Álvaro Petit, poeta de la épica de la vida

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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24 septiembre 2018
Al término del verano se agolpan los recuerdos, de los encuentros y de las lecturas, y todos ellos son alimentos provechosos en un curso que comienza. No soy un asiduo lector de libros de poesía, pues mis aficiones y gustos van hacia el ensayo, aunque contemplo con cierta admiración, y un no menor asombro, a quienes escriben novela, y sobre todo poesía. Este verano pude terminar de leer el libro de Álvaro Petit Zarzalejos, Que aún me duelas, que fue accésit del Premio Adonais 2017, publicado por Ediciones Rialp. Poco antes, me había encontrado con el autor. Una terraza, una agradable conversación en que la tarde se prolonga en el conocimiento de un joven escritor y de su obra. En ese momento pienso que me acompaña un poeta de café, un escritor de aquellos tiempos clásicos en que el escritorio era la mesa de un establecimiento en el que se saboreaba pausadamente una taza de café, casi al mismo tiempo que se rellenaban unas cuartillas.

Al término del verano se agolpan los recuerdos, de los encuentros y de las lecturas, y todos ellos son alimentos provechosos en un curso que comienza. No soy un asiduo lector de libros de poesía, pues mis aficiones y gustos van hacia el ensayo, aunque contemplo con cierta admiración, y un no menor asombro, a quienes escriben novela, y sobre todo poesía. Este verano pude terminar de leer el libro de Álvaro Petit Zarzalejos, Que aún me duelas, que fue accésit del Premio Adonais 2017, publicado por Ediciones Rialp. Poco antes, me había encontrado con el autor. Una terraza, una agradable conversación en que la tarde se prolonga en el conocimiento de un joven escritor y de su obra. En ese momento pienso que me acompaña un poeta de café, un escritor de aquellos tiempos clásicos en que el escritorio era la mesa de un establecimiento en el que se saboreaba pausadamente una taza de café, casi al mismo tiempo que se rellenaban unas cuartillas.

Vivimos en un mundo en el que cuentan mucho las apariencias y bastante menos los sentimientos, pese a que nuestra época presume de haber otorgado a los sentimientos y a las emociones el puesto ocupado en otro tiempo por la razón. Ese culto a las apariencias es propio de la sociedad del espectáculo de la que hablaba el filósofo Guy Debord en el no tan lejano 1967, y que también decía que “mentir se ha convertido en superfluo cuando la mentira se ha convertido en verdad”. Sin embargo, en Que aún me duelas están ausentes las imposturas y las apariencias. Por el contrario, en este libro aparecen muy vivos el amor, la ausencia, el dolor, el recuerdo y la esperanza. Es un libro impregnado de sentimentalidad, aunque no de sentimentalismo. Álvaro Petit es, sin duda, un poeta lírico, pero tiene también mucho de poeta épico, lo que no es extraño en alguien que proclama su admiración por la Ilíada y la Odisea y los cantares de gesta. El gusto por lo épico no es aquí el de las ensoñaciones estériles sino el de los combates de la vida cotidiana, que también tiene sus héroes y sus santos.

La verdadera épica, la que no nace del orgullo y la egolatría, no se siente a gusto en algunos círculos literarios, que por naturaleza son endogámicos. Y la endogamia y la verdad suelen estar reñidas. Los círculos cerrados, que nunca han gustado a Álvaro Petit, tienen el defecto de encubrir los defectos, y son el ingrediente de lo que nuestro autor calificaría de un “yoísmo” absurdo. Un auténtico poeta debe de huir de todo eso, pero eso no significa que deba escribir en función de sus lectores. El poeta debe escribir para uno mismo, no para un hipotético y desconocido lector. Es una cuestión de fidelidad personal, de fidelidad a la propia obra. Porque como dice Julio Martínez Mesanza, Premio Nacional de Poesía 2017 y considerado por el autor como su maestro, juntamente con Jon Juaristi, un poeta debe de seguir su propio camino. Y la fidelidad se demuestra estando cada uno en su sitio.

Que aún me duelas es un libro para disfrutar de la poesía. En efecto, para Álvaro Petit la poesía es gozo y disfrute. Sin embargo, su poesía no está aquejada de la “profesionalitis” de ciertos autores, ya que no busca ser poeta de profesión. Antes bien, reconoce que aspira a vivir de su trabajo, el de periodista y futuro historiador. Frente a la tentación del “yoísmo”, vestidura de la soberbia, nuestro poeta resalta el valor de la otredad. Consiste en resaltar la importancia de la convivencia con los demás, lo que conlleva la necesidad de amar y ser amado. El deseo de intimidad, que llega a extremos casi enfermizos en el mundo de nuestros días, no está reñido con la convivencia con los otros. Pero antes es aconsejable hacer lo que decían los griegos, el conocerse a uno mismo, que fue completado por el cristianismo, que, según Álvaro Petit, es una invitación a conocerse a sí mismo, pues cuando alguien se va conociendo a sí mismo, más pronto se da cuenta de que necesita de los demás.

Cabe añadir que este libro, ni su autor, pueden encuadrarse en ninguna escuela o movimiento. Es poesía en estado puro, y lo expresan muy bien estos versos: “Pesadamente avanzan sus dicciones / innominadas sus dicciones / aún en su sentido desmayadas”. Pero también es amor a la vida, en la que no pocas cosas pueden conquistarse con una sonrisa: “Hay cierto valor en una sonrisa / cierto imperio. Es como batirse en duelo con la existencia, como un jergón blando / igual que una barbacana enlabiada / o una osadía, signo de almas libres”.

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