Aquí y ahora
Entre esos objetivos están las visitas de rigor a los mayores, a las que cada cierto tiempo conviene hacer un hueco. Y se convierte en un momento de calma inesperado. Una conversación inconexa, con frases cortadas, respuestas absurdas… es imposible acabar de contar nada. Pero no hace falta.
Es difícil hablar del presente, no digamos ya del futuro. Pero sí salen a flote recuerdos de la infancia, de La Rioja, de los veranos eternos. Dice Antonio G. Maldonado en The Objective que fue en los viajes de pequeño con sus padres y hermanos donde “conversábamos más a fondo con nuestros mayores, y donde escuchábamos a los Beatles, a Aute y a Silvio Rodríguez, a El último de la fila y a Javier Krahe, a Franco Battiato y a Nicola di Bari. O, ante la incomprensión de mi padre y la risa de mi madre, cintas de chirigotas de Cádiz que nos sabíamos de memoria”. Y confiesa después que todo eso forma parte hoy de su vida cotidiana. Y caigo en la cuenta de que yo, por ejemplo, sigo midiendo las distancias o el tiempo en función de esos viajes. Tres horas es un viaje a Ezcaray, ocho horas es un viaje a Sant Feliu –y no una jornada de trabajo, aunque haya habido muchas más–.
Pero la clave está en lo que dice González Sainz en La vida pequeña: “el goce del puro existir, del estar máximamente vivo con lo vivo o, quizá mejor, la consistencia existencial de los aquí, de los aquí ahora, estoy por decir que funda universalmente la infancia o, desde luego, la ha fundado en mi caso y desde entonces, desde los recuerdos que así me devuelven esa consistencia, constituye la máxima aspiración de todos mis momentos”.
Más que nostalgia, esa conversación inconexa, con frases cortadas y respuestas absurdas obliga a cerrar la agenda, aunque sea por una tarde, y a gozar del estar máximamente vivo con lo vivo, aquí y ahora.