Antes de ti
No soy una experta en crítica de cine, pero creo que me puedo atrever a decir algo sobre esta película que trata de modo tan directo sobre el tema de la discapacidad, sobre lo que sí cuento con una larga experiencia.
La trama es clara desde el principio (no desvelo ningún secreto). Will Traynor, un hombre con gran éxito profesional y personal, tiene un desafortunado accidente que le deja postrado en silla de ruedas. Su familia le ofrece la posibilidad de cuidarle con todo tipo de lujo (inalcanzable para la inmensa mayoría de los discapacitados reales) e incluso le proporciona un enfermero-fisioterapeuta particular y una asistente personal que le acompañe (la señorita Clark o “Lou”). La relación entre ellos no es fácil inicialmente, pero poco a poco la dulzura de ella, su natural alegría y su persistencia va calando en la coraza de amargura del corazón de Will y florece una relación verdaderamente bella entre ambos. Ella es capaz de hablarle de las cosas cotidianas de las que disfruta y en él se empiezan a esbozar sonrisas y la posibilidad de gozar de nuevos amaneceres y tormentas. Parece que la vida empieza de nuevo en el corazón de este chico, en el que todo se había acabado. Una vida distinta sí, no una vida de éxitos financieros ni de amores frívolos, sino una vida con su carga de sufrimiento, pero también bordada con gestos verdaderos, cariño y amor sincero. Una vida distinta, opuesta a las imágenes que él tendría en la cabeza sobre sí mismo, pero pensemos seriamente, ¿era tan mala esta vida de después? ¿No había ganado nada?
Y estamos tranquilamente, disfrutando del recorrido dulce de la película cuando surge con fuerza el drama, el drama más dramático que el hecho de haberte quedado discapacitado para siempre. No estoy hablando del drama que muestra la película (el de la decisión tomada de antemano), ni siquiera del segundo drama que parece esbozar (el de respetar o no su decisión). Para mí el verdadero drama es si abrazar o no lo que viene dado después. Sí, ¡lo que te es dado! Después del accidente, después de la discapacidad, después de todas las decepciones, después de comprender que no vas a volver a caminar. ¡Cuántas cosas suceden después, cuántas luchas propias y de la gente que te quiere, cuántos amores verdaderos descubiertos, cuántos tiempos perdidos que ya no volverán a serlo! ¿Verdaderamente esto se puede echar a perder? ¿Esto no vale nada? Y esto sí sucede en la vida real, también de los discapacitados que no son millonarios. No estoy diciendo que la enfermedad sea un bien, pero puede haber un bien mayor que uno descubre después de la enfermedad (como se ve muy claro en la película), y esto uno puede abrazarlo, y quererlo, y entender que la vida puede merecer la pena seguir viviéndola. Pero uno también puede seguir aferrado a su imagen de lo que querría vivir. Ese es para mí el verdadero drama. No el drama de la gente con discapacidad. El drama probablemente de cada uno de los hombres.
Y la película en mi opinión no esconde sólo este verdadero drama, sino una gran mentira. Y me perdone la autora de la novela, pero creo firmemente que es así. No se quita uno de en medio y no pasa nada. No se queda una sin el amor de su vida y la vida sigue como si nada. La experiencia de perder un hijo o la persona amada es terrible. Cuando esta pérdida es fruto de una decisión voluntaria genera un dolor aún más intenso, con mil dudas añadidas, con mil preguntas sin responder. No es la solución fácil, ni mucho menos. Ojalá viviéramos en una sociedad donde se facilitaran los derechos de la gente con discapacidad, donde fuera fácil que estuvieran integrados, donde se mirara con buenos ojos que lucharan por vivir. Sería un bien no sólo para ellos, sino para todos nosotros, ganaríamos en humanidad, y no se aplaudirían películas aparentemente inocentes donde la vida se deja ir tranquilamente como una hoja se cae de un árbol.