de material para no colaborar con la estación de esquí que se ha construido el tirano Kim Yong-Un. Botswana ha roto relaciones diplomáticas con Pyongyang. Algo es algo. Quedarse de brazos cruzados no debería ser una opción. Para nadie.

Un primer gesto puede ser informarse, informar a los demás. La Comisión de Derechos Humanos ha puesto abundante documentación al alcance de cualquiera en Internet. La vieja excusa de Auschwitz no sirve en este caso. Nuestra generación no podrá alegar ante la historia que no sabía lo que estaba pasando.

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