A toro pasado

Cultura · Juan Orellana
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24 febrero 2015
Con la distancia de unos días es como mejor se valoran unos premios como los Oscars, cuando ya se ha extinguido el eco de la Gala y los pasajeros efluvios de la alfombra roja, que siempre distorsionan la percepción. Nunca llueve a gusto de todos, y menos cuando se trata de unos galardones de cine, donde caben tantos gustos como colores. Pero este año había bastante consenso en la opinión pública, al menos en unas cuantas categorías.

Con la distancia de unos días es como mejor se valoran unos premios como los Oscars, cuando ya se ha extinguido el eco de la Gala y los pasajeros efluvios de la alfombra roja, que siempre distorsionan la percepción. Nunca llueve a gusto de todos, y menos cuando se trata de unos galardones de cine, donde caben tantos gustos como colores. Pero este año había bastante consenso en la opinión pública, al menos en unas cuantas categorías.

El Oscar a la mejor película se debatía entre Boyhood y Birdman. La primera tiene el valor del experimento. Pero experimento de producción, que no de lenguaje cinematográfico. La segunda, finalmente triunfadora, también tiene mucho de experimental, pero sí desde el punto de vista fílmico. Un falso plano-secuencia recorre la existencia de un hombre atravesando sus deseos y frustraciones para desembocar en un final mágico que clama por la redención del drama humano. No es película popular, sino más bien cinéfila, y alejada del tono habitual de su director, Alejandro González-Iñárritu, que se ha llevado también el Oscar al Mejor Director, y su parte correspondiente del premio al Mejor Guion Original. Ese tácito miedo que muchos académicos tienen a la creciente presencia mexicana en la industria, parece que este año no ha condicionado los premios como sí ocurrió en ediciones anteriores (recordemos el caso de Gravity).

Nadie dudaba del Oscar a Eddie Redmayne por La teoría del todo. Sin duda consigue una interpretación extraordinaria. Pero en la Academia de Hollywood está arraigada una muy discutible tradición: el galardón se lo lleva el actor que ese año haya interpretado a un tullido, un deficiente, un deforme o un alcohólico. Aun así, probablemente esta vez sea un Oscar sobradamente merecido. Tampoco se dudaba del premio a Julianne Moore como Mejor Actriz por Siempre Alice. Ella lleva años mereciendo ese premio. Desde que rodara con el fallecido Louis Malle Vania en la calle 42. Muchos años y tres nominaciones frustradas. Ahora le ha tocado un papel que está de moda: el de una enferma de Alzheimer. Hay que decir que en esta ocasión sus méritos no eran mayores que los de su contrincante Marion Cotillard, por su trabajo en Dos días, una noche. Si la Moore es una de las mejores actrices anglosajonas, Cotillard es quizá la mejor intérprete europea del momento.

El gran hotel Budapest se ha llevado lo que merecía: los Oscars estéticos (maquillaje, vestuario, diseño de producción, banda sonora). No merecía más. Es un divertimento pasajero muy bien envuelto. Y son los envoltorios los que se han llevado los premios.

La interesante película Whiplast ha obtenido tres Oscars, dos de ellos técnicos, pero uno para su Actor secundario, J. K. Simmons, merecidísimo. Es el típico secundario brillante que en este drama da el do de pecho, encarnando a un exigente profesor de Jazz. El Oscar para la actriz secundaria ha sido para Patricia Arquette de Boyhood, la película más perdedora de este año. Nada hay que reprochar a este premio, pero Keira Knightley y Emma Stone, también nominadas, hubieran merecido igualmente ese reconocimiento.

En fin, se puede decir que este año, sin grandes sorpresas, los Oscars han sido bastante justos, y han primado los criterios cinematográficos sobre otras consideraciones. Tampoco es que la temporada haya sido memorable, con numerosas obras maestras. Ha sido un año corrientito, con algunas películas más o menos brillantes. Y nada más.

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