Al otro lado del muro del odio

Mundo · Giorgio Vittadini
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20 febrero 2015
Entre los dos misiles Scud que Gadafi lanzó en abril de 1986 sobre la isla de Lampedusa y los Scud que el Isis ha amenazado con lanzar sobre Roma, hay un paso. Los dos primeros (cuya existencia por otro lado muchas fuentes del ejército italiano han puesto en duda con el paso de los años) fueron una represalia libia contra los bombardeos americanos sobre Trípoli, que a su vez fueron la represalia por un atentado contra una discoteca en Berlín donde murieron varios soldados americanos. En cambio hoy estamos ante la llegada de los milicianos del califato islámico a las playas del Mediterráneo. Como ellos mismos dicen en el video en el que decapitan a 21 cristianos coptos egipcios en Libia, el Isis está ya “al sur de Roma”.

Entre los dos misiles Scud que Gadafi lanzó en abril de 1986 sobre la isla de Lampedusa y los Scud que el Isis ha amenazado con lanzar sobre Roma, hay un paso. Los dos primeros (cuya existencia por otro lado muchas fuentes del ejército italiano han puesto en duda con el paso de los años) fueron una represalia libia contra los bombardeos americanos sobre Trípoli, que a su vez fueron la represalia por un atentado contra una discoteca en Berlín donde murieron varios soldados americanos. En cambio hoy estamos ante la llegada de los milicianos del califato islámico a las playas del Mediterráneo. Como ellos mismos dicen en el video en el que decapitan a 21 cristianos coptos egipcios en Libia, el Isis está ya “al sur de Roma”.

Un escenario que era impensable hasta hace muy poco tiempo, mientras que el terrorismo de matriz islámica sigue atacando el corazón de Europa: París, Copenhague. Los llamados “perros sueltos” que andan por las calles de las capitales europeas están dispuestos a atacar donde sea y como sea. No es difícil llegar a las razones de esta escalada de violencia y guerra. Las culpas de Occidente son muchas: intereses económicos siniestros, ignorancia de los factores sociales, religiosos y culturales en juego, con la convicción por parte de los neocon y de los liberales (no solo americanos) de la necesidad de las guerras para implantar la democracia.

George W. Bush padre decidió en 1991 invadir Iraq contra la opinión del Consejo de Seguridad de la ONU y Bush hijo volvió a invadirlo en 2003 en virtud de pruebas, ingeniosamente construidas y que se demostraron falsas, de que Saddam tenía armas de destrucción masiva. Juan Pablo II, preocupado por la vida de las poblaciones de Oriente Medio, intentó que Saddam Hussein abandonara pacíficamente el poder con su viceprimer ministro iraquí, Tarek Aziz, pero fue rechazado.

Ya sabemos lo que vino después: el desmoronamiento del país, la anarquía, el terrorismo, las persecuciones. Por la ideología de la exportación violenta de la democracia, después de haber favorecido la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes en Egipto, la administración americana, con su ya sabida inexistente política mediterránea, dejó que Sarkozy (que tenía importantes intereses “petrolíferos”) y Cameron acabasen con Gadafi, quedando Libia en un caos previsible, en manos de bandas armadas, fundamentalistas, contrabandistas y ahora asesinos del Isis. Hoy nadie pide cuentas al ex presidente francés por los miles de muertos y refugiados en masa a los que asistimos, igual que nadie pide cuentas a Cameron, que rehúye cualquier compromiso concreto.

Además de todo esto, está el apoyo del mundo occidental a los que se rebelaban contra el presidente sirio Assad, una revuelta que enseguida fue manipulada e instrumentalizada por los futuros milicianos del Estado islámico sin que ningún líder occidental se diese cuenta, llegando a la absurda amenaza de guerra de Obama, que de hecho habría favorecido a los milicianos del Isis si se hubiera iniciado.

