A propósito de Haití
Después de hacer un rápido recorrido sobre la historia de décadas de pobreza del pueblo haitiano, pasando de puntillas por el trabajo de las ONG instaladas en aquel trozo de isla caribeña, y haciendo un llamamiento a la comunidad internacional a la reconstrucción y ayuda del país y al reconocimiento del estatus de protección temporal para los haitianos detenidos en USA, concluía su artículo con la frase: "Amanece en Haití sin noticias de Dios".
A la mañana siguiente (sábado 16 de enero), el mismo rotativo me sorprendía con su titular "Milagro en la caldera del infierno". En este caso, el corresponsal del periódico en Haití explicaba de esta manera el hecho del rescate de un niño haitiano de los escombros derruidos, gracias a la ayuda de los bomberos españoles: "Lo atestiguaban ayer sus ojos llenos de tiniebla y polvo, cuando, también demasiado pronto, comprobó que los milagros existen. El rostro sucio y ensangrentado del pequeño Redjeson Hausteen fue un relámpago de luz en medio de la noche más negra".
Dos titulares, aparentemente no contrapuestos, y que en menos de 24 horas ponen de manifiesto cómo, en el fondo, deseamos a Dios pero, sin embargo, somos incapaces de reconocerlo cuando aparece en escena. Si bien el viernes se nos negaba la mayor, el sábado se nos lanza el órdago que demuestra que en esta baza de cartas, de nuevo, Él lleva todos los ases en la mano (que no en la manga). Sin embargo, seguimos sin ser capaces de reconocerLe, aunque en el fondo le echamos de menos.
¿De dónde ese relámpago de luz? ¿Por qué llamar milagro a este hecho deseado pero no asegurado? Me pregunto cuáles son las noticias que esperamos recibir de Dios o, de otra forma, qué milagros esperamos contemplar para reconocer que "Él existe porque actúa". El Jesús de los evangelios nos "hartó" de milagros y de pan, y sin embargo eso no fue suficiente para matarle. Hoy vuelvo a mirar la foto del bombero español rescatando al pequeño Redjeson Hausteen (http://www.elmundo.es/america/2010/01/15/noticias/1263564352.html) y, de nuevo, no puedo dejar de reconocer la mirada conmovida del agraciado bombero ante la imagen divina del niño. Hoy sí hay noticias de Dios en Haití.