Acreedores de vida favorable
Decenas de miles de muertos. Centenares de miles sin techo. Entre los escombros y las placas de hormigón, un hombre, un padre con un abrigo naranja. El padre tiene la mirada perdida. Debajo de las piedras yace su hija. El padre extiende la mano para sostener la mano de su hija que no volverá a despertarse. Los edificios caídos se deshacen, todo es amargura. Y el padre piensa y siente que hubiera sido mejor no haber nacido, no haber visto la luz. Todo se le ha hecho oscuro, no ve más que sombras. Quiere que el día en el que vino al mundo se borre del calendario. El padre ha quedado huérfano de hija. Y se vuelve hacia el destino y le pide cuentas, y le pregunta de qué es culpable. Se pregunta por qué es maltratado así por el cielo. El padre ha quedado huérfano de hija.
Padres huérfanos en una de las zonas más torturadas del planeta después de más de once años de guerra. A un lado de la frontera, en el norte de Siria, un mosaico. Hay zonas controladas por las Fuerzas Democráticas Sirias, apoyadas por Estados Unidos y por las milicias kurdas. El Gobierno de Erdogan lucha contra ellas. En esa franja también hay espacios en manos de la organización yihadista Hayat Tahrir al Sham. Y otros bajo los rebeldes que siguen luchando contra el régimen de Bashar al Assad. Son rebeldes apoyados por Turquía. O sea que Turquía y Siria siguen envueltos en una guerra proxy (luchan por medio de combatientes interpuestos). El 90 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. El embargo golpea a la gente, no al tirano.
Pedro Cuartango, uno de los mejores periodistas que hay en España, ante tanto padre huérfano con hijas entre los escombros, ante tanto dolor y tanto mal, plantea las preguntas que muchas veces se censuran. Cuartango dice que “es fácil hallar una explicación científica” a lo sucedido. Pero este tipo de razonamiento no “sirve más para que dejar en evidencia la arbitrariedad de una devastación que aniquila a seres humanos por la circunstancia de haber nacido allí”. Lleva razón Cuartango cuando dice que “el mal es obsceno, brutal, imprevisible. Y cuando añade que ”el mal es incomprensible (…) Por muy religioso que se sea, es imposible entender la tragedia”. No hay una explicación, una definición, un discurso que pueda responder con un enunciado preciso al mal. Concluye Cuartango: “estamos indefensos y solos (Dios permanece en silencio)”. El “solos” de Cuartango es el grito de quien se escandaliza ante un mundo que debiera estar ordenado, de quien espera compañía. No es posible sentir soledad ante el padre huérfano de hija, ante las decenas de muertos, si no se mira al mundo esperando una armonía elemental, si no se mira al mundo entendiendo que “se nos debe” una providencia mínima, que en cierto modo somos acreedores de un destino favorable. Por eso nos hiere tanto el mal. Cuando Cuartango habla de la soledad refleja, sea o no sea cristiano, que “el cristianismo crea el problema del dolor, en lugar de resolverlo; ya que éste no sería problema alguno, a no ser que, junto con nuestra experiencia cotidiana de este mundo doloroso, recibiéramos la certeza de que la realidad esencial es justa y amorosa» (C.S. Lewis, El problema del dolor).
Sería perfectamente inútil hacer en estas circunstancias un discurso sobre el mal y el dolor, aunque fuera verdadero. El padre huérfano de hija demanda una verdad que sea compañía, una compañía que sea verdadera. Lo dice mejor Etty Hillesum: “me gusta estar protegida por el calor y la seguridad, pero tampoco me rebelaré si entra en el frío, siempre y cuando sea de tu mano. Iré a todas partes de tu mano y quiero procurar no tener miedo”.
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