Alguien, algo, en algún momento
Dos horas. Mientras tanto, el reloj, el ordenador y el móvil. Y el sol que hay fuera. Pero no resulta fácil alegrarse con el sol cuando en ese instante no estás contento con lo que estás haciendo. Cuando ni siquiera sabes lo que estás haciendo.
Este sol de justicia.
Este silencio sólo roto por las teclas del ordenador.
Este grito en medio del aburrimiento y del cansancio, de la impotencia y la desidia, del deseo y la necesidad.
De otra cosa.
Que también esté aquí.
A esta hora.
En este lugar.
Que no sea dentro de cien años.
Ni cuando algo mejore.
Suena el móvil. A lo mejor alguien me salva. No. Es una persona cercana por whatsapp. Un mensaje agradable pero irrelevante.
A lo mejor alguien me salva.
De mí. De mi agotamiento. De este tedioso no estar presente en el trabajo. De este rechazo a esperar algo aquí. De esta indiferencia. De percibir el tiempo como una losa larga mientras dura la jornada laboral.
A lo mejor alguien me ayuda. A vivir el trabajo como todo lo demás.
El reloj. Las paredes blancas, impecables. Los balcones de enfrente, con plantas. La vida de la calle, al otro lado de este muro y un piso más abajo.
La vida.
¿Dónde está la vida?
Que me ayude a suplicarle que venga a mí.