Ante la trampa del conflicto civil, como los comunistas del 56

España · Fernando de Haro
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3 septiembre 2008
"No hemos cesado de preconizar la unión nacional de los españoles, de insistir en la necesidad de cerrar el foso abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles". Estas frases no pertenecen a un reciente discurso del Rey, a un acto conmemorativo de la llegada de la democracia o a un editorial sobre la última "ocurrencia" de Garzón. Están extraídas de la Declaración del PCE por la Reconciliación Nacional, redactada en el  lejano junio de 1956. 

"La reconquista de España para la libertad y la democracia no puede ser obra de un partido o una clase, sino el resultado de la conjugación de esfuerzos de todos los grupos políticos nacionales, desde los católicos hasta los comunistas", afirmaba el PCE ya en un manifiesto de septiembre de 1942. Luego, cuando llegó la democracia, esos comunistas que llevaban décadas hablando de reconciliación apoyaron más que los socialistas el artículo 16 de la Constitución, que hablaba de la colaboración del Estado con la Iglesia católica. Hasta no hace mucho no era extraño que socialistas como Enrique Múgica afirmaran que "la Iglesia contribuyó de forma muy importante al advenimiento de la Transición" (El Mundo 07-09-06).

Sesenta años después de que los comunistas hablaran de reconciliación y dos años después de que socialistas destacados reconocieran el papel de la Iglesia en la democracia, el curso político se abre con un Gobierno que alimenta la fractura social. Zapatero ha urdido una trampa en la que conviene no caer. El lunes, antes de que los españoles pudieran recordar dónde habían dejado los zapatos con los que suelen ir a trabajar, el presidente anunciaba una comparecencia en el Congreso de los Diputados para hablar de la crisis. Sabía ya que el dato de paro de este martes iba a ser despiadadamente malo: más de 2,5 millones de desempleados, la cifra más alta desde hace diez años. Había que recuperar pronto la iniciativa tras las últimas encuestas que apuntan a un empate con el PP. Pero la comparencia en la Carrera de San Jerónimo es sólo una parte de la estrategia para el inicio de curso diseñado por Moncloa.

La otra, la más decisiva, es generar conflicto social, algo que a Zapatero, como a los revolucionarios marxistas de siempre, le ha salido muy rentable. La fórmula consiste en abrir un enfrentamiento, generar división, provocar reacciones en contra y, al final, aparecer como un pacificador. Garzón, que siempre ha tenido mucho olfato para hacer un uso oportunista del derecho, ha sido la pieza clave con la disparatada apertura de una causa general sobre los desaparecidos en la Guerra Civil. El magistrado de la Audiencia Nacional, cuando lo consideró oportuno estuvo con Felipe González y cuando lo consideró oportuno estuvo contra Felipe González. El juez estrella mientras estuvo activo el mal llamado proceso de paz se olvidó de los batasunos y, tan pronto como dejó de estarlo, volvió a perseguirlos. Este extraño protagonista de la vida judicial española que protagoniza sin rubor conversaciones públicas con Zapatero, cuando tras los atentados del 11M era "muy oportuno" que España estuviera en el punto de vista del terrorismo islámico instruyó el sumario de la Operación Nova en el que se hablaba de una conspiración para atentar contra la Audiencia Nacional. La sentencia del caso, hecha pública el pasado mes de febrero, dejó claro que no se había producido semejante conspiración.

Aunque en este caso el disparate jurídico ha ido más lejos que nunca, Zapatero, José Blanco y Rubalcaba le han dado apoyo. La llamada memoria histórica, que nos invade de nuevo tras la vuelta de las vacaciones, no es sólo un señuelo para distraernos de la crisis económica o una obsesión de alguien empeñado en rescribir la historia. Es,  sobre todo, una trampa revolucionaria que Zapatero utiliza para presentarse como la síntesis del antiguo proceso dialéctico. La tesis es el conflicto social que él mismo ha generado. Para presentarse como la gran síntesis necesita la antítesis de un sector social que empiece a acusar al bando republicano de haber provocado también muchos muertos para conseguir su objetivo. Es la que no hay que proporcionarle.

En la sociedad española la convivencia democrática durante los últimos 30 años, quizás habría que remontarse más, se ha construido sobre la evidencia de que es más lo que nos une que lo que nos separa. Esa evidencia, que se quiere destruir en este momento desde el poder, es la que necesitamos poner en juego más que nunca. Con los comunistas del 56 ó con socialistas como Múgica, por la reconciliación que ahora está obligada a ser más creativa que nunca.

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