Apostar por la intimidad (en público)
Casi es como si el Meeting de Rímini fuera una caja de resonancia de la actualidad política italiana. Pero mientras todos esos ministros, presidentes y coaliciones se van acabando con el tiempo, el Meeting en cambio sigue ahí, vivo y coleando, y eso quiere decir que su razón de ser es otra.
Creo que su secreto consiste ante todo en haber cultivado y mantenido con vida durante estos cuarenta años una planta que, en el desierto de la vida pública pero también en muchas vidas privadas, se ha ido secando hasta casi desaparecer: la cultura del encuentro. Cuando digo “encuentro” no me refiero simplemente al “diálogo”, es decir, a ese mandamiento de la democracia que consiste en la razonable recomendación de escucharse mutuamente antes de mandarse a paseo. Entendámonos, el simple “diálogo” también lo tiene complicado en estos tiempos. La lógica binaria que ha conquistado el debate público rechaza la hipótesis, aunque solo sea teórica, de que al final de una discusión uno pueda cambiar de opinión. De hecho, lo que hoy se nos presenta por televisión no son diálogos sino “confrontaciones”, que viene a ser una metáfora de “desencuentros”. Es el formato del “duelo”, el “desafío”, y cuanto más bestia mejor servirá al espíritu de nuestro tiempo.
Pero el “encuentro” al que se refiere el Meeting es un concepto de valor superior al del diálogo. De hecho, no solo se basa en el debate público y abierto sobre ideas distintas, cosa que todas las manifestaciones políticas venían haciendo más o menos hasta ahora. No. El “encuentro” que el Meeting busca es el que se da entre personas distintas, que cuentan su propia experiencia vital, y cuanto más distintas son más sincero es el interés que suscitan.
Como afirma Salvatore Abbruzzese en un gran libro que ha dedicado al Meeting, esa curiosidad por la diferencia solo puede fundarse en la convicción de que “la verdad existe”, y por tanto cualquiera que busca la verdad merece ser escuchado, poner en comunión con otros el camino que está siguiendo.
Es una forma de nuevo humanismo, y resulta curioso encontrar esta actitud tan pluralista en un movimiento al que tanto se le acusa de sectario o integrista. La verdad es que en el Meeting lo que interesa es la vida más que la política, y la vida es lo más importante para todos nosotros. Parte de la inquietud existencial que nos mueve a todos para exaltar la búsqueda como esencia de nuestra personalidad, más aún que la meta. “Tu nombre nació de lo que mirabas”, decía el lema de este año. El Meeting dura porque habla en público de la intimidad de los seres humanos, y eso no lo hace nadie más. Por eso le deseamos larga vida.