Adèle, 15 años: a Siria en busca del `paraíso`

Mundo · Maria Laura Conte
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26 febrero 2015
«Mamá, eres demasiado materialista. Lo único que te importa es tener a tu hija. Pues que sepas que ya no soy tu hija. Pertenezco a Dios. Nunca volveré a la tierra de los incrédulos. Y si tu gobierno de incrédulos viniera a buscarme con un ejército, nosotros los ajusticiaríamos uno por uno. La Verdad vencerá, no tenemos miedo a nada. Amamos la muerte más de lo que vosotros amáis la vida».

«Mamá, eres demasiado materialista. Lo único que te importa es tener a tu hija. Pues que sepas que ya no soy tu hija. Pertenezco a Dios. Nunca volveré a la tierra de los incrédulos. Y si tu gobierno de incrédulos viniera a buscarme con un ejército, nosotros los ajusticiaríamos uno por uno. La Verdad vencerá, no tenemos miedo a nada. Amamos la muerte más de lo que vosotros amáis la vida».

Son palabras duras, casi puñaladas, de una niña francesa de 15 años que en 2012 huyó a escondidas a Siria para luchar en la yihad a una madre desesperada, en una llamada telefónica de apenas unos instantes que le hizo desde su residencia secreta. Las recoge la investigadora francesa Dounia Bouzar en un libro titulado “Ils cherchent le paradis, ils ont trouvé l`enfer” (Buscan el paraíso, encuentran el infierno), donde recoge historias reales de familias francesas destruidas por la decisión de sus jovencísimos hijos de marcharse y unirse a las milicias del Isis o Al-Qaeda.

Tan fascinante como una novela de ficción, el texto permite entrar en la crónica actual de los atentados terroristas en el corazón de Occidente en el avance de las banderas negras del Isis con una mirada alternativa, particular: la de familias “normales”, perfectamente integradas en la vida social y cultural de la Francia de hoy en día, que de repente tienen que enfrentarse a la conversión al radicalismo violento, irracional, de un hijo jovencísimo, de un hermano adolescente o de un marido que trata de cerrar todos los puentes que puedan unirle con la realidad.

A través de las confidencias íntimas de estos padres aniquilados por el dolor, la autora desvela la confusión de familias enteras que, a partir de experiencias y contextos distintos (las hay musulmanas pero también ateas o agnósticas, y de todas las clases sociales), en un cierto momento empiezan a reunirse periódicamente, en busca de apoyo mutuo, para llevar juntos un peso que de otro modo sería insoportable: el descubrimiento de que ese hijo, esa hija, ese marido que creían conocer se ha convertido en un extraño dentro de las paredes de casa, con una segunda vida oculta en Facebook, miembro de una secta de fanáticos.

Una tarde como tantas otras, inesperadamente, Adèle, de 15 años, no volvió de la escuela. No respondía al teléfono y la madre entró en pánico. Empezó a buscar indicios que le dieran pistas de su desaparición y encontró una nota en su habitación donde la niña explicaba que se había marcha a Siria en busca del paraíso. Luego la hermana descubrió las conversaciones ocultas que Adèle tenía en las redes sociales con su “príncipe barbudo” (con el que luego se casaría), llenas de veneración por aquel hombre y por la secta a la que pertenece, pero también de dudas y miedos que poco a poco se desvanecen por la persuasión amenazadora obra de sus nuevos maestros.

La madre y el padre, al principio incrédulos, tendrán que terminar admitiendo la transformación de Adèle, que pasar de ser una jovencita occidental idealista a una mujer velada de negro de los pies a la cabeza y esposa de un yihadista. Es el itinerario que describe Bouzar, intercalando historias de familias enteras que se precipitan de un día para otro en un infierno de preguntas que les aturden: ¿qué le ha pasado a mi hija?, ¿quién le ha lavado el cerebro?, ¿qué hemos hecho mal en nuestra vida y en nuestra educación?, ¿cómo traerla a casa desde Siria?

La autora no censura las observaciones críticas de las familias a propósito de la falta de una acción concreta por parte del gobierno francés, la culpable indiferencia general respecto a este fenómeno creciente de huidas de menores a Siria, o la ignorancia de los asistentes sociales, que no saben o no quieren distinguir entre una sincera conversión al islam y un adoctrinamiento de menores por parte de extremistas violentos. Mientras tanto, Bouzar se ha convertido de hecho en portavoz de una campaña de sensibilización para que cambien leyes “peligrosas” como la que permite a los menores salir del país sin permiso de sus padres.

A la inquietante cuestión de los combatientes extranjeros que alarma a una Europa desorientada ante “hijos” que traicionan algunos de sus valores fundamentales, se está intentando responder en gran parte con estudios sociológicos y económicos, con investigaciones sobre los procesos de integración y el multiculturalismo,  con esbozos de planes de prevención y des-radicalización. Pero se descuida el lado más oscuro de la cuestión: la fascinación del mal, la fuerza contagiosa de la violencia y el atractivo ejercido por los grupos terroristas. Elementos estos que arraigan muy bien allí donde existe un hambre insaciable, como los jóvenes de las historias que narra este libro. A excepción de algunos casos de desequilibrio mental, las personas de las que habla Mouzar son normales, chicos que podrían vivir en la puerta de al lado, a los que ya ni siquiera la vida rica en un París acomodado les basta. La autora deja entrever hasta qué punto Occidente –que el narcisismo de muchos medios presenta como víctima de un ataque externo– tiene un problema en su propio seno, con sus hijos e hijas.

El mérito de este libro, que se hace denso por la angustia y el dolor real que describe, está en comenzar a descubrir este aspecto de la historia actual: el vacío que devora jóvenes vidas en busca del paraíso. En busca de un sentido.

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