A propósito de una entrevista sobre la situación en Cataluña

España · Mikel Azurmendi
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5 octubre 2017
Yo no soy catalán pero tengo familia en Cataluña y acabo de pasar quince días en Barcelona. Durante esta estancia sufrí todas las noches en nuestro patio vecinal la imposición de la cacerolada. Sin embargo también yo participé entre banderas constitucionales españolas en la manifestación de Plaza Urquinaona a Plaza St. Jaume el día 30 de septiembre a la tarde, y con ello impuse sin duda mi voluntad por las calles de ese trayecto sobre la de los vecinos que deseaban pasear o circular en coche por ellas. Vaya este descargo inicial sobre la fuerza de la ideología.

Yo no soy catalán pero tengo familia en Cataluña y acabo de pasar quince días en Barcelona. Durante esta estancia sufrí todas las noches en nuestro patio vecinal la imposición de la cacerolada. Sin embargo también yo participé entre banderas constitucionales españolas en la manifestación de Plaza Urquinaona a Plaza St. Jaume el día 30 de septiembre a la tarde, y con ello impuse sin duda mi voluntad por las calles de ese trayecto sobre la de los vecinos que deseaban pasear o circular en coche por ellas. Vaya este descargo inicial sobre la fuerza de la ideología.

Me interesan mucho estas páginas digitales porque en ellas hablan cristianos a quienes reconozco magisterio y legitimidad evangélica. Tras leer con mucha atención la entrevista de Fernando de Haro a Ferrán Riera sobre lo que sucede en Cataluña (“Despertaremos, quizás, con una Cataluña independiente y habrá mucho sufrimiento”) constato una incongruencia, la cual me ha motivado a enviaros mi opinión. Opinión que trata de salirse de la visión ideológica, y lo digo con todo lo que de voluntarista signifique esta intención mía.

En dicha entrevista he constatado una inconsistencia lógica entre el excelente análisis sociológico de Ferrán y la consecuencia política que extrae del mismo. Acepto a cierra ojos lo esencial de su análisis sobre lo que está pasando en Cataluña. En lo esencial, refiere cuatro rasgos culturales que han sido fagocitados por el nacionalismo catalán:

Uno, la costumbre instalada en nuestra cultura de que CADA UNO PUEDA DECIR LO QUE QUIERA Y APETEZCA. Este hábito social lo ha encauzado el poder en Cataluña mediante el señuelo de “oiga usted, yo le invito a decir lo que quiera. Acérquese a la urna y diga lo que le sale de dentro”. Este hecho de un “yo” sin dependencia hacia nadie ni constricción ante nada permite erosionar gravemente la búsqueda de la verdad (en particular, de la verdad histórica) porque posibilita que cada persona imagine ser ella la fuente y origen de la verdad, ser un opinante como otro cualquiera, sin restricción y con derecho a tener su propia verdad. Con ello no se pondrá a buscar fundamentos racionales y argumentados de sus creencias, por ejemplo sobre el pasado histórico de Cataluña y España.

Otro, el DESPRESTIGIO DE LA LEY con la consiguiente costumbre de saltarse la ley siempre que no cueste nada hacerlo. También el poder nacionalista se ha aprovechado de ello invitando a la gente a saltársela porque se iba a poder “hacer otra ley”, propia, catalana.

Otro rasgo cultural es la AUSENCIA COMPLETA DE LO QUE SIGNIFICA AUTORIDAD. Por tanto, no se percibe la conexión entre autoridad y ley ni tampoco se acepta cualquier coerción jurídica o moral. Ésta se resiente como restricción del “yo”, como una imposición externa, una coacción de mis derechos (no se me deja hacer esto y aquello otro; se me impiden mis derechos…). De esta manera se ha vuelto más simpática aquella autoridad que me dice “sáltese usted la ley, hombre, y vaya a votar lo que no permiten ellos, los españoles”.

Estos rasgos culturales que erigen al “yo” como fuente de verdad y autoridad posibilitan que uno se considere él mismo origen del derecho y sostenga que tiene derecho a todo lo que quiera decidir, sin cortapisa alguna. Así es como SE HAN IDO DERRUMBANDO LAS EVIDENCIAS históricas, sociales y morales. En adelante, evidencia es lo que yo diga que es evidente. Cabe inferir de ello que ya no existe la antigua evidencia de base, la cristiana, que introducía en el mundo la posibilidad de que yo renuncie a mi idea, a mi proyecto, por un bien mayor o bien común. De manera que ha desaparecido la antigua evidencia de que uno debiera sacrificarse por el bien del otro.

Estos rasgos culturales han producido en estos días de efervescencia catalana un hecho social inaudito: creer que se está viviendo un momento histórico y desear con toda el alma estar presente allí. “Allí” es en situarse uno en el lugar donde acontece “eso”. Hasta incluso con los hijos y los ancianos va uno “hacia allá”. Esa supuesta inminencia histórica impregna en el ánimo una gran confianza de futuro, de futuro mejor, e inflama el ansia de felicidad. Que bien pronto se desinflará, claro.

La pertinencia de esta descripción cultural mostrando aspectos del “yo” que se vuelven fuerzas sociales, y viceversa, pero fluyendo todos en la corriente de las aguas políticas de la Generalitat, parecería que hubiera de confluir en una solución cultural. Una solución del tipo de cómo combatir el siempre relativista emotivismo cultural (luchar contra el “yo” emotivo, dueño y señor de la verdad y de las decisiones morales y políticas). Pero no, no es así. Ferrán se saca de la chistera un conejo, una solución no cultural sino política. Ésta: cedan todos, ceda Puigdemont en sus pretensiones y ceda también el gobierno español en las suyas sin recurrir a sancionarles a los catalanes con cárcel e inhabilitaciones. Dar carpetazo a estos hechos implicaría satisfacer el deseo de votar de los catalanes haciendo que todos los españoles voten en un referéndum pero se tenga especial atención a los resultados en Cataluña.

Ferrán cree que así se evitará el sufrimiento que causa España en Cataluña y se restaurará la confianza en el Estado de derecho.

O sea, para oxigenar el “nosotros” de los catalanes Ferrán propugna que se acepte su enfermedad del “yo” y se le dé satisfacción. ¿Es acaso lógico el procedimiento? Ya no me pregunto si es cristiana o no la solución ni si es o no democrática, sólo advierto que es incongruente. Y una pregunta a Ferrán: ¿está tan seguro de que cuando se refiere a Cataluña se está refiriendo a todos los catalanes? Ciertamente que no a algunos de mi familia.

Aun no conociendo el manifiesto de la escuela de Llisach más que por las propias palabras de Ferrán en esta entrevista, desearía añadir que celebro de todo corazón que los maestros, cuyo director es él, manifestasen a los padres una condena de la violencia y su deseo de trascender los intereses personales en aras del bien común. Pero yo estaba en Barcelona el 1-O pateando las calles y no vi que la respuesta policial fuese desproporcionada a la causa que la provocaba. Y mira si yo miraba… también hacia la causa de la respuesta policial, hacia la que ciertamente Ferrán no miraba como yo. El manifiesto de Llisach contenía –al igual que mis ojos contienen– bastantes gramos de ideología. Me doy en creer que, si es verdad la inconsistencia lógica que aquí he señalado, su causa debe ser también la ideología.

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