Alta tensión en el partido republicano
Cada semana, supermartes en la cita electoral. Cambian los estados pero siguen los mismos, la incansable Hillary y el lenguaraz Donald, que siguen tocando sus trompetas, como si dijeran a los demás: ¿os rendís? Ha sido una semana muy animada, a veces incluso violenta.
El establishment republicano lo ha intentado todo para hacerse con las riendas de la batalla electoral. En un solo día transitaron por las televisiones estadounidenses más de 4.000 anuncios anti-Trump, cuatro mil spots de publicidad negativa, incluso denigrante. Y la violencia en torno al candidato menos ortodoxo no ha sido solo verbal. Pero a pesar de todo, o mejor dicho justo a causa de ello, Trump parece resucitar. No solo le votan los republicanos vocacionales, también los que son nuevos en participación política, los que habían dejado de votar hace años e incluso lo demócratas que están hartos del tran tran habitual o temen un posible aunque improbable giro socialista.
Y así llegamos a los resultados: Rubio, pulverizado por Donald en Florida, se rinde; Kasich triunfa en Ohio, pero es el único que todavía piensa que tiene algo que decir en estas primarias; Cruz solo puede librar un combate serio en Missouri, pero sigue proclamándose como la única alternativa posible a Donald Trump. El botín conseguido por Trump en Florida, Illinois y Carolina del Norte es enorme, pero podría no bastar.
La hostilidad de su partido todavía puede utilizar los complejos mecanismos de asignación de delegados. Trump podría llegar a la Convención Republicana sin los apoyos necesarios para cerrar la partida y callar a todos. Un problema que, si volvemos la mirada al otro bando, Clinton no debería tener. Sanders ha perdido en todas partes excepto en Missouri, ha quedado triturado. Ahora tendrá que decidir si se va voluntariamente o se lanza a la parrilla de las primarias que quedan. En todo caso se ha allanado bastante el camino que conduce a Hillary hacia la nominación.
Clinton ha sufrido bastante, ha tocado con los dedos su incapacidad para parecer auténtica (al menos, parecerlo), para querer y hacerse querer, pero ha logrado apoyos, voces y recursos en su partido. Todo lo contrario de Trump, que sigue impertérrito con su “cuanto más me critican, más me votan”. A él no le interesa el partido, solo le interesa “su” partido.