`Como en patria ajena`

Agustín de Hipona responde a una entrevista sobre el reto de la nueva barbarie

Cultura · Fernando de Haro
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25 junio 2008
Viaje en el tiempo. Hasta una ciudad asediada por los vándalos, primavera del año 430. Hipona, resguardada por las montañas de Kabilia, es una de las pocas localidades que resiste a los bárbaros. Su obispo, Agustín, está muy enfermo. Hace veinte años que Alarico tomó Roma. En su memoria está muy fresca la obra que escribió entonces: La Ciudad de Dios. Acaba de pronunciar un sermón a sus fieles, en la catedral, lleno dulzura: "las verdaderas riquezas no son las que os roban los vándalos. La verdadera vida no es la que puede arrancaros un bárbaro". Buscamos su consejo.

Señor obispo, lo nuestro se parece cada vez más a lo suyo. No hay saqueos ni violencia pero el Imperio, otra vez, se desmorona. Ahora desde dentro. Los gobiernos aprueban leyes contra las tradiciones que nos han hecho pueblos libres. Y muchos entre los fieles cristianos se sienten angustiados ante tanta adversidad.

"Una misma adversidad prueba y afina a los buenos y a los malos los reprueba (…). Ante la misma calamidad, los pecadores abominan y blasfeman de Dios y los justos le glorifican y piden misericordia. La diferencia entre los dos sentimientos no depende del tipo de mal que se sufre, sino de las personas que lo sufren. (…) ¿Qué han padecido los cristianos en aquella común calamidad que, considerado con imparcialidad, no les haya valido de provecho?".

Pero ¿qué provecho puede haber para los cristianos en este tiempo, como en su tiempo, cuando muchos tienen la sensación de que desde la izquierda y desde la derecha se está acabando con el caudal de la fe?

"De aquellos cristianos (como de los de ahora), se dice que perdieron cuanto poseían. Yo pregunto: ¿Perdieron la fe? ¿Perdieron la religión? ¿Perdieron los bienes del hombre interior? Éstas son (entonces y ahora) sus riquezas y el caudal de los cristianos".

¿El problema entonces no es la ofensiva laicista sino el valor que se le da a la propia fe? ¿La cuestión es esperar todo del hecho de Cristo? 

"(Le pongo un ejemplo). Nuestro Paulino, obispo de Nola, era un hombre poderoso y se hizo voluntariamente pobre cuando los godos destruyeron su ciudad. Cuando ya habían tomado Nola, hacía su oración a Dios con el mayor fervor y diciendo con enérgicas expresiones: Señor, no padezca yo vejaciones por el oro ni por la plata, porque Tú sabes dónde está toda mi hacienda".

El obispo de Nola había convertido su fe en su hacienda. Pero los nuevos bárbaros no saquean ahora el oro y la plata. En realidad lo que nos entristece es que los nuevos godos atacan las instituciones y muchas de las obras que hemos ido construyendo para que el bien tenga una patria en el mundo.

"La gente que no vive de la fe busca la paz terrena en los bienes y ventajas de esta vida temporal. En cambio, los que tienen la vida regulada por la fe están a la espera de los bienes prometidos para el futuro. Utiliza las realidades temporales de esta tierra como quien está en patria ajena".

Eso no significará que hay que desentenderse de los desafíos de la historia. Es imposible desentenderse de lo que está sucediendo. En el siglo II la Iglesia se distanció de la herejía montanista, la herejía que pretendía impedir a los cristianos ser funcionarios y hacer el servicio militar. Pero ahora la situación es diferente, es bárbaro el gobierno y cada vez es más bárbara la oposición. Parece imposible aceptar la paz que quieren construir unos y otros. 

"(Ciertamente) el uso de las cosas indispensables para esta vida mortal es común a los hombres que viven de la fe y a los que no viven de la fe. Lo que es totalmente diverso es el fin que cada uno se propone con su uso. La ciudad terrena,  los  que no viven de la fe, aspira a la paz terrena y la armonía bien ordenada del mando y de  la obediencia de sus ciudadanos (…). La ciudad celeste, los que viven según la fe, tiene también necesidad de esta paz".

Pero entonces, si usted considera normal que los que viven de la fe construyan junto a los paganos la paz de la ciudad terrena, ¿dónde está la diferencia?

"(Los que viven de la fe), en medio de la ciudad terrena van pasando su vida en una especie de peregrinación, habiendo recibido la promesa de la redención y, como prenda, el don del Espíritu. No dudan en obedecer las leyes de la ciudad terrena, promulgadas para la buena administración y mantenimiento de esta vida transitoria. Y dado que ella es patrimonio común a ambas ciudades, se mantiene así la armonía mutua (…). La ciudad celeste, los que viven de la fe, usa de la paz terrena".

Si no lo entiendo mal me está diciendo que se trata de esperar de las leyes y de la política menos de lo que muchas veces esperamos. Las leyes y la política sólo nos dan la paz necesaria para realizar la gran obra de lo que usted llama la redención, la capacidad que tiene la fe de hacer más humana la vida. Pero… habrá algo "innegociable". No se puede esperar de las leyes la salvación, eso nos invita a no sobrestimarlas. Habrá algo en lo que la política sea decisiva, ¿no? En España, por ejemplo, se nos viene encima una nueva ley de libertad religiosa que puede ser muy restrictiva.

"La ciudad celeste, los que viven de la fe, sólo reconoce a un Dios digno de adoración (…), por eso no puede tener en común las leyes religiosas con la ciudad terrena. Y por ello fue necesario disentir y no conformarse con ella. Fue un peso para quienes pensaban de otra forma y tuvo que soportar sus iras, sus rencores, la violencia de sus persecuciones. Sólo en alguna ocasión logró contener la animosidad de sus adversarios por el temor al gran número de adeptos y siempre con el divino auxilio".

La libertad religiosa, la libertad de la Iglesia, como línea roja. Gracias, don Agustín.

Los textos de San Agustín están extraídos del Libro I y del libro XIX de la Ciudad de Dios. Las frases entre paréntesis son añadidos.

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