A la espera de una herida que sane
La semana pasada dos noticias simultáneas, pero no paralelas. Con resultados divergentes. Las negociaciones para cerrar la primera fase del brexit (los términos del divorcio) y el comienzo de la campaña electoral en Cataluña han coincidido en el tiempo. Una y otra eran consecuencia del nacionalismo. El Gobierno del Reino Unido tiene que concretar la ruptura con la Unión aprobada en el nefasto referéndum de junio de 2016. Los partidos en Cataluña empezaban a buscar el voto, después de que el independentismo hiciera necesaria una intervención del Gobierno autónomo y la convocatoria de comicios.
Solo hace ocho meses May partía con una posición arrogante. Pedía formalmente en una carta subida de tono la salida de la Unión. Y llegaba a amenazar con no colaborar en cuestiones de seguridad. Al final la primera ministra británica ha acabado aceptando todo lo que pedía la Comisión. Ha aceptado el pago de la factura pendiente que le reclamaba Bruselas (hasta 60.000 millones de euros) y la tutela de los derechos de los ciudadanos europeos que viven en el Reino Unido, incluida la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. No habrá tampoco frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte.
La frontera del Ulster, que parecía el escollo insalvable (el Gobierno de May se apoya en los diputados unionistas), ha dejado de ser un obstáculo para convertirse en la oportunidad de negociar un brexit blando. Esa frontera es la memoria de una herida muy presente, la que durante años sembró muertos y terror. Levantar de nuevo la marca hubiera sido volver al escenario anterior a los Acuerdos del Viernes Santo (1998) que hicieron posible la paz. Y pocos estaban dispuestos a ello. Para evitar la frontera entre las dos Irlandas se ha recurrido a mantener en el Ulster el mercado único y en la unión aduanera a cambio de que haya una “convergencia regulatoria” entre la provincia del Reino Unido y la República de Irlanda (UE). Ya han empezado a oírse voces que reclaman la misma solución para todo el país. Si así fuera el brexit se sustanciaría con una fórmula de asociación como la que tiene Noruega: participación en el mercado único sin intervención en sus órganos de decisión. Brexit blando, brexit que con el tiempo sería reversible porque no tiene ninguna ventaja.
No parece una causalidad que la herida abierta entre las dos Irlandas, la memoria y el deseo de no volver a un pasado sombrío, haya sido un elemento determinante para disolver parte de la ceguera ideológica. Hay otros factores sin duda. En el gen británico, junto al nacionalismo, el vector pragmático es decisivo. La humillación de May en las elecciones de junio, la presión de los sectores económicos (en especial de la city) por lo mucho que se puede perder y la firmeza de la Europa que quiere seguir unida han sido también determinantes. Pero las Irlandas que no quieren muro han contado mucho.
La campaña electoral catalana, por el contrario, ha comenzado con los muros bien altos. Los dos bloques están empatados en intención de voto y, si no hay sorpresa, serán muy difíciles los acuerdos para formar Gobierno. El callejón sin salida en el que se metió el independentismo, tras la declaración de secesión, no le ha servido para reconsiderar sus posiciones. Ni el rotundo rechazo de la Unión Europea, ni las desastrosas consecuencias económicas, tampoco el irrespirable clima social, han servido para hacer revisión y autocrítica. El discurso del victimismo sigue manteniendo prietas las filas. Quizás solo una victoria en votos y en escaños de Ciudadanos pueda abrir la mente para “aplazar” la independencia y volver a posiciones de catalanismo realista. Pero nada es automático.
Si algún movimiento hay es el que se intuye en el bloque constitucional. Los socialistas proponen una transversalidad que permita volver a los ejes políticos de izquierda-derecha y supere el eje independencia-unidad de España (sería aire fresco). Y en el Gobierno, mientras se mantiene el discurso oficial, hay síntomas de que por fin se abre paso la idea de hacer reformas (fiscales, institucionales) para dar salida a un catalanismo asimétrico. Pero en el constitucionalismo muchos siguen sin tener en cuenta el dato de desafección de la mitad de la población catalana. Siguen recetando solo ley y orden. Se continúa repitiendo un catálogo de verdades políticas y pre-políticas que han dejado de serlo porque no tienen en cuenta las circunstancias.
En algunos momentos da la impresión de que en Cataluña no hay herida alguna. Herida como la irlandesa, capaz de sanar y de pinchar la burbuja ideológica. Pero la lesión está. ¿Qué más dolor hace falta para recomenzar que el de una Cataluña fracturada por la mitad?