Antihéroes

Sócrates y Jesús de Nazaret son, sin duda, los héroes que gestaron el nacimiento de la Europa que ahora desconocemos. Asumieron su destino en su empeño de llevar a sus conciudadanos hacia la verdad; pues ésta, junto con la vida de sus conciudadanos, valía más que la propia existencia. Son inigualables los relatos de los procesos jurídicos que terminaron con la vida de ambos, cuyo paralelismo no ha dejado de admirar a los filósofos. Pero la (post)verdad de nuestro tiempo no tiene ese calado, y sus farfulleros no necesitan entregar la vida por nada ni por nadie.
Vivimos una época atravesada por la antiheroicidad. Los grandes nombres del presente entrañan el drama de nuestro tiempo. Apenas quedan ideales por los que luchar, y los pocos que osan alzarse por encima de la mediocridad tardan poco en desvelar su evanescencia, acelerando el ahogo colectivo. Los relatos pasaron de lo macro a lo micro, y ahora nos movemos entre faramallas que solo tragan aquellos que con dificultad apartan la vista del televisor: «No hay un ideal al que podamos sacrificarnos, -escribía Marlaux– porque conocemos las mentiras de todos, nosotros que nada sabemos de lo que es la verdad».
Lo que caracteriza a estos héroes es la capacidad de seguir saliendo a flote, sean cuales sean los medios. Paradójicamente esta clasificación sitúa a Puigdemont, lazarillo astuto, en la larga tradición de la picaresca española. A diferencia de un neosocrático y neocristiano Junqueras, demasiado real para nuestra época, Puigdemont evitó la cicuta judicial; pero además anda desde entonces consiguiendo eludir también el ostracismo. Digo consiguiendo, porque uno tiene la sensación de que nunca dejó de estar entre nosotros: los tuits y la cobertura de TV3 se convirtieron en los evangelistas de su Resurrección, y las elecciones del 21 de diciembre han demostrado la fe pentecostal de su parroquia; ahora, la elección telemática no haría sino confirmar su reino, a la espera de su venida escatológica. Puro heroísmo posmoderno.
Por eso, quizá, sorprenda a nuestra sociedad la dureza de la profesora danesa Marlene Wind. Pero es que los daneses, a diferencia de los belgas, tienen una larga tradición de resistencia política. Resulta ridícula la invitación a conocer las supuestas presiones antidemocráticas del Estado español que nuestro escurridizo antihéroe ha hecho a la profesora; a ellos, que conocieron la intimidación del nacionalismo nazi y a la cual resistieron haciendo gala del más potente heroísmo tradicional. Los gobernantes daneses se posicionaron abiertamente en contra del traslado de judíos jugándose la vida, llegando a convencer al ejército alemán presente en su país que, con el general von Hanneken a la cabeza, se negó a cumplir las órdenes de Berlín. Esta esencia era, tal vez, la que intentó restaurar la Unión Europea.
Pero la abierta búsqueda de la verdad de la profesora Wind es anacrónica. Nuestro antihéroe, con la festividad que le caracteriza, ha formulado una mística división entre leyes y hechos, que le convertía en el único conocedor de la “franquista” persecución española; ha negado toda división en Cataluña, incluso ante la fragmentación numérica del Parlamento esbozada por la danesa, y ha elaborado una extravagante teoría de una Cataluña independiente-aún-española y, por tanto, aún europea. En fin, la misma historia de siempre (unionistas malos, independentistas buenos), que no tiene necesidad de responder ante las preguntas; le basta con sortearlas, porque lo que importa es salir en primera página, sosteniendo la esperanza de su retorno en nuestros corazones.