¿Algún parecido entre la crisis de 2007 y la de 2020?
En plena crisis de salud pública y el terrible drama que asola gran parte del mundo, hace unos días propuse en páginasDigital.es algunas reflexiones sobre la crisis económica que la acompaña y que permanecerá un tiempo, una vez el virus haya desaparecido o esté controlado. Pretendo ofrecer preguntas antes que respuestas. Me parece que estamos en un tiempo de preguntas y reflexión, de preguntarnos, de poner las preguntas que nos ayuden a trabajar y construir en la dirección de sacar lecciones aprendidas, juicios que ayuden en nuestro quehacer económico, tan lleno de incertidumbres. Hoy simplemente quiero comparar la situación actual con la de 2007, al inicio de la crisis económica precedente.
Todo el mundo dice que esta de ahora es una crisis económica única y a corto plazo, de oferta y de demanda, nada parecida a las crisis anteriores. Y en gran medida es una afirmación correcta. Los desajustes económicos de 2007 no están en 2020, aunque, ojo, que ciertas correcciones se están haciendo por debilidades no bien curadas aún que manifestó la crisis anterior y que nos hacen débiles antes crisis como esta. ¿Se curó bien la burbuja inmobiliaria? ¿Se han saneado ya completamente los balances? ¿Se ajustaron los excesos de deuda a las posibilidades de devolución? ¿Siguen los valores bursátiles la evolución de la economía real? Algunas de estas respuestas no son precisamente positivas y por eso algunas de las correcciones que ya estamos viendo.
De esta crisis se espera que sea muy aguda, pero al mismo tiempo, una reacción rápida, una vuelta a la normalidad rápida, una recuperación en forma de V: caída libre con la crisis del coronavirus, recuperación rápida tras la muerte o control del virus. ¡Ojalá sea así!
Pero existen algunos parecidos entre ambas crisis. El más importante es que entonces se cayó la presunta evidencia de que el valor de los inmuebles y de muchos activos no podía sino solamente subir y subir, y que el sistema financiero no podía colapsar como lo hizo. Esta evidencia cayó, igual que ahora cae la evidencia de que el mundo no puede parar de producir y crecer nunca: ahora vemos gran parte del mundo de “baja por enfermedad forzosa”, toda actividad económica parada superada por un virus de alta letalidad. Y nuevamente nos vemos impelidos a pensar más en el largo plazo.
Al igual que la crisis de 2007 supuso la crisis del cortoplacismo en las finanzas, en el endeudamiento sin control de todo el mundo, en los organismos reguladores y políticos miopes que midieron mal problemas latentes y sus impactos, la crisis actual de 2020 supone la crisis del modelo de crecimiento que excluye situaciones como las de la pandemia actual. A nadie le interesa gastar e invertir para prevenir algo que puede tardar cien años en volverse a repetir. Obviamente este gasto e inversión correspondería a los gobiernos, ya que es posible que no existan mercados cuyos productos se usen a tan largo e incierto plazo. Los gobiernos tendrán que pensar en un largo plazo que seguramente no dará muchos votos cuando pasen unos años de la crisis. Y prever cambios regulatorios que permitan afrontar las situaciones tan terribles que también la economía y el mercado de trabajo están sufriendo.
Pero también las empresas, una vez puedan superar el golpe actual, tendrán que establecer protocolos y formas de hacer que les permitan enfrentarse a situaciones como la actual, sin que les pille desprevenidas y sin previsiones ni provisiones.
Y las personas individuales y las familias también tendrán que tener en el rabillo del ojo que hay que construir de una determinada manera las relaciones sociales y familiares para momentos de crisis como el actual. Nadie podrá actuar como si esto no hubiera pasado. La crisis apela a una unidad y una construcción común dentro de cada ámbito, unidad que no se construye de la noche a la mañana.
Termino nuevamente con algunas preguntas, como hice en el artículo de hace unos días: cuando estamos llamados a vivir el presente dando gracias por la vida que se nos da cada día, también surge la necesidad de construir en el medio y largo plazo, en aquellas acciones que no conllevan beneficio monetario inmediato, pero generan relaciones e inversiones para el bien de todos, para la casa común. Las preguntas son claras: ¿hemos aprendido lecciones de la crisis anterior que nos permitan superar la crisis actual?, ¿cómo se generan relaciones sociales y económicas fuertes que miren al bien común, por encima de los intereses inmediatos o meramente lucrativos?, ¿qué o quién puede construir a largo plazo en una sociedad para las siguientes generaciones vivan agradecidas por el legado de la actual, donde la crisis del coronavirus suponga un salto cualitativo en nuestra forma de hacer las cosas bien?