¿A quién le echamos la culpa?

España · Juan Carlos Hernández
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8 junio 2020
La crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto de manera aún más evidente algunos de los males de la política no solo en España sino también en buena parte del mundo occidental. Entre otros vamos a enumerar dos.

La crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto de manera aún más evidente algunos de los males de la política no solo en España sino también en buena parte del mundo occidental. Entre otros vamos a enumerar dos.

En primer lugar la desconexión que existe entre el discurso político y la realidad. El postureo político cansa y más cuando tenemos detrás tantos muertos y un desafío económico tan grande. En nuestra experiencia tratamos con personas de distintas ideas políticas. Todos tenemos un cuñado que es más socialista que Alfonso Guerra, una sobrina que no sabemos cómo pero siente fascinación por Unidas Podemos, tenemos un gran amigo que ha sido toda su vida del PP y ahora está con Vox… Y en ningún caso se nos ha ocurrido pensar que por eso eran unos malvados. El médico y el enfermo que ha cuidado con esmero en esta pandemia quizá son de partidos rivales.

Y en segundo lugar el deporte nacional de echar la culpa de todos los males al adversario político. Que en el fondo es la extensión de nuestro creer que el problema siempre está en nuestro jefe, mujer, hijos… Esto se ve agravado por discursos que fomentan la semilla de la discordia. El mensaje es fácil, basta con buscar un chivo expiatorio. Ponga usted el nombre de algo que no le gusta para ponerlo en la diana: facha, progre, independentista, pijo, cristiano, inmigrante… También en el periodismo es fácil crear un enemigo para alinearse con un bando y tener a un público forofo satisfecho que lee lo que quiere que le digan. Lo difícil tanto en la política como en el periodismo es la reflexión serena.

Esto no elude la crítica a la gestión de esta pandemia. Y la lista es larga, por ejemplo, es responsabilidad del gobierno de Sánchez dar unas ruedas de prensa que sirvan para dar indicaciones claras y precisas, no para hacer un mitin político. El gobierno ha sido incapaz de que, en un tiempo razonable, tuviéramos el material de protección necesario. Ha dado en muchas ocasiones mensajes contradictorios para desdecirse días o incluso horas después. Rectificar es de sabios pero no improvisar o actuar de manera descoordinada. Fue su responsabilidad autorizar las manifestaciones del 8M y cualquier acto multitudinario como eventos deportivos durante esas semanas. Sin embargo, Sánchez en lugar de reconocer su error sigue presentándose como adalid del feminismo cuando ese no es el problema.

Estoy completamente seguro de que al presidente del gobierno, sus ministros y sus asesores científicos les duele el gran número de víctimas. Otra cosa es valorar su gestión. Tampoco era necesario que llegara una gran crisis para saber que con los mimbres de este gobierno difícilmente iban a poder gestionar nada con mucho éxito.

No es culpa del gobierno de Sánchez la virulencia del virus ni de ningún gobierno autonómico, sea cual sea su signo político. Tampoco es su culpa comportamientos irresponsables de personas. No es culpa del actual gobierno la herencia recibida en cuanto que se han encontrado un Ministerio de Sanidad casi sin competencias. Esto tiene un corolario. Frente a la dualidad Estado centralizado versus descentralización habría que ser más imaginativo y buscar fórmulas donde poder conjugar las bondades y minimizar los defectos de cada sistema. Cosa difícil en España, donde parece que el debate solo puede ser de blanco o negro, centralista o autonomista, público o privado…

En las últimas semanas han surgido distintas iniciativas a nivel judicial contra diferentes administraciones, también en otros países como Francia. Frente al dolor totalmente comprensible por la muerte de seres queridos, se puede buscar la justicia y esperar la respuesta en su castigo. Los jueces dirán si debe ser así o no. Pero en todo caso no deberíamos de olvidar una de las lecciones que nos ha dejado esta pandemia. Y es que la vida en última instancia no está en nuestras manos. No somos invulnerables y todopoderosos y ningún gobierno nos puede salvar de este drama.

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