CONFERENCIA DE SEGURIDAD DE MÚNICH 2017

Aplausos tibios y preocupación por Occidente

Mundo · Antonio R. Rubio Plo
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20 febrero 2017
La Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada anualmente en febrero, no ha servido para tranquilizar a los aliados europeos a un mes de la toma de posesión del presidente Trump. No ha acudido, desde luego, el mandatario americano, pues prefiere cultivar el favor del electorado de la América que le respalda con una agenda más volcada en los asuntos internos, sociales o económicos. La política exterior la deja para sus subordinados, cuya misión se ha reducido a intentar tranquilizar o matizar las opiniones controvertidas de Trump, aunque poco se puede explicar de sus silencios, que son el terreno favorito para las ambigüedades de una presidencia cuyo rasgo principal es la capacidad de resistencia del inquilino de la Casa Blanca ante las tormentas mediáticas, sociales o políticas.

La Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada anualmente en febrero, no ha servido para tranquilizar a los aliados europeos a un mes de la toma de posesión del presidente Trump. No ha acudido, desde luego, el mandatario americano, pues prefiere cultivar el favor del electorado de la América que le respalda con una agenda más volcada en los asuntos internos, sociales o económicos. La política exterior la deja para sus subordinados, cuya misión se ha reducido a intentar tranquilizar o matizar las opiniones controvertidas de Trump, aunque poco se puede explicar de sus silencios, que son el terreno favorito para las ambigüedades de una presidencia cuyo rasgo principal es la capacidad de resistencia del inquilino de la Casa Blanca ante las tormentas mediáticas, sociales o políticas.

El secretario de Defensa, Jim Mattis, habló del legado de la libertad y la amistad en la Alianza Atlántica, o de trabajar juntos para un futuro pacífico o próspero, sin dejar de recordar que no solo existen las realidades estratégicas sino también las necesidades políticas, que hacen indispensable compartir las cargas económicas de la seguridad. No era un discurso fervientemente atlantista, centrado en los valores compartidos, pero tampoco era del todo novedoso. Obama habría sido menos explícito que los miembros de la Administración Trump en las exigencias económicas, si bien compartía este punto de vista y su europeísmo siempre resultó poco convincente ante quienes creían que EEUU estaba desplazando sus intereses a las orillas del Pacífico. Pero la intervención del vicepresidente Mike Pence en Múnich no fue más afortunada, pese a insistir en que EEUU apoya fuertemente a la OTAN, aunque repitió que los costes deben ser compartidos. No faltaron tampoco los recuerdos históricos: caída del muro de Berlín, liderazgo de Reagan, Thatcher, Kohl, Walesa, Havel… Sin embargo, su discurso solo alcanzó aplausos tibios.

En resumen, ¿alguien se creyó que la relación trasatlántica seguiría como hasta ahora, o incluso más potenciada, si los aliados incrementaran sus gastos de defensa?

La preocupación ante los discursos de los representantes de la Administración Trump en Múnich va más allá de lo meramente económico o estratégico. Lo que está en juego es el concepto de Occidente, tal y como lo hemos conocido desde el final de la II Guerra Mundial. EEUU no cometió el error de desentenderse de Europa, tal y como había hecho en la contienda anterior, y promovió una alianza de las democracias de Europa y América del Norte frente al bloque comunista. Esta alianza, la OTAN, actuaba en paralelo al proceso de integración europea, aunque en algunas ocasiones afloraran sonoras discrepancias entre europeos y americanos. Finalizada la guerra fría, las ampliaciones de la OTAN y la UE pretendieron ser un ejemplo de que Occidente expandía sus valores, aunque el tiempo ha demostrado que el apresuramiento en algunas adhesiones de países, en aras de la estabilidad, no resultó un buen consejero.

Sin embargo, los problemas de la relación trasatlántica también se encontraban en territorio estadounidense. Hablando con franqueza: el presidente de EEUU fue tradicionalmente identificado como el líder del mundo libre. Aquí está mi pregunta: ¿cuál fue el último presidente americano que se identificó como tal, no solo en las palabras sino en los hechos? George W. Bush no vio reconocido su liderazgo por destacados aliados europeos por haber desencadenado la invasión de Iraq, pese a alegar que lo hizo por librar al mundo de una tiranía; Barack Obama, pese a la brillantez de sus discursos, daba a veces la impresión de ser un primer ministro canadiense, por no decir australiano… ¿Y qué decir de Donald Trump, y de su “America First”? Habrá que dejar que los historiadores diluciden si el último líder del mundo libre fue Bill Clinton, George H. W. Bush o Ronald Reagan.

Con todo, el senador republicano por Arizona, John Mc Cain, que asiste desde hace cuatro décadas a la conferencia de Múnich, tiene las cosas más claras. A sus ochenta años, este crítico de Trump y rival de Obama en la elección de 2008 ha expuesto en la capital bávara su preocupación por el deterioro de los valores universales en el mundo actual y el resurgir de valores basados en la raza, la sangre o el sectarismo. Pero su mayor inquietud proviene de su sensación de que EEUU pretende abandonar el liderazgo global. Es evidente que el escenario internacional ha cambiado, aunque McCain matizó que se deben apreciar los límites del poder americano sin cuestionarse los valores del bien y la justicia que se identifican con Occidente, y añadió: “Debemos entender y aprender de nuestros errores, pero no podemos quedarnos paralizados por el miedo. Esa es la definición de la decadencia… Nuestros adversarios saben que poco tienen que ofrecer al mundo más allá del egoísmo y del miedo. Por tanto, intentarán minar la confianza en nosotros mismos y la creencia en nuestros propios valores”.

No faltarán quienes afirmen que ni Mc Cain, ni su país, pueden presumir de ser la encarnación del bien. Es cierto. No hay ser humano, ni partido político, que tenga el monopolio de la bondad. Pero también estoy seguro de que muchas personas, aunque no compartan el punto de vista de Mc Cain, sí estarán de acuerdo con la cita que el senador hizo del discurso de William Faulkner al recibir el Premio Nobel de Literatura, cuando afirmaba su negativa a creer en el final del hombre y proclamaba que es inmortal, pues tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. No es difícil asegurar que Faulkner hubiera estado también en contra de esa conculcación de los valores occidentales que implican los decretos anti-inmigración de Trump.

Algo positivo se puede concluir de la conferencia de Múnich: hay quienes se resisten a aceptar el final de Occidente. En este sentido, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, no se ha privado de hablar en la ciudad alemana de “un mundo post-occidental”. Pero probablemente no lo habría hecho si Donald Trump no estuviera ocupando la Casa Blanca.

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