Afganistán 20 años después

Entrevistas · Francisco Medina
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3 noviembre 2021
Dialogamos con Javier Gil, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas acerca de este nuevo epicentro en el sudeste asiático.

11 de septiembre de 2001. Los ataques terroristas contra las dos Torres del World Trade Center en Nueva York y contra el Pentágono en Washington marcaron un antes y un después, originando la llamada guerra contra el terror desde Estados Unidos a nivel global. Han pasado 20 años desde entonces y muchas cosas han cambiado. A nadie se le escapa que uno de los escenarios, Afganistán, iba a convertirse en un epicentro del terrorismo islámico en Asia.

Vayamos al origen: los atentados del 11-S y el inicio de la llamada guerra contra el terror, por parte de Estados Unidos, en distintos escenarios, con resultados muy diversos. ¿Qué ha pasado en estos 20 años?

La guerra contra el terrorismo empezó con grandes propósitos. Derrocar al régimen talibán, eliminar la presencia de Al Qaeda y comenzar una lucha sin cuartel contra lo que suponía el yihadismo a nivel global. En estos 20 años ha habido más sombras que luces. Respecto a las segundas, merece la pena destacar el compromiso que se despertó dentro de la OTAN con EE.UU. y que tuvo su mejor reflejo en la campaña de la OTAN en Afganistán con todos los socios aportando su granito de arena, si bien bajo el liderazgo americano. Pero lo cierto es que, tras 20 años de guerra contra el terror, los talibanes han vuelto al poder en Afganistán, mostrando una capacidad de resistencia sin parangón en el mundo, y tristemente también tenemos más terrorismo que hace 20 años. En estas dos décadas hemos visto: en primer lugar, una descentralización de Al Qaeda en varias ramas geográficas, destacando sobre todo la de la península arábiga; un segundo elemento, el auge del Estado islámico, que llegó a controlar territorios de una manera física en Siria e Iraq, y también en la alejada Filipinas, si bien por un periodo de escaso tiempo. Un tercer dato a tener en cuenta, que en Europa hemos comprobado in situ cómo el terrorismo nos ha castigado; por último, hemos asistido –y aún seguimos viendo– a la normalización del terrorismo suicida desde aquel terrible atentado del 11-S.

El 11-S fue una catástrofe. Recuerdo ver las impactantes imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas en el telediario. La reacción norteamericana fue muy emocional (“nos han atacado, tenemos que defendernos”); se hablaba de un nuevo Pearl Harbor. Se trataba de devolver el golpe, con un componente militar y político. En esa reacción militar estuvieron detrás también los países de la OTAN. EE.UU. y Reino Unido, con apoyo aéreo y de la Alianza del Norte, organizaron la invasión de Afganistán y derrotaron a las fuerzas talibanas en dos semanas, ocupando el país.

Ahí surgió la cuestión de qué hacer. Aunque se consiguió el objetivo de derrotar a los talibanes, la idea era intentar establecer un país más estable, sólido y democrático, de modo que Afganistán dejara de ser un epicentro del terrorismo a nivel mundial. En conjunción con ello, había otro objetivo, el de acabar con el santuario de Al Qaeda en Afganistán y emprender una guerra más global que trascendiera el marco afgano, expandiéndose por Pakistán, el sudeste asiático, los países del Norte de África y el Sahel, que por aquella época –en 2001– estaba en calma y posteriormente, bien por factores domésticos, bien por factores internacionales, acaba siendo el lugar de origen de Boko Haram –que sigue activo–. Asimismo, el surgimiento del terrorismo en Kenia, o el estallido de violencia en el Magreb.

A nivel general, se lograron los objetivos pero, en lo que atañe a Afganistán, comenzó ya a observarse en el año 2008 que iba a resultar muy complicado conseguir un país estable, sólido, independiente económicamente, democrático y liberal, y lograr una victoria contra los talibanes.

El país está organizado en estructuras tribales. A tu juicio, ¿cuál ha sido el principal elemento transmisor del fundamentalismo talibán y por qué no ha sido posible consolidar una democracia, con todo el despliegue desarrollado por EE.UU. y la OTAN?

