Amador

España · Juan Orellana
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3 octubre 2013
El siempre interesante director Fernando León de Aranoa (Barrio, Los lunes al sol, Princesas...) vuelve a su planteamiento habitual de enmarcar un conflicto humano en un contexto de problema social. En este caso retoma la cuestión de la inmigración y de la economía sumergida para afrontar temas de hondura como el sentido de la muerte y el drama de la soledad. La polémica puede venir de la perspectiva que el director adopta, para muchos demasiado personal, excesivamente original y macabramente surrealista. Pero indudablemente sugerente.

Marcela es una joven andina inmigrante que vive con su pareja, Nelson, con el que sale adelante malamente gracias a la venta ilegal de flores. El día que ella decide abandonarle, se entera de que está embarazada y tiene que cambiar de planes. Le ofrecen un trabajo de cuidadora de Amador, un anciano, y ella acepta acuciada por su situación económica, pero guarda silencio sobre su estado. Incluso Nelson ignora su imprevista paternidad.

La clave interpretativa de la película está en su concepción del valor de la vida. Un valor que para Fernando León incorpora el hecho de la muerte. Las personas siguen "actuando" tras la muerte, influyendo en nosotros, incluso como benefactores. ¿Estamos ante una afirmación trascendente de la vida? Ciertamente, aunque no se trate de una visión ortodoxa del más allá. El personaje de Marcela es el de una católica sencilla, con mucha fe, y que da enorme importancia a la oración, especialmente a la oración por los difuntos. En realidad ella sólo tiene la fe para vivir. Sus concepciones escatológicas son muy primarias y de tono algo naif, pero tienen de fondo un planteamiento que recuerda a la comunión de los santos: seguimos vinculados e implicados unos con otros, incluso tras la frontera de la muerte. Aunque todo esto se nos presenta en una trama un tanto macabra -que no desagradable-, se agradece la frescura y ternura de unas propuestas que están mucho más cerca de una mirada cristiana que de una pseudometafísica esotérica o new age. Por otra parte, el tratamiento de la iconografía cristiana es impecable y respetuoso, y el pequeño papel del sacerdote, aunque tiene una lectura cómica, es entrañable, tierno y humano. Parece que el cura no se entera de nada, pero el hecho es que ayuda realmente a Marcela en aquello que más necesita. Aun sin saberlo. Otro personaje decisivo sobre el guión es el de la prostituta, contrapunto aparente de Marcela. Digo aparente, porque en la relectura evangélica que propone implícitamente el cineasta ("las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos"), ella acaba en la Iglesia, rezando como una circunspecta devota.

Otro aspecto interesante, inseparable del anterior, hace referencia al embarazo de Marcela. Ella había abortado hacía dos años por presión de su pareja. En esta ocasión, ella lleva adelante su preñez con coraje: su relación con Amador, cercano a la muerte, le acrecienta su amor a la vida. Amador es el único que da la bienvenida al recién concebido, y lo hace de una manera muy hermosa: "Yo me voy, pero te dejo mi sitio. Que nadie te lo quite; es tuyo". Marcela ya no está hipotecada al egoísmo de Nelson. Reconoce que no está con él por amor, sino para huir de la soledad, y ha comprendido que la soledad sigue siendo la misma con Nelson o sin él. Otra observación antropológica llena -inconscientemente- de sentido religioso. El anhelo del corazón supera lo que el hombre puede ofrecer. Esto también lo retrataba con mucho acierto Fernando León en su película Princesas.

Para simbolizar cinematográficamente todo esto, el director elige la metáfora de la flor. La película comienza con una flor que nace en un estercolero, signo de la vida que siempre sorprende aun en un contexto de muerte. En el film se habla siempre de la belleza de las flores, que perdura incluso cuando éstas han sido arrancadas de su raíz. Y con una flor recién abierta se cierra la película.

Estilísticamente, el film padece un ritmo excesivamente lento, reforzado por la personalidad un tanto "bradipsíquica" (de lentos reflejos) de Marcela. Fernando León siempre ha reivindicado una cadencia de montaje que permita saborear las escenas y los planos, pero aquí fuerza demasiado la parsimonia. El resto es muy equilibrado: la música, la fotografía, y toda la puesta en escena están mimadas y cuidadas con escrúpulo. Los actores, en especial Magaly Solier, Pietro Sibille y el veterano Celso Bugallo, hacen una interpretación creíble y coherente. En fin, muchos denostarán esta película carente de ideología y sinceramente humana. No es nuestro caso, por muy discutibles que puedan ser algunos aspectos del film.

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