Abandono escolar y paro: una amarga coincidencia

Mundo · José Luis García Garrido
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6 febrero 2011
La Unión Europea ha venido a recordarnos hace pocos días lo que de sobra sabíamos quienes andamos por estos andurriales de la educación en su dimensión internacional: que ostentamos el récord europeo de abandono escolar. El récord absoluto, pues los otros dos países que nos acompañan en la cola no son comparables al nuestro ni en población, ni en tamaño ni en recursos.

¿Qué significa esto, en román paladino? Pues sencillamente que casi la tercera parte de nuestros adolescentes y jóvenes "pasan" de la escuela, de cualquier tipo de escuela. Que las clases y el tipo de formación que les ofrecen nuestras instituciones escolares resultan incapaces de atraer su interés. Que llevan años ejerciendo de "objetores escolares" y que, apenas se presenta la ocasión propicia, pasan de objetores a desertores sin que les tiemble el pulso. Y casi lo más grave de todo: que sus padres asisten impasibles o impotentes a semejante situación, compartiendo a veces la idea que sus hijos se han hecho de la escuela, lamentando otras que se haya llegado a eso, o desconociendo las más el hecho mismo y las consecuencias que va a desencadenar.

En otros tiempos, no tan lejanos, el abandono escolar coincidía más o menos con la opción por un trabajo práctico y remunerado. Pero eso por desgracia se ha acabado también. Ostentamos igualmente el record de ser el país europeo con mayor número de jóvenes en paro. Quien abandona la escuela sin terminar los estudios a los 16 años o incluso antes, no tiene otra opción que el callejeo. Son los llamados "jóvenes ni-ni", en espectacular aumento, verdadero drama de tantas familias españolas. Expuestos siempre a lo peor. Y, lo que todavía es más grave, sufriendo cada día una pérdida de confianza en sí mismos y en esta sociedad que no ha sabido sacar de ellos nada en claro.

Es evidente que urge un cambio radical en esta catastrófica tendencia. Un cambio que nos afecta a todos, a padres y madres, a los medios de comunicación y de diversión, a las autoridades locales y nacionales (¿qué significa esto, en nuestra complicada España autonómica?), a los empleadores. Y, por supuesto, también a la escuela. Hasta el momento, nos hemos acostumbrado a que el primer objetivo que deben perseguir nuestras escuelas no es el de formar o el de educar, sino el de servir de meras "guarderías sociales". Pues bien: eso se acabó. Tampoco para eso sirven ya nuestras escuelas. Sin necesidad alguna de "divertir" a nuestros niños y adolescentes, nuestras escuelas tienen seriamente que encaminarles hacia formaciones que respondan en verdad a sus reales capacidades e intereses. No tienen que ser "divertidas" (no es ese su oficio), pero sí "atractivas" o, mejor, atrayentes, suscitadoras de interés, ilusionantes, esperanzadoras. Se puede y se debe. Porque de lo contrario, nuestro porvenir como nación desarrollada está más que entredicho.

José Luis García Garrido es catedrático de Educación Comparada

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