Adherencias cristianas: un concierto en la prisión de Folsom
Paulus, el León de Dios, del padre Fortea, y Cartas a Nicodemo, de Jan Dobraczyńskiy, y algunos pasajes de Caballo de Troya, de J.J. Benitez, retratan a las primeras comunidades cristianas.
Estas obras me hacen preguntarme si tenemos adherencias a nuestro cristianismo, desde hace 2000 años; si han sido necesarias para llegar hasta aquí, a 2024; si todo es obra del Espíritu Santo; si todo ha sido permitido para volver al origen, y cuál es el significado de volver al origen. El significado y el sentido de que el Dios creador de la Creación se implique en este Universo, en los varios que dicen que hay, en todas las dimensiones visibles y las invisibles, en esta naturaleza humana. Un Dios que al nacer, queda sujeto y sometido a las propias leyes rectoras de la Vía Láctea. Sometido al tiempo y al espacio, y a dejar de respirar, y si los signos y milagros que quiebran estas leyes son excepciones, o parte de aquellas a cuyo imperio quedamos sujetos desde la concepción.
Quiero enlazar estas ideas con la vida de un grande de la música contemporánea, Johnny Cash, llevada a la gran pantalla en “Walk the line”, de James Mangold. En este cantante de la América profunda, aparecen bien reflejadas las contradicciones humanas, las adherencias de la vida, las influencias del amor y de la misericordia, sobre todo, de su ausencia.
Cash es el claro ejemplo de una naturaleza humana herida, muy herida. Una vida en contraste y en comparación permanente, juzgada por su padre, y por él mismo. Su vida es la vida de una lucha por perseguir un sueño, que es fuga pero es vocación al mismo tiempo. El vivir de, por y para cantar, que se adhiere y endiosa de tal modo en su corazón que formar y mantener una familia y sostener su compromiso con su mujer y sus hijas, pasa a ser un lastre, y no el fin último del Cash marido. Aquel que empezó a componer en una base militar de EE. UU. en Alemania occidental.
Cash como producto de su propia ambición y sus pasiones. No las de la industria de la música, que únicamente las explota. Cash es un Cash humano. No puede ser más humana la contradicción, el juicio de la sociedad, el amor verdadero, la evolución,…
En un momento dado de la película, los guionistas ponen en su boca una frase que eleva a Cash a otro plano. Pasa de ser juzgado y condenado, literalmente, por posesión de drogas, a querer tocar en una prisión. En la misma prisión que canta en una de sus canciones, “Folsom Prison Blues” (1955), escrita después de ver la película “Inside the Walls of Folsom Prison”, de 1951 .
Y ahí es donde hay un punto de inflexión en la persona. Cuando se entrega a los presos de la cárcel. En ese momento Cash sale de su propia prisión, y de sus adherencias, y es más Cash que nunca. Es un Cash que se ha dado cuenta de sus errores, y sabe de los errores de los demás. Sigue estando herido. Pero saber perdonar a través de la rebeldía y de su entrega, en forma de canción, a un conjunto de violadores y ladrones, como califica el productor discográfico de sus discos a los reclusos.
“Tu audiencia es cristiana. ¿cómo les vas a explicar que cantas para violadores y ladrones?”, le decía el productor, nada indiferente al dios dinero y audiencia.
“Si me hacen esta pregunta, no son cristianos”, respondió Cash, siempre rápido.
Cash, herido, infiel, que abandona a su familia, que se enamora de otra mujer, enganchado a las pastillas, perseguidor de su sueño,… se había quitado miles de años de adherencias, de puritanismo, de normas. Se había fijado en los presos. En todos los presos. Presos, humanos. Presos por delitos, y presos de sus pasiones, deseos, ambiciones, en última instancia, de sus propias decisiones.
Cash dio aquel concierto, y se entregó. Era cristiano. Su hermano y su madre le enseñaron a cantar canciones Gospel y a leer la Biblia.
Diría que volver al origen no es reproducir cómo vivían los primeros cristianos. Cosa imposible después de 2000 años de cristianismo. Creo que desprenderse de las adherencias es como dar un concierto en la prisión de Folsom.
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