Alan Jara, liberado
El sol se alza en Villavicencio, cuando el helicóptero de las Fuerza Aérea brasileñas despega de la pista del aeropuerto Vanguardia, dejando solos a la nave y tripulación de reserva. A bordo, la siempre polémica senadora Piedad Córdoba y varios miembros del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). La senadora, mediadora y conexión con los terroristas, había recibido unas coordenadas concretas. Pero al llegar al supuesto lugar del encuentro, resulta ser un engaño y recibe unas nuevas coordenadas diferentes. Si bien el Gobierno había garantizado la suspensión de las acciones militares en la zona, desde la Operación Jaque la organización terrorista se ha vuelto más suspicaz de lo que ya era.
Una vez llegados al nuevo punto de reunión, después de varias horas de vuelo, la senadora y el CICR reciben el "paquete": un hombre de no más de metro setenta, pálido, extremadamente delgado y que lleva a sus espaldas una de las mochilas que utilizan los propios terroristas. Su nombre es Alan Edmundo Jara Urzola, y cuando fue secuestrado su cargo era el equivalente al del presidente de una Comunidad Autónoma. El intercambio dura apenas unos minutos, unos abrazos, unas sonrisas. Cuando el helicóptero despega, Alan siente un agujero en el estómago. No es la gravedad, es el vértigo de volver a ser un hombre libre.
Faltan apenas unos minutos para las 13.30 horas, cuando hace acto de presencia en las pistas de Villavicencio el General Óscar Naranjo, máximo mando de la Policía Nacional. El Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo Ramírez, ha sido llamado a consultas a Bogotá. Será el general quien reciba a Alan Jara y coordine la seguridad. El general se acerca a la prensa y da unas breves explicaciones sobre este hecho inaudito, que suenan convincentes sólo para unos pocos. Siguen pasando los eternos minutos, con 40 grados de temperatura y a pleno sol.
Son aproximadamente las dos de la tarde cuando el sonido de unas hélices resuena en la lejanía. Todos contenemos la respiración, mientras el Cougar cedido por Lula toma tierra y se desliza por la pista. En su interior, el ex gobernador del Departamento de Meta agita las manos sonriente. Después de un eterno desplazamiento por las pistas, se detiene y apaga motores. Su familia corre hacia el aparato, desoyendo voces militares y policiales. Un tripulante desciende del aparato, instantes después lo hace una joven componente el CICR. Para cuando Alan Jara va a saltar a tierra, su hijo lo recoge casi en volandas y lo abraza, junto a su madre, después de siete años y medio de infierno.
Llevan puesta la misma ropa que usaron para un reportaje de la edición colombiana de la revista Gente. Reportaje que Jara recibió algún tiempo después de su publicación, y en el que vio a su familia por primera vez en años. Su hijo, a quien dejó siendo un niño, aparecía ahora convertido en un hombre. Y su esposa, marcada por el tiempo perdido y las preocupaciones, pero siempre bella y sonriente. A bordo del helicóptero Piedad Córdoba le había dicho a Jara que llevarían puesta esa ropa, por si no conseguía reconocerlos entre la multitud después de tanto tiempo. Pero no fue necesario, porque el ímpetu de la familia fue más fuerte que el perímetro de seguridad de la policía. Todo con tal de ver al padre… al esposo, y fundirse con él en un estremecedor abrazo que paralizó al país.
Lo siguiente que hizo el ex gobernador fue acercarse a la prensa y decir brevemente: "Libre, estoy libre. Ya he descansado siete años, ahora es el momento de trabajar".
Alan Jara, bienvenido a la libertad. Quedan 4.700.