A propósito de Dios y el César

Mundo · Jorge E. Traslosheros (Ciudad de México)
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1 marzo 2010
Cada vez que algún cristiano cuestiona alguna decisión del gobierno de turno, como sucede ahora en la Ciudad de México, de inmediato se alza alguna voz para recordarle aquella sentencia del Evangelio sobre Dios y el César.

Obvio es decir que la frase de Jesús es utilizada por los políticos y sus "ideólogos", por igual articulistas que pensadores, para descalificar y mandar callar a las voces disidentes que osan hablar desde su fe religiosa. Me queda claro que, quienes tal argumento enarbolan, no comprenden el significado de aquellas palabras del Nazareno. Bien harían en leer el Evangelio de vez en cuando y con cuidado, así fuera para tantearle el agua a los camotes y medir bien lo que dicen. Al escuchar la famosa frase un cristiano entiende, por lo menos, dos cosas.

Primero, que César no es Dios, como no lo son ni el Estado, ni quienes lo manejan. Lo dispuesto por los gobernantes de turno, ya sean de "derecha", de "izquierdas" o de "atinada centro izquierda" (como se autodefine el PRI en México) y sin importar la moda ideológica a la cual se afilien, son asuntos de seres humanos. Por lo mismo, cuando contravienen el orden natural de las cosas, vale decir, el derecho natural, cometen una injusticia que es legítimo resistir y denunciar, al tiempo de proponer formas distintas de proceder conforme a la verdad, de manera pacífica y por medios legítimos. Para nuestro tiempo esto quiere decir, en España, México o cualquier parte del mundo, fortalecer la convivencia democrática.

Segundo, aquellas palabras también significan que Dios es Dios, no un monigote que podamos acomodar a las modas del momento. Cuando Jesús fue cuestionado sobre temas decisivos para cualquier sociedad, lo que sucedía todo el tiempo, como la sacralidad de la vida y del matrimonio, la relevancia de la familia, la dignidad de la mujer, los niños, las viudas, los huérfanos, la paternidad de Dios, el derecho que asiste a la persona religiosa de manifestarse públicamente, es decir, cuando Jesús fue cuestionado en lo que define nuestra humanidad, siempre con gestos y palabras pidió ejercer la libertad y volver la vista a Dios -que eso es la conversión- con el fin de tomar un curso de acción que se conformara a su voluntad. Jamás, ni cuando su vida estuvo en riesgo, dijo cosas como: "miren muchachos, mejor dejemos que eso lo defina Herodes o el César, o ya Pilatos, nosotros no debemos intervenir en cosas públicas así que mejor nos vamos a rezar a la sinagoga, no sea que se molesten los políticos". Si tal hubiera dicho, ¿qué falta hacía crucificarlo? Peor aún, ¡para qué tomarse la molestia de resucitar!

Quienes gustan de usar la frase sobre Dios y el César deberían reflexionar en que fueron pronunciadas como un acto de rebeldía contra el César y Herodes. Que fue un acto de protesta contra los "politicazos" de ayer y hoy que, sintiéndose dioses, o por lo menos divinos, se empeñan en inventar un mundo a la medida de sus caprichos. El Nazareno nunca mandó callar a sus discípulos, que conste.

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