Aire fresco
Muñoz Molina dio muestras de no querer quedar encajonado al escribir una carta a los lectores en El País, su periódico. Se desmarcó por esa vía de las barbaridades de Almudena Grandes sobre la Madre Maravillas. Sus columnas en el suplemento cultural Babelia, al hablar de un cuadro, de un músico, o de un superviviente del nazismo con el que se ha reunido en su Manhattan están llenas últimamente del esfuerzo por superar "esa ideología que -como él mismo dice-, en la mayor parte de los casos, es una forma de pereza, una coartada para no molestarse en aprender". Supera esa pereza y ora revindica el papel de los comunistas en la reconciliación nacional -algo que todos, hasta ellos mismos, parecen haber olvidado-; antes confiesa que le "da vergüenza comprobar que uno mismo ha compartido la biliosa tendencia española al desdén hacia lo que de verdad no se conoce, hacia lo que uno no se ha molestado en mirar ni en leer"; después titula "Ver lo visible" y, al referirse a una escena de Vermeer escribe que "no había nada que mirado atentamente no fuera memorable. Pintar era una tarea tan material, tan sagrada como verter leche en un cuenco y preparar un alimento sabroso". Este realismo radical le hace afirmar lo memorable del instante, presentir lo que tiene de ventana que mira hacia el Misterio. Por eso la apertura, a las cuatro de la tarde, de San Luis de los Franceses para ver la vocación de San Mateo de Caravaggio le evoca "la sensación de instantaneidad que hay en el cuadro: el momento justo en el que Cristo levanta la mano con una extraña mezcla de lasitud y determinación y señala hacia el cobrador de impuestos; en el que éste mira con asombro y miedo, y se señala incrédulamente a sí mismo con una mano, y con la otra interrumpe el gesto de contar las monedas que todavía tiene entre los dedos. Todo es un duelo de miradas, ese instante detenido y eterno en el que una vida cambia de golpe y para siempre".
No es la fe pero sí la descripción no consciente del modo como se genera: encuentro de dos miradas, las dos humanas. Es un realismo feroz que le hace decir "atención y silencio vuelven memorable el presente". Y por eso el Muñoz Molina que presenta La noche de los tiempos, su última novela, ambientada en la II República, huye de los esquemas, se distancia como de la peste de la memoria histórica, reclama la memoria de todos, critica a personalidades de los dos bandos, revindica a Julián Marías, proclama que el enfrentamiento no era inevitable, dice que "lo de las dos Españas es una mentira, sólo la irresponsabilidad política puede alimentar esa idea", y añade que no se puede saber todo sobre el misterio de uno mismo: "la novela, como género, nos enseña que debemos tener un fondo de respeto sobre el ser humano. Que hay cosas que podemos saber pero otras no: ni sobre otros, ni sobre nosotros mismos". El respeto a lo inabarcable genera ternura histórica. Categoría esta última a revindicar contra los sentimentalismos que siempre provocan violencia.
Álvaro Delgado Gal tampoco es un hombre que profesa un credo, forma parte de la escasa derecha laica sin prejuicios. Tan poco prejuicios tiene que ha titulado su último libro El hombre endiosado (Trotta). Comienza haciendo un análisis crítico del matrimonio homosexual y acaba realizando un recorrido sobre la pretensión teológica del pensamiento político contemporáneo en la que el Estado se apropia de la dimensión de sacralidad. Delgado Gal denuncia con precisión la matriz idealista y voluntarista de ese hombre y Estado postmoderno que quieren hacerse con los atributos propios de Dios.
Para poder acertar tanto al explicar la pueril antirreligiosidad del momento presente hay que tener un sentido del Misterio sin el que no es posible la crítica. Realismo también en este caso sobre la condición humana, que no consiste sólo en reconocer el límite, que también está hecho de ese instante memorable, eterno, en el que se advierte que las cosas son, que tú mismo eres un dato, alguien que está siendo hecho. Aire fresco. Eso es lo que traen quienes nos acercan a ese instante.