De 2001 a 2020 no se ha logrado crear una alternativa real al poder talibán. No se supo ofrecer un modelo de país con varios aspectos fundamentales: no se construye un sistema productivo afgano que mantuviera el país –de hecho, sigue siendo muy dependiente de la ayuda externa–; no se consiguió eliminar la corrupción policial y judicial; no se consiguió construir un Ejército afgano con capacidades para luchar contra los talibanes, y la OTAN nunca consiguió controlar el ámbito rural, que rápidamente cayó bajo influencia talibán.

Hasta el año 2004, el movimiento talibán, que había sido militarmente derrotado, estaba en retaguardia. A partir de 2005, vuelve a recuperarse gracias al santuario pakistaní. Pakistán nunca ha colaborado con la OTAN ni con EE.UU. totalmente y ha permitido el trasiego en su frontera. La formación académica de los talibanes se ha larvado en las madrasas pakistaníes. Por ello, el movimiento talibán fue ganando rápidamente apoyo en el mundo rural –de hecho, un 70 por ciento de la población afgana es rural–.

Así, la imagen que nos llevábamos de Afganistán era que las ciudades estaban bajo control de las fuerzas militares de la OTAN y EE.UU., y era cierto, pero la realidad es que, a partir de 2005-2006, fue perdiéndose el control del mundo rural. Y todo ese apoyo pakistaní se fue consolidando. De hecho, cuando el gobierno de Ghani cae finalmente, el presidente de Pakistán se felicita diciendo: “se ha acabado el feudalismo”, “ha finalizado la esclavitud”. Pakistán ha estado trabajando para ello durante 20 años, practicando un doble juego: por un lado, diciendo que colaboraban; y, al mismo tiempo, dejando pasar armas, personas, entrenando a los milicianos y formando doctrinalmente.

Lo que me llama la atención de los talibanes es la fuerza de su doctrina religiosa y de lo nacional para sacar fuerza de su combate contra las fuerzas extranjeras durante 20 años. Y el hecho indiscutible es que han ganado.

“De 2001 a 2020, no se ha logrado crear una alternativa real al poder talibán. No se supo ofrecer un modelo de país y la OTAN nunca consiguió controlar el ámbito rural, que rápidamente cayó bajo influencia talibán”.

Además, ha cundido en la sociedad civil afgana. En ese sentido, ¿crees que realmente se ha hecho algo en cuanto a la posibilidad de establecer un modelo de sociedad civil exportable? Cuando hablamos aquí de democracia, la pregunta que surge es: ¿resulta exportable el modelo democrático de Occidente a una realidad tan compleja como Asia, y especialmente Afganistán?

La gente es muy pesimista respecto a la posibilidad de exportación de la democracia. Ese debate se dio en relación a Japón y Corea del Sur en los años 50, cuando Estados Unidos ocupaba ambos países. Ahora tenemos dos democracias liberales florecientes, desarrolladas económicamente, liberales en lo político, totalmente insertadas hoy en el mundo internacional. Por lo tanto, yo creo que ese debate hay que alejarlo. Hubo dificultades en su momento, pero el problema de la OTAN es que nunca salió de las ciudades, porque era allí donde se sentía más segura. Su presencia nunca tuvo ningún papel en Kunar o en la zona rural de Kandahar; ni siquiera en las zonas fronterizas naturales con Pakistán.

La sociedad civil sí que existió en ciudades como Kabul, Jalalabad o Herat. Habían surgido el movimiento feminista, el movimiento estudiantil, youtubers… Ha habido iniciativas para desarrollar prensa, radio. Se han conseguido cosas, pero eso no llegó al medio rural porque, en el momento que empezó a germinar, fueron básicamente aniquilados. Eso es muy importante tenerlo en cuenta. El primer objetivo del ataque de los talibanes fueron muchos agentes de la sociedad civil que intentaban difundir un modelo desde Kabul a otras regiones. Sabían perfectamente a quién tenían que golpear; especialmente, se trataba de mandar el mensaje de que eso no se iba a permitir más allá de las ciudades. Y eso que se había generado cayó como un castillo de naipes.

