Algo más que reformas

España · César Nombela
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17 febrero 2012
Creo legítimo interpretar que las últimas elecciones han traído algo más que el típico cambio de signo en la administración propio de la -necesaria-  alternancia democrática. Dejo el detalle de los análisis políticos para los expertos en la materia entre los que no me encuentro. Sin embargo, tratando de expresar mi postura, como una más de entre los ciudadanos de a pie, entiendo que el resultado electoral demanda un cambio profundo. No es exagerado opinar que ocho años de Zapatero como gobernante dejan una sensación de auténtica devastación. Cómo no tener en cuenta el insoportable nivel de paro que hemos alcanzado; cómo olvidar el sentimiento de falta de expectativas que experimentan tantas gentes en nuestro país; cómo superar el desánimo que produce la reaparición de profundas divisiones en nuestra sociedad, divisiones que creíamos superadas desde la transición de los 70-80; cómo, en fin, demandar con eficacia de los nuevos gobernantes el que emprendan el camino de la necesaria recuperación.    

Harán falta esos análisis sobre la causas del deterioro, habrá que tener en cuenta la opinión de quienes las centran en la crisis de la economía global, o incluso en medidas de etapas anteriores a la última que consideran desacertadas. Quienes piensan que además de la crisis económica padecemos una crisis de valores tienen sus razones. Escuchemos esos análisis, porque no se puede sostener una sociedad basada exclusivamente en la búsqueda de un bienestar material, que no colma las aspiraciones más profundas del ser humano.

Tratando de ser constructivo, en una sociedad como la nuestra que se organiza como cosmovisivamente neutral, me parece importante proponer a los nuevos responsables políticos que no se engañen. Que tengan claro que la acción de gobierno tiene que ir a la raíces. El reformismo tiene tradición entre nosotros, en etapas de la historia de los dos últimos siglos. Pero tampoco nos ha faltado la tentación del arbitrismo, que trata de convencer a la sociedad de que se puede alcanzar cualquier meta simplemente negando la realidad. Ahí están, como un ejemplo reciente, quienes hace apenas cuatro años afirmaban que lo importante era "defender la alegría", sin otra propuesta seria, sin el menor esfuerzo por superar la catástrofe que ya estaba en el horizonte y que ellos trataban de ignorar, cuando no de negar.

Reformistas ilustres han propugnado en diversos momentos esas reformas -radicales- con el convencimiento de que en nuestra sociedad existía el sustrato adecuado para superar encrucijadas difíciles. A estas alturas de la historia, muchos pensamos que en nuestra sociedad existe efectivamente ese sustrato, como para actuar a modo de fermento transformador que aporte el impulso reformista profundo. Muchos lo pensamos y lo vivimos desde una esperanza cristiana, con el convencimiento de que podemos converger con todos aquellos que de buena voluntad buscan el bien común. Pero, las reformas necesarias no vendrán exclusivamente desde el sentimiento, hace falta una voluntad por parte de la sociedad que los gobernantes tienen la obligación de canalizar. Necesitamos un esfuerzo en pro del bien hacer. Desde la educación en todos sus niveles a la investigación, la actividad empresarial y el ejercicio profesional de cualquier índole. Los poderes públicos tienen que aportar el ejemplo y el impulso, sin olvidar que las bolsas de corrupción pueden ser la expresión de una sociedad instalada en la chapuza, en la que todo vale. Nos perturba la falta de rigor, la que puede llevar a gastar más de lo que se tiene o a plantear iniciativas que sólo conducirán a hipotecar a las generaciones futuras. Necesitamos, desde luego, una apuesta por la libertad, la de cada persona, frente a la imposición de lo políticamente correcto. Hay espacios en los que la acción del gobierno más que imponer tiene que liberar de agobios a una sociedad que se ve constreñida por un estado que trata de uniformizar y marcarnos cómo tenemos que ser y por qué.

Naturalmente que ello no supone que podamos controlar todos los riesgos. El progreso de la humanidad sólo ha tenido lugar cuando se ha asumido el riesgo. Y nada más arriesgado que propugnar el reconocimiento de la dignidad y los derechos de todos. Por ello, el fomento de los valores -los valores cristianos, claro que sí- los que han dado sentido y fundamento al progreso de nuestra civilización tiene que tener su espacio. Paradójicamente, las sociedades europeas van camino del suicidio demográfico al reducir sus tasas de natalidad. Es la expresión de un problema muy profundo consecuencia en parte de las operaciones de ingeniería social, promovidos por diferentes administraciones, entre las que están la promoción del aborto o la desnaturalización de la familia. No soy tan ingenuo como para postular que la totalidad de la solución esté en manos del nuevo Gobierno. Hay mucho más que analizar sobre estas cuestiones de las que nos hemos de seguir ocupando. Pero, las reformas que se necesitan van más allá de lo cosmético, no se trata de que venga nueva gente a ocupar los puestos en los ministerios. Se trata de que su acción suponga acometer un esfuerzo tan profundo como profunda es la naturaleza de los problemas. De eso es de lo que se les ha de pedir cuentas.   

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