Al carbón no podemos volver

Editorial · Fernando de Haro
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18 diciembre 2022
No hay nada más frustrante para la necesidad de sentido que una respuesta fijada en el pasado. No es posible volver “al mundo que hemos perdido” como no es posible volver al carbón.

Arati Prabhakar no se acuerda de Nueva Delhi, la ciudad en la que nació. Llegó a Estados Unidos cuando no había cumplido cuatro años. Ahora tiene 63 y una larga carrera como ingeniera especializada en la investigación energética. A pesar de su larga experiencia, la semana pasada no pudo ocultar su emoción al anunciar que, por fin, el Lawrence Livermore National Laboratory, en California había conseguido el sueño durante mucho tiempo acariciado: se había logrado una fusión nuclear con una ganancia neta de energía. La fusión nuclear es un proceso en el que los núcleos de dos átomos ligeros se unen para formar un núcleo más pesado. Desde hace décadas se trabaja en transformar este fenómeno, que se produce en el interior del sol, en una fuente de energía limpia y casi ilimitada. El avance científico anunciado es muy importante. Pero hay muchos obstáculos técnicos y de ingeniera para que la fusión nos proporcione la electricidad que necesitamos en nuestras casas.

Desde luego la fusión no va a estar lista para la transición, de las energías fósiles a las energías renovables, antes de que el planeta se caliente demasiado. En cualquier caso se avanza por otras vías. Antes de que termine esta década necesitamos tener una capacidad instalada de energías renovables de 10,8 teravatios, o sea 10,8 billones de vatios. Hace falta duplicar las actuales. La Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) dice que el objetivo se puede alcanzar. Hay potencial por explotar.

La carrera por obtener energía limpia y de bajo coste pone en evidencia, una vez más, que los recursos para resolver nuestras necesidades son elásticos, la demanda hace crecer la oferta (por decirlo en términos económicos). Esto no significa, ni mucho menos, que el progreso técnico pueda hacernos llegar a un momento de equilibrio y de satisfacción total. Las necesidades son también elásticas, y entre necesidad y respuesta hay factores variables (no automáticos): el compromiso con el conocimiento y la investigación, el trabajo, el poder que puede convertirse en obstáculo. Por resumir,  la libertad.

Se ha subrayado con acierto la diferencia entre el progreso científico y el progreso cultural o moral (el que tiene que ver con la necesidad de significado). El primero es acumulativo, el segundo no se puede acumular porque depende totalmente de la libertad, que es siempre nueva. Otra diferencia esencial: las necesidades energéticas no son infinitas, pero lo que define la necesidad de significado es precisamente su carácter ilimitado. Es una necesidad siempre presente, siempre imposible de satisfacer. Aunque  también en este caso, la respuesta a la necesidad es, en cierta medida elástica. Crece o se desarrolla en la medida en que el compromiso con la demanda es más intenso. La verdad, que es la fuente de energía para el progreso cultural, siempre es histórica. Si no está en el presente deja de ser verdad.

Por eso no hay nada más frustrante para la necesidad de sentido que una respuesta fijada en el pasado. Cualquier progreso en el campo moral necesita también que la libertad adquiera como suyo el conocimiento acumulado (tradición). Pero ese depósito no está en la historia.

Es absurdo soñar, para responder a la necesidad de significado, que es posible volver “al mundo que hemos perdido”. Imaginamos, a menudo, que en un momento del pasado hubo un cruce de caminos y que nos equivocamos o se equivocaron los demás. Tomamos el camino equivocado por un error o porque nos forzaron a ello. La izquierda y la derecha quieren volver a ese cruce de caminos en el que empezó “la decadencia”: al momento en el que la modernidad se hizo racionalista, al momento en el que el capital le robó al pueblo lo que era suyo, al momento en el que el reto del nihilismo no era acuciante, al momento en el que no había globalización, al momento en el que el voto católico era unitario… la lista de “momentos” es interminable.

Nos engañamos. La imagen que nos hacemos del tiempo nos traiciona. Solemos pensar que en el tiempo es una línea, a nuestras espaldas está lo que ha sucedido y el futuro delante. Pero en realidad el tiempo es un punto, solo existe el presente (el pasado y el futuro están en ese presente). El cruce de caminos al que queremos volver no existe. No podemos volver a calentarnos con carbón. Solo existe una libertad que en el instante puede comprobar como de elástica y flexible es la respuesta a su necesidad de significado.

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