“La guerra de Afganistán ha sido una guerra de desgaste brutal: varios miles de muertos y heridos, un gasto económico increíble y una gran cantidad de energía desplegada que, al final, no ha cumplido su objetivo de construir un país nuevo”

¿Puede hablarse de Afganistán como un nuevo Vietnam para Estados Unidos? ¿Qué impacto crees que puede tener, o que han podido tener, para la sociedad y la política estadounidense?

La guerra de Afganistán ha sido una guerra de desgaste brutal: varios miles de muertos y heridos, un gasto económico increíble y una gran cantidad de energía desplegada que, al final, no ha cumplido su objetivo de construir un país nuevo. En este sentido, creo que lo ha sido para todos; obviamente, ha sido más en Estados Unidos, aunque también para el Reino Unido. Para España, ha sido la misión más larga del extranjero. Ahí nos hemos dejado muchas vidas, hemos dejado dinero, hemos hecho una mucha cooperación al desarrollo que puede que se acabe. Hemos intentado transmitir conocimiento en temas sanitarios, educativos. Ahora, todo eso está en entredicho porque, aunque es cierto que los talibanes han dicho que van a permitir abrir las escuelas, eso está por ver.

Para Estados Unidos, ha sido un desgaste en primer lugar militar, porque han tenido en torno a unas 2.000 bajas, que no hay que despreciar porque son pérdidas en vidas humanas. Han tenido muchos heridos. En segundo lugar, y no menos importante, el desgaste ha sido de liderazgo, porque han visto que no han podido imponer su criterio. Dudo que, a corto plazo, EE.UU se embarque en futuras acciones en el exterior, al menos con presencia militar importante. Y es que, a nivel político y diplomático, su status ha quedado muy debilitado, dañado, incluso puesto en cuestión seriamente.

Sin embargo, el fracaso no ha sido sólo para Estados Unidos. Lo ha sido también para toda la OTAN, lo digo con toda franqueza. Con la caída del Muro, la OTAN se reinventa y, a partir del 2001, se incorpora en la guerra contra el terrorismo, saliendo de su entorno europeo y se incorpora a la intervención en Afganistán. De esa aventura, de esa reorientación de objetivos, sale muy mal parada.

Una crítica que hago a la OTAN es que todavía no se ha abierto un debate –que es urgente– acerca de ¿qué es la OTAN?, ¿para qué sirve la OTAN? ¿en qué acciones queremos implicarnos? Porque, durante la guerra de Afganistán, la OTAN estaba también participando en Libia, en el derrocamiento de Gadafi, sin tener luego ningún papel. Libia ha estado en una guerra de más de diez años. Uno de los puntos principales a dilucidar es acerca de cuál es su objetivo principal más allá de una cooperación entre Estados Unidos, Canadá y países europeos. Fundamentalmente, ha de tener claro cuáles son sus objetivos y sus límites. Hace falta hacerlo, creo, porque si no, la organización se va implicando en más iniciativas que se desvían mucho respecto de aquello que, en su origen, fundamentó la creación de la OTAN. Es una de las grandes demandas que se están formulando pero, en mi opinión, se está intentando esconder y no se está hablando de ello.

“El debate reside en qué quiere ser la Unión Europea a nivel estratégico. Si la UE quiere dotarse de un Ejército, ¿para qué lo queremos?”

La repercusión también es para la Unión Europea, porque quien habla de la OTAN también habla del ejército europeo, pero parece que la ofensiva victoriosa de los talibanes ha puesto en cuestión muchas cosas…

Sin duda. Se decía que Estados Unidos tomó la iniciativa de ir y tomó la iniciativa de irse, cierto, pero en Europa nadie hizo tampoco objeción alguna. La UE fue detrás de EE.UU., pero cuando éste decidió que había que ir recortando tropas –porque sabía que era imposible controlar el país– todos los países fueron retirando tropas. La pregunta es: ¿para qué queremos un ejército europeo si al final vamos a tener tantas dudas a la hora de intervenir en un tercer país?

