Amigo de Dios y de los hombres

Mundo · José Luis Restán
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16 septiembre 2012
Una fila de hombres curtidos, de edad avanzada, con losropajes que indican sus respectivas tradiciones. Cada uno de ellos llega frenteal Papa, muy cerca, rostro con rostro, para recibir de sus manos un ejemplar dela Exhortación Ecclesia in Medio Oriente. Benedicto XVI se detiene con cadauno, les mira dulcemente a los ojos, les estrecha las viejas manos, cruza conellos palabras que no recogerán las crónicas. Son los Patriarcas de sedesantiquísimas, celosos de su memoria de martirio y de gloria, y también losPresidentes de las conferencias episcopales de Turquí a y de Irán, países enlos que la fe cristiana representa hoy apenas el  grano de mostaza del que habla la paráboladel Evangelio. No les entrega un dietario sobre cómo ser cristiano en Medio Orientey no morir en el intento. No es el plan estratégico de una empresa desesperadasino la mirada llena de inteligencia y pasión de los pastores de un pueblo muyprobado, una mirada, un abrazo y una invitación apremiantes: ¡permaneced en latierra de vuestros padres, sed testigos del crucificado, construid junto avuestros conciudadanos la paz basada en la justicia y el perdón! 

Minutos antes una apoteosis de cantos y banderas habíadejado paso a la profundidad y fervor de la celebración litúrgica. Una vez más,como hace más de veinte siglos Pedro ha tomado la palabra.  Pero ya no es el pescador instintivo, tanpresto a confesar una verdad que no alcanzaba a entender como a protestarindignado ante el Maestro porque su camino producía vértigo. Ahora la voz dePedro conoce ya, a través del dolor y del amor, que "decidirse a seguir aJesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que noes el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente ala renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, paraganarla".  El Evangelio del día afirmaque Jesús se lo explicó a los suyos "con toda claridad". La misma claridad queha desplegado Benedicto XVI en sus cuarenta y ocho horas en tierra libanesa.Los cristianos de Medio Oriente no pueden hacerse vanas ilusiones: no serán laspotencias occidentales, ni los medios de comunicación, ni la astucia tan típicade la zona los que aseguren su futuro. Como Jesús, ellos sólo poner suconfianza en el Dios que los ha llamado a esta misión y en la compañía de todala Iglesia.

Esa compañía que sólo el Papa, con su sacrificio personal,su lucidez y su fe patente, podía encarnar estos días. Había llegado a Beiruten plena fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, incómoda referencia paramuchos. Y en la basílica de San Pablo en Harissa, al firmar el documento frutodel Sínodo, quiso decir en voz alta el drama de sus hermanos: " toda la Iglesiaha podido escuchar así el grito lleno de angustia, y percibir la mirada dedesesperación de tantos hombres y mujeres que se encuentran en situacioneshumanas y materiales difíciles, que viven fuertes tensiones con miedo einquietud, y que quieren seguir a Cristo, que da sentido a su existencia, apesar de que muy a menudo se ven impedidos de hacerlo".

Más de uno se descubrió con los ojos llenos de lágrimas alescuchar al Sucesor de Pedro que ésta no es la hora de una derrota (tan fácilde anotar con las contabilidades del mundo) sino la hora de "celebrar lavictoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del serviciosobre el dominio, de la humildad sobre el orgullo, de la unidad sobre ladivisión". Ese es el lenguaje de la cruz gloriosa, subraya el Papa, la locurade la cruz: "saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y demisericordia para con el prójimo;  sabertransformar también unos seres que se ven combatidos y heridos en su fe y suidentidad, en vasos de arcilla dispuestos para ser colmados por la abundanciade los dones divinos, más preciosos que el oro". 

Delante del Papa están todos, han llegado del herméticoIrán, de la lejana Armenia, del inquieto Egipto en transición, del martirizadoIraq, de la Siria que se desangra y de Jerusalén, la Iglesia madre. Y junto aellos, en respetuoso silencio y con semblante amistoso, los jefes de lascomunidades sunní, chiíta, alawí y drusa. Viejos y conocidos vecinos raramenteconfortables, pero allí estaban, asintiendo al apremio dulce y severo del obispo de Roma: construid lapaz, no permitáis que el veneno de la violencia contamine vuestra religiosidad,desenmascarad la mentira del fundamentalismo.

Ante los líderes políticos y los representantes del mundo dela cultura Benedicto XVI realiza un fuerte llamamiento a respetar la libertadreligiosa. "Profesar y vivir libremente la propia religión, sin poner enpeligro su vida y su libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida oel debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a unavida íntegra en el plano espiritual". Y advierte que no basta una meratolerancia, que no elimina las discriminaciones, sino que a veces incluso lasreafirma. También advierte de la falsedad de una convivencia basada en lamarginación de la apertura religiosa del hombre, porque sin ella no puede encontrarrespuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida y lamanera de vivir moralmente, y así se hace incapaz de actuar con justicia y decomprometerse por la paz.  En el Líbanomulticonfesional, encrucijada de caminos entre oriente y occidente, BenedictoXVI ha vuelto sobre uno de sus temas esenciales: la convivencia, la vida buena,no puede sostenerse ni sobre el fundamentalismo que pugna por dominar al Islamni sobre el laicismo agresivo que tantas veces asoma la cara en las democraciaseuropeas.  Hace falta una nuevacomprensión y valoración de la libertad religiosa y de su proyección social ypolítica, y quizás Líbano puede ser un buen laboratorio para esto.  

El encuentro con los jóvenes ha sido un motivo de especialalegría para el Papa. Ha sido la documentación carnal de dos mensajes muycentrales en la visita: los cristianos no deben temer al futuro sino que debenimplicarse en su construcción, y la amistad cívica entre musulmanes ycristianos es posible y constituye una palanca para construir otro tipo deconvivencia en Oriente Medio.  Recordemosque mientras miles de jóvenes de ambas religiones aplaudían al Papa,  la violencia instigada por los islamistas seextendía por toda la región. Hace falta una gran tarea educativa y de convivenciapara que esta semilla germine en el tiempo, pero no existe otro camino.  

Volvamos a la escena del principio. Tras la dicha límpida deestos días toca volver a casa, a los barrios donde los cristianos sienten latentación de encastillarse para defender una magra cuota de seguridad, a ladifícil convivencia, al desafío de ser protagonistas de una historia que estosdías vuelve a parecer un volcán. Los hombres que desfilan frente al Papa sonherederos de una milenaria historia de testimonios heroicos, de sufrimientossin cuento, llevan en la cara y en el alma las cicatrices de sus respectivospueblos. "¡No temáis, pequeño rebaño!" les había dicho Benedicto XVI pocashoras antes. No es sólo cuestión de sentimientos, Pedro ha venido para señalaruna tarea, un camino. Y hay mucho por hacer: fortalecer la unidad y eltestimonio común, abandonar actitudes meramente defensivas, mejorar laformación de los laicos, arriesgar en un diálogo siempre difícil (pero quetambién da frutos) con los musulmanes sencillos, con el "Islam del pueblo",como gusta decir el cardenal Scola. Cedros y olivos han flanqueado las etapasde este bello viaje, la majestad y el frescor de una presencia que es toda unapromesa para esta tierra, y el aceite de la acogida, de la amistad y delcompartir. Ambos necesitan ser  regados ypodados con sabiduría y paciencia. Como ha hecho Benedicto XVI sin cálculo ni reserva. Vino como amigo de Dios y de loshombres, y todos han debido reconocer que en medio del  cotidiano marasmo informativo ha sucedidoalgo verdaderamente nuevo. 

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