Juan Pablo II, con pocas palabras dramáticas y proféticas, puso en guardia en su momento ante el riesgo de romper el ya precario “equilibrio de toda la región de Oriente Medio” y de los “extremismos que podrían derivar” de la invasión de Iraq. Estos extremismos han salido a la luz y ahora amenazan a Europa a pocos kilómetros de distancia. Juan Pablo II tuvo una visión dramáticamente realista y concreta de lo que iba a suceder cuando denunció que la guerra en Iraq sería el presagio de ulteriores conflictos y desequilibrios sanguinarios, y que la caída de los regímenes dictatoriales no daría paso al nacimiento de democracia alguna sino a otros totalitarismos probablemente más peligrosos e incontrolables. La misma línea del Papa Francisco, que con su decidida toma de posición y movilización de las conciencias, cuyo punto culminante fue el momento de oración mundial por la paz, contribuyó a detener la intervención americana en Siria.

Esta línea común de los pontífices no es la justificación de los dictadores, sino la convicción, confirmada por los hechos de que, como sucedió con la caída del Muro de Berlín en 1989, la vía del diálogo, la diplomacia y la educación para la paz es mucho más fecunda y duradera. No se trata solamente de la línea “católica”, sino de una consideración muy racional, común con el mundo musulmán más amplio de miras, como documentó la exposición del Meeting de Rímini 2014 sobre los mártires de la plaza de Tahir, jóvenes musulmanes que dieron la vida para salvar a sus coetáneos coptos.

Ante una situación tan dramáticamente lacerada, llama la atención la negligencia en una tensión educativa que busque una conciencia crítica de la propia identidad, que una al mundo occidental con el mundo árabe.

Aunque en general los medios de comunicación lo han ignorado, impresionan las palabras de hace unos días (y no es la primera vez) de la reina Rania de Jordania. ¿Cómo es posible que el mundo árabe haya llegado a estos extremismos?, se preguntaba en un discurso televisado, ¿y cómo podrán los musulmanes recuperar las raíces de su religión? Reconociendo lo que es una auténtica “emergencia educativa” en acto, solo con políticas “educativas” adecuadas por parte del mundo árabe, añadió, será posible salir de este impasse.

En un nivel similar se ha situado el actual presidente egipcio, Al Sisi. Una figura controvertida en muchos aspectos pero que, ante las máximas autoridades religiosas reunidas en la universidad Al-Azhar de El Cairo, hace unas semanas abordó el tema de la religión reducida a ideología de un modo lúcido y valiente: “Me dirijo a los estudiosos de la religión y a las autoridades religiosas. Debemos dirigir una mirada atenta y lúcida a la situación actual. Es inconcebible que la ideología que nosotros santificamos haga de toda nuestra nación una fuente de preocupación, peligro, muerte y destrucción del mundo entero. No me refiero a la religión sino a la ideología, el cuerpo de ideas y textos que hemos santificado con el paso de los siglos, hasta el punto de que ponerlas en discusión resulta muy difícil. Hemos llegado a un punto en que esta ideología es hostil para el mundo entero. No podéis ver las cosas con claridad si estáis presos en esta ideología. Debéis oponeros a esta ideología con determinación. Necesitamos revolucionar nuestra religión… La nación islámica está lacerada, destruida, encaminada a la ruina. Nosotros mismos la estamos llevando a la ruina”.

Bienvenida sea una operación de mantenimiento de la paz de la ONU, esperemos que por fin unida ante la barbarie que, desde Nigeria hasta todo el norte de África y Oriente Medio, amenaza la vida cotidiana, la experiencia religiosa, el camino hacia el desarrollo, cultural y económico, de muchas personas pacíficas y trabajadoras. Pero no olvidemos que, como se decía en tiempos del Muro de Berlín, solo un continuo compromiso educativo dedicado a la búsqueda de la verdad y a la conciencia crítica de la propia identidad puede llevar a la paz.

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