En mi opinión, el debate, en primer lugar, reside en qué quiere ser la Unión Europea a nivel estratégico, no tanto en el hecho de que tenga más o menos autonomía de Estados Unidos o de la OTAN. Por el contrario, se trata de responder a esta cuestión: si la Unión Europea quiere dotarse de un ejército, ¿para qué lo queremos? Hay países de la Unión que van a poner todas las trabas que puedan. Un ejemplo es Alemania, un país muy refractario a misiones en el exterior. Francia es más proclive a misiones en el exterior; y España también, pero en el caso de Alemania, hay un legado histórico que le hace menos proclive.

Por tanto, a la primera pregunta que habría que hacerse, ¿para qué queremos un ejército?, habría que unir la siguiente: en el caso de que se decida su creación, definir los ámbitos o misiones en las que se participaría. De lo que se trata, a mi juicio, es de tener claras las razones. En este punto, creo que Afganistán ha sido un escarmiento, porque el resultado final no ha sido el esperado. Sin embargo, creo que es una oportunidad para ver qué se ha hecho mal, por qué Europa se ha retirado de Afganistán –porque, al final, los talibanes han conseguido vencer–. Podrían sacarse conclusiones interesantes. Sin embargo, la realidad es que Afganistán ha salido ya del foco de los medios de comunicación.

La llegada de los talibanes ya empieza a producir eco en otros países. Hay tensiones entre Afganistán y Tayikistán, a causa de la etnia tayika. ¿En qué punto están las relaciones entre el régimen talibán y las minorías étnicas del país?

Afganistán sufre dos grandes divisiones: una, religiosa, entre sunníes y chiíes (de hecho, se han producido dos atentados contra la minoría chií en varias mezquitas); ahora mismo, aunque los talibanes están respetando a los chiíes (no lo hicieron en 2001), el Estado Islámico les está apretando mucho las tuercas, entiendo, para provocar una reacción del mundo chií para deslegitimar al gobierno talibán.

La segunda división es la étnica. En Afganistán hay pashtunes, por un lado; y uzbekos, tayikos y kirguises –de Asia central–, contrarios al poder de la etnia pashtun. Por eso, me sorprendió mucho cuando, de una manera tan fácil, consiguieron la conquista del norte, cuando históricamente existía mucha más oposición. Ahora mismo hay una tensión soterrada. Veremos cómo los talibanes acabarán actuando con las minorías centroasiáticas –tayikos, uzbekos y kirguises–, y cuál será la reacción de Tayikistán. Sin embargo, no conviene olvidar que los propios tayikos hablan una lengua emparentada con el farsi, por tanto, relacionados con Irán. Si Tayikistán se mueve es porque Irán está ejerciendo una gran influencia. Irán tiene una frontera más pacífica con Afganistán, pero también tiene sus intereses; sobre todo, su relación con los tayikos. De hecho, el farsi es una lengua que también se habla en Afganistán, en Tayikistán, en Azerbaiyán y en Irán. Esa conexión se da y es importante a nivel geopolítico, porque todo lo que haga Tayikistán va a tener una repercusión en Irán, y viceversa. Sin embargo, la frontera complicada para los talibanes es la centroasiática.

China puede ser uno de los beneficiados de la llegada de los talibanes. ¿Podría conectar la Ruta de la Seda del siglo XXI con Ormuz, vía Afganistán? ¿Qué intereses estratégicos estarían en juego?

En el caso de Afganistán, yo creo que puede hablarse de dos vectores importantes: uno, que ha sido, históricamente, un cruce de caminos –de ahí la mezcla étnica (tayikos, uzbecos, pashtunes…)– que, desde el punto de vista de infraestructuras (carreteras, gasoductos, oleoductos) sería una especie de paraíso terrenal para mover mercancías, personas y energía. En suma, un hub espectacular. Ahora bien, que sea posible una estabilización del país, eso está por ver. Lo cierto es que ahora, salvo la violencia producida por el Estado Islámico, el país está estable: se ha producido el fin de la guerra, con un claro vencedor que está imponiendo sus pactos. A nivel geopolítico, si logran explotar ese vector del cruce de caminos, sería un punto a su favor.

El segundo gran vector sería la explotación de los recursos minerales de los que Afganistán tiene en abundancia. Por eso, las potencias cercanas –sobre todo, los chinos– están pendientes de poder no solo invertir, sino también operar con seguridad, exportar beneficios y que eso también beneficie al Gobierno afgano. Eso todavía está por ver, pero sí que se puede anticipar que los primeros países que se van a beneficiar de la exportación de recursos minerales –caso de que se dé– van a ser, sobre todo, los chinos y también los pakistaníes, porque los demás van a tener un acceso más limitado a esa riqueza.

En suma, dos son los puntos clave: recursos minerales y el cruce de caminos del que hablaba, que está por ver que se cumpla. Pongo siempre el ejemplo del TAPI (gasoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India). Una cosa es que sea una gran idea en lo político (llevar el gas de un país productor, como Turkmenistán, a un gran país consumidor, como Irán) y otra cosa es que los pakistaníes lo dejaran pasar. Un ejemplo es el gas argelino-marroquí. España recibe el gas por dos gasoductos: uno, que va directo de Argelia a Almería; el que viene de Argelia por Marruecos para España es más problemático, debido a su corte, pero también habían prometido que iban a aumentar el suministro del gas que va directo de Argelia a España. El mensaje que se da es que se da suministro, pero si es posible, vamos a poner trabas. En el caso del TAPI, se repartirían los costes, lo que tiene pleno sentido económico, porque los países por los que pasa el gas se van suministrando a través de sus peajes. Otro ejemplo es el de Chile y Bolivia. Bolivia no vende gas a Chile, a causa de un contencioso territorial, y Chile tiene que importar gas del resto del mundo, en vez de adquirirlo del vecino de al lado. La cuestión del suministro energético es más importante de lo que pensamos.

“Pakistán ha sido el gran ganador del conflicto. El presidente celebró la victoria de los talibanes. Siempre han buscado tener un aliado fiel en el mundo afgano, de ahí el riesgo que los pakistaníes corrían en el doble juego que han practicado con EE.UU”

Inevitable hablar de las consecuencias que puede tener en India y en Pakistán; y para el sudeste asiático.

La caída de Afganistán en manos de los talibanes constituye una pésima noticia para India. Hace unos días, asistiendo a una celebración del Día Nacional de Indonesia, conversaba con un chico de la India que me comentaba, con preocupación, que el país ha perdido un país amigo, con el que colaboraban en la lucha contra los talibanes. El miedo que tienen es que ese ejemplo se extienda a Cachemira, generando más tensión de la que ya había de por sí, y que Pakistán se sienta más libre para intentar provocar a los indios. En la India hay preocupación sobre lo que puede ocurrir, a nivel de insurgencia, a medio-corto plazo. ¿Habrá traslado de yihadistas de Afganistán-Pakistán a Cachemira? ¿Con qué consecuencias? De momento, las perspectivas son negativas.

Pakistán ha sido el gran ganador del conflicto. El presidente de Pakistán celebró la victoria de los talibanes, mientras combatía el movimiento talibán pakistaní. Siempre han buscado tener un aliado fiel en el mundo afgano, de ahí el riesgo que los pakistaníes corrían en el doble juego que han practicado con EE.UU., no colaborando nunca tanto en la lucha contra el terrorismo en Afganistán como en el control de la frontera con este último (donde ha habido un tráfico continuo tanto de personas como de armamento y mercancías). Pakistán contará, pues, con un aliado en Afganistán, en caso de problemas. Por un lado, se va a combatir contra los talibanes pakistaníes pero, paradójicamente, va a ir de la mano con los talibanes afganos. El hecho de que, justo después de la caída de Kabul, se produjese el atentado suicida del movimiento talibán pakistaní contra un puesto fronterizo, matando a varios guardias pakistaníes, es síntoma de esta dicotomía.

“Muchos think tanks americanos y australianos están siendo muy críticos del AUKUS, no por la cuestión de una eventual carrera armamentística, sino por el hecho de que se está compartiendo tecnología que sirve para producir más armas nucleares y se preguntan: ¿estamos seguros de lo que estamos haciendo?”

 ¿Qué consecuencias crees que tendrá la victoria de los talibanes en la suscripción del Acuerdo AUKUS (suscrito por Australia, Reino Unido y Estados Unidos)? ¿Ha quedado tocado el papel de Estados Unidos en su posición respecto del mundo?

El acuerdo AUKUS se ha ido negociando más tiempo. No viene de agosto, pero es cierto que el anuncio de la firma se produce, según creo, el 16 de septiembre, el mismo día –y esto no es casual– que la Unión Europea emitió su Informe de estrategia hacia el Indo-Pacífico. Básicamente, el pacto tiene dos componentes: el primero es un reacuerdo de seguridad entre los tres países (Reino Unido, Australia y Estados Unidos), por el que, aparte de compartir inteligencia (temas de nanotecnología, física cuántica, etc…), y esto es lo más interesante, Estados Unidos va a vender 20 submarinos nucleares para el año 2040. ¿Por qué es importante esta venta? Yo creo que por dos vectores: uno, del que se hablado; y otro, del que no se ha hablado.

El primero, del que se ha hablado, es que Australia tenía un precontrato firmado con los franceses –Francia es una potencia nuclear, tanto en lo civil como en lo militar–. Los australianos cambian de parecer porque hay una presión americana que les dice que hay que dejar a la Unión Europea en un segundo plano y que ese contrato tiene que romperse. Se produce una apuesta por el mundo anglosajón, porque Estados Unidos les dice que ellos les proporcionarán los submarinos.

El segundo punto del AUKUS, del que no se está hablando en Europa, es básicamente la cuestión del uranio enriquecido. Los submarinos franceses funcionan con uranio enriquecido de bajo nivel, que no sirve para producir bombas nucleares. Los americanos, por el contrario, utilizan uranio enriquecido de alto nivel; es decir, el que se utiliza para preparar armas nucleares.

¿Qué está pasando? China ha criticado al AUKUS no sólo porque supone una carrera armamentística que va a servir para alimentar con más presión a una zona, sino que acusa a Estados Unidos de proliferación, diciendo que Estados Unidos va a compartir con los australianos submarinos con uranio enriquecido apto para producir armas nucleares, sin haberlo dicho. Sin embargo, muchos think tanks americanos y australianos están siendo muy críticos del AUKUS, no por la cuestión de una eventual carrera armamentística, sino por el hecho de que se está compartiendo tecnología que sirve para producir más armas nucleares y se preguntan: “¿estamos seguros de lo que estamos haciendo?, ¿estamos respetando el Tratado de No Proliferación?”.

En mi opinión, el AUKUS va a meter más calor al Mar del Sur de la China y está por ver que, en 20 años, Estados Unidos entregue los submarinos, porque puede cambiar mucho el panorama. Es una jugada muy arriesgada de Australia, que manda el mensaje “me voy con los americanos”, produciendo un alejamiento grande con China. Australia tendrá que lidiar con ello, y le va a causar problemas. En el caso de que haya un submarino nuclear australiano patrullando en el Mar del Sur de China, ¿va a ser suficientemente disuasorio respecto de China? La disuasión va a ser creíble.

Creo que el AUKUS es una reacción muy rápida al fracaso en Afganistán. Yo no sé hasta qué punto no va a meter más presión de la necesaria en una región en la que China está aumentando la presión. Tengo mis dudas; sobre todo, porque en Estados Unidos ya se ha abierto un debate en el que se cuestiona si realmente es necesario compartir el uranio enriquecido.